sábado, 21 de enero de 2012

CUENTO: Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE, AMÉN (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Lo que sucedió un viernes cualquiera en el puerto de Supe-Perú a las 2 y 30 de la tarde es el summum de la fatalidad. Debo decirles que ésta es una ciudad apacible hasta el aburrimiento. Por el centro antiguo de este puerto a veces no pasan carros durante horas enteras. Se diría que es un pueblito hecho para transeúntes.
Una hora antes un camión terminó de cargar sacos de azúcar en Paramonga e inició su ruta hacia Lima (Dios, ¿y si se hubiera demorado más la carga?). Yo conocí ese viernes cualquiera a una doctora, jefa de la posta médica de Puerto Supe porque tuve que pedirle el favor de que me vise unos certificados de salud para unos familiares. Fui a buscarla, a la posta donde ella trabajaba, desde Paramonga, ciudad en la que yo vivía en ese entonces. En el trayecto debo haber pasado al camión y por supuesto ni siquiera nos percatamos de su existencia en la carretera, excepto el chofer del auto que nos trasladaba que vió al camión muy largo y para pasarlo debió calcular bien por la tremenda lentitud con que se desplazaba el mastodonte y por la longitud del vehículo y su carreta de remolque. Tal vez lo sobrepasamos en la carretera panamericana a la altura del ingreso norte de Barranca. (Dios, ¿y si el camión se hubiera quedado en Barranca un momento, tal vez por combustible o por mantenimiento?) . En la posta de Supe me dijeron que la doctora estaba de descanso de guardia y entonces fui a su casa porque me urgían los documentos y quería saber si podía ayudarme. Allí conocí a sus dos hijos varones, unos gringuitos de 8 y 11 años, ambos estaban en bicicletas. Me recibió la doctora y aceptó ayudarme. Luego me dijo que regresara el lunes para recoger los documentos. Agradecí el gesto y me regresé a Paramonga. Volvimos a cruzarnos con el camión que se desplazaba por la salida sur de Barranca y nuevamente solo el chofer, del auto en que íbamos de retorno, se percató de su existencia.
Era la 1 y 30 de la tarde y su hijo mayor estaba jugando futbito en una canchita del puerto con unos amigos. A esa hora su hijo menor le pidió permiso a la doctora para ir a montar bicicleta con su amiguito, un hijo del administrador del Banco de Crédito. La doctora le dijo, tienes permiso, (Dios ¿y si no le hubiera dado permiso?) pero ten cuidado y de paso le avisas a tu hermano que está jugando y se vienen juntos a almorzar.
Treinta minutos antes, el camión con su carreta remolque cargado de sacos de azúcar iba pasando por la curva de Puerto Supe rumbo a Lima y unos policías le pidieron documentación al conductor, (Dios, ¿y si no hubieran estado los policías?).Después se supo que el chofer denunció que los policías le exigieron una coima (dinero como chantaje) y al no aceptar lo obligaron a ingresar el camión tráiler a Puerto Supe como represalia.
El camión empezó su ingreso lentísimo a las calles angostas y el chofer hacía maniobras especiales para circular dentro de un pueblo chico como Puerto Supe. Al llegar a una encrucijada, (habían dos pistas para ingresar, la de arriba y la de abajo), el chofer decidió ir por la pista de abajo que justamente tenía calles mucho más estrechas (Dios, ¿y si el chofer hubiera decidido ir por la pista de arriba?).
Entretanto el niño iba en su bicicleta, pasó por donde su hermano y le dijo, voy a ver a mi amiguito, (Dios, ¿y si su hermano lo hubiera detenido un rato?) en una hora regreso porque mamá desea que vayamos juntos a almorzar. Va a la casa de su amiguito y toca el timbre varias veces. Nadie contesta y el niño asume que no hay nadie. (Dios, ¿y si hubiera estado su amiguito y se hubiera demorado unos minutos más?) Y el hijo de la doctora emprende su último recorrido. Decide ir hacia la calle angosta para terminar con su paseo (Dios, ¿y si se hubiera decidido regresar en ese momento adonde se encontraba su hermano? ) y ve pasando un camión grandazo por la calle.
Minutos después alguien acude nervioso a la casa de la doctora solicitando su presencia, como médica del pueblo, porque había ocurrido un accidente y le solicita que vaya rápido a la calle del mercado para ver si podía hacer algo por un niñito. La doctora acudió tan rápido como pudo y en el camino pensó en su hijito pero se tranquilizó a sí misma diciéndose, Dios, no creo que le haya sucedido algo malo. Al llegar vió los rostros de los vecinos y sus miradas de conmiseración para con su querida doctora. Se le agitó el corazón, se abrió paso a codazos y poco a poco reconoció los restos de su hijito. Lo vió despedazado con su cuerpito aprisionado entre las llantas traseras derechas del camión.
Dicen que el niño venía a velocidad en su bicicleta y creía que el camión terminaba y él quería entrar a la pista, pero, de repente se vió con la carreta de remolque y se asustó, frenó, patinó y terminó metido debajo de la carreta del remolque con todo y bicicleta. Incluso allí, engullido debajo de la carreta del camión, pudo haberse salvado pero entró en pánico ( ¿que le podríamos reprochar a un nene de 8 años?) y buscando una salida parece que se arrastró, para salir del intestino en que se había metido, pero sólo hasta debajo de las llantas.
Yo volví a Puerto Supe el lunes para recoger los certificados visados donde la doctora. La ví de riguroso luto, con lentes oscuros y proyectaba la imagen absoluta de la desolación. Pregunté a alguien y me informó del accidente. Por supuesto, me acerqué y le manifesté mis más sentidas condolencias. Decidí regresar otro día. Caminé anonadado por el malecón de Puerto Supe y un poblador me contó esta historia, pero con la única condición de que nunca más volviera a ocurrir.
Tantas circunstancias confluyeron a la vez, prácticamente cronometradas, para completar esta desgracia.
¿Quién es el director del cine de nuestras vidas que plasma los finales infelices?
¿Quién es el productor del mismo cine que es el responsable de que las cosas sucedan a la perfección?
¿Y si no hubiera pasado el camión por la curva de Puerto Supe?
¿Y si no le hubieran regalado una bicicleta al niño?
¿Y si su hermano no hubiera salido a jugar futbito ese día?
¿Y si el hijo del administrador no hubiera sido su amigo?
¿Y si ese día hubiera sido jueves?
¿Y si la doctora no hubiera vivido nunca en Supe?
¿Y si el camión hubiera ido más rápido?
¿Y si algunos policías no fueran corruptos?
¿Y si el niño no hubiera pedido permiso?
¿Y si las calles hubieran sido más anchas?
¿Y si el niño hubiera tenido más años?
¿Y si yo no hubiera conocido a la doctora?
¿Y si se hubieran detenido los relojes?
¿Y si yo no hubiera escrito esta puta historia?
Dios, ¿a quién le echamos la culpa?
Por Dios, alguien puede decirme... ¿Qué mierda puedo hacer todavía, para que ese niño no se muera?

miércoles, 7 de julio de 2010

CUENTO SOBRE KARAOKE: BABEL. AUTOR: ALFREDO GUERRÓN.

Anel estaba cantando "Hacer el amor con otro" y recordaba que había tenido un día de mierda.
En el trabajo se colgó el sistema y retrasó la entrega de los balances por dos horas ante la ansiedad del jefe por tener en sus manos la información requerida. Había estado casi todo el día con un dolor menstrual que la acompañaba casi siempre de la manera más inoportuna. Recordó el consejo de su amiga Sara y se había comprado una arcoxia de 120 miligramos (le costó 7 soles, puta, un poco cara) y comprobó que era verdad tanta belleza, esa cápsula era milagrosa. Se la tomó y a los 5 minutos el dolor desapareció para siempre. Y el día se aclaró, dejó a un lado las imprecaciones y se concentró en su trabajo y en Miguel, su amor imposible. Era casado, pero un amante de aquellos. Una vez la había poseído en los baños pero fue suficiente para volverse adicta. Él trabajaba en la sección de al lado pero a veces irrumpía en su sección (tal vez lo hacía por joder) y la miraba y ella sentía que la voluntad le abandonaba y que quería proclamarse en ese momento su divina fan, su esclava. Hijo de puta, sabe que me trae muerta. Pero lo disimulaba muy bien. Sudaba frío, pero era fácil echarle la culpa al calor, se ruborizaba por la cantidad de malos pensamientos que se apoderaban de su cabeza y que fácilmente le habrían costado la condena para unos tres infiernos. Y lo dejaba pasar mirándolo sin mover la testa, apenas un subir los ojos hacia la frente y bajarlos rápidamente. Definitivamente Miguel era un hijo de puta adorable. Cerca de las seis, la llamada de Margot apareció espectralmente invitándola a tomar unos tragos y a cantar en el karaoke de siempre.
Giuliano había terminado de cantar la canción "Mientes tan bien" (del dúo Sin Bandera) y fue aplaudido. Cantaba bien y era justo, pensó. Y maldecía porque la maldita canción recitaba "…que te quedaras conmigo una vida entera" y su enamorada acababa de irse a vivir a los Estados Unidos. Puta madre, qué voy a hacer, no debí enamorarme. “…Que tu amor es sólo invierno nunca primavera”. Canción de mierda, no la hubiera cantado. Y ahora cómo voy a olvidarla. Se vino del aeropuerto y se sentó sólo, a cantar y tomar una cerveza. Daniela, su enamorada, era una chica no muy linda pero era lindísima. Apenas estuvimos 3 años, pero parecieron tres minutos y ahora no parecían nada. Dios, era el final de los finales, antes ya había terminado con otras chicas, pero Daniela era de las chicas con la que no piensas terminar nunca. Cuando la felicidad era eterna se le apareció una oportunidad a su nena para irse tras el sueño americano. Y como todo lo eterno se acaba... Él sabía que no la iba a seguir. Así que sólo quedaba recordar y olvidar. Veía a los demás cófrades y sabía que cada quien ponía a la mesa esa noche, el final de ese día con todos sus aderezos y los diluían en cerveza o sangría o en "…Una canción de amor".
César estaba con sus amigos que celebraban su onomástico, le habían regalado un Cross plateado y una torta. Había terminado hace 1 mes con Lucrecia y en este grupo estaba Rosa, una buena chica de quien le habían dicho no escondía su interés y preguntaba por él. Rosa era muy bonita pero como todo en la vida, lo que tienes al frente no lo deseas. El ánimo predatorio lo cultivas con lo inalcanzable. Lucrecia era la hija de un industrial y él, un trabajador bancario. Contra todos los pronósticos ella lo aceptó pero todos decían que esa relación no duraría. Era totalmente asimétrica, él la adoraba y ella tenía demasiado dinero. César soñaba que se podían casar pero ella tenía otros planes. César nunca fue tan feliz como con Lucrecia. Se volvió poeta, cantante, un quijote de otros tiempos. Y un día el sueño desapareció como la pompa de jabón, como el presente, como los recuerdos antiguos. Lucrecia le comunicó que se iba a casar con un gerente y César se lamentó de su suerte. Y lloró amargamente. Pero se recuperó y continuó adelante. De pronto Rosa cantó "Amor eterno", y los amigos que decían, a quién se la habrá dedicado, y carraspeaban. Hicieron un brindis y Rosa lo miraba de una manera especial.
Jorge había salido del hotel y dejado a Carla en su paradero. Carla era casada pero eran amantes hace 5 años y se comprendían en el sexo de maravilla. Su relación era puramente carnal y sabían que estaban malditamente condenados al placer cuando podían reunirse sin despertar sospechas en sus respectivos cónyuges. Ese día Carla se había vestido con un pantalón de esos que se tenía que poner con calzador para que quepa todo lo que tenía en su sitio y que era inmenso y tentador. Y la sorpresa se la dió cuando se quitó la ropa y le dijo que la lencería era comestible, como lo leen, co mes ti ble. Era el último invento para saciar el hambre de pecado, un artificio hecho para la condenación, para la profanación, para la perdición y el encuentro. Por supuesto que se la comió literalmente y después recorrió palmo a palmo todas las dunas, los meandros, los desiertos, las llanuras, las cumbres, los oasis, las simas y con los ojos cerrados comprobó que se la sabía de memoria a Carla. Ella se desbordó como la última copa de vino de la noche. Se desintegró para formarse de nuevo varias veces. Lanzó un grito ahogado e impenitente. Sintió la necesidad de infligirle una vez más la marca de posesión y le enterró las uñas en la espalda. Era un ritual despiadado pero era la única manera honorable de corresponder a toda la fantasía del momento, cortesía de Jorge. Y sentían que nunca volverían a ser los mismos a partir de ese instante. Y era verdad, se transformaban en unos poseídos por el demonio del placer y decidían morir en el intento por la obra maestra que acababan de concluir. Era poco, era demasiado, eran apenas unos minutos pero el placer les duraba exactamente hasta el otro encuentro. La dejó en su paradero y luego Jorge fue al karaoke para cantar "Lo dudo".
Alberto venía de su trabajo, había atendido varios pacientes y escuchado no pocas historias de quejas y frustraciones. Solía venir una vez al mes a sentarse y cenar. Escuchaba a los cantantes y antes de irse pedía unas canciones de Sabina, y pensaba que Sabina no debía morirse nunca sino ¿quién iba a componer a la perfección otras canciones?, ¿quién iba a asombrar al mundo otra vez con sus trovas? Cantó aquella canción de la prostituta que la levanta un tipo y se la lleva a su departamento y se enamora de ella. El final feliz es que lo abandona esa misma noche después de robarle. Esos son los finales felices de Sabina, sonrió. ("Medias negras"). Y recitó con melodía otra canción de un artista que después de un concierto en la playa de un pueblo va a darle una serenata a la mesera ojos de gata. Y luego se van a un hostal y así les dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y desnudos al anochecer los encontró la luna. En modo ranchera además. (" Y nos dieron las diez"). Miró el reloj, eran las tres de la mañana, debía irse. Mientras se iba pensó, tantas mesas, tantas historias. En un karaoke confluyen como en Babel muchas maneras de aspirar al cielo.

CANCIÓN N° 1: USTED. CANTA: ALFREDO GUERRÓN.

CANCIÓN Nº 33: LA BILIRRUBINA. CANTA: ALFREDO GUERRÓN.

CANCIÓN Nº 32: A PURO DOLOR. CANTA: ALFREDO GUERRÓN.