Carlitos entró excitado y corriendo a su casa de la calle Alfonso Ugarte en Sullana, una ciudad del norte del Perú. Buscó a su mamá Tarcila que en ese preciso instante se hallaba cocinando un plato de cau cau (vísceras de estómago de res en guiso), el plato preferido de él. Y le dijo, mamita debo decirte un secreto: Don Pedrito es un santo. Su mamá sonriendo le dijo ¿Por qué? Y el niño de apenas 11 años le dijo, mamá, tú conoces a mi amigo Eddy y yo te había contado que su mamá estaba muy grave en el Hospital de Sullana, prácticamente estaba desahuciada. Pues yo estaba desesperado por la angustia de mi amigo por la cercanía de la muerte de su madre. Y un día caminando me pregunté quien es un hombre bueno, quien no hace daño a nadie, quien no molesta a las personas. Pues Don Pedrito, no había otro. Y me arrodillé en mi cuarto a la hora de dormir y le recé con todo fervor y le pedí a Don Pedrito que interceda ante Dios para que se cure la mamá de mi amigo. Y qué crees mamita, la señora Gracielita se ha curado. Yo le dije a mi amigo que yo había orado mucho a un santo especial y que él me había hecho el milagro. La señora Tarcila sonrió con paciencia y le dijo, ven hijo, mira eso que ha ocurrido se llama coincidencia. Yo estoy de acuerdo con que Don Pedrito es un hombre bueno pero de allí a que sea un santo hay una gran diferencia. Además está vivo, ese es el principal inconveniente. No existen santos en vida, salvo el Papa, los obispos, los párrocos. Carlitos nunca quedó convencido con esa explicación. Había un tremendo problema, él rezó y el problema se solucionó. ¿Dónde estaba la coincidencia?
Carlitos se lavó las manos y se sentó a la mesa para saborear el manjar que había preparado su mamita para él.
La señora Tarcila se quedó pensando en el tema. Después pasaron los días y continuó la rutina. En pocas semanas la señora Tarcila tuvo entre manos un problema muy grande, había confiado en una vecina, la señora Mechita, amiga de años y le había dado en préstamo un capital que representaba sus ahorros de muchos años. Ella la había convencido que ese dinero le reportaría pingües ganancias en un plazo máximo de 7 días. Tarcila estaba desesperada, ya habían pasado 15 días de ese pacto y la señora Mechita había viajado a Lima y no regresaba. En una noche de pesadumbre se arrodilló (después se arrepintió no de sus pecados sino del dolor de rodillas al levantarse) y le rezó a Don Pedrito con aquel fervor febril de los acreedores. Pidió que aunque sea le devuelva el capital que no importaban los intereses. Sintió vergüenza por ello, pero se dijo a sí misma, no pierdo nada. E increíblemente, al día siguiente, la señora Mechita se apareció con el dinero y con sus intereses de ganancia y se disculpó por la demora. Tarcila empezó a dudar y a tener fe.
No quiso contarle a su hijo esa otra coincidencia porque consideró que estaba en formación y esto podía ocasionarle desconciertos en su fe católica, pero sí se lo contó a su comadre Juana. Ella la escuchó atentamente los dos testimonios y le dijo, no sé que pensar, una coincidencia pasa pero dos, además, cien por ciento de efectividad. Tarcila no reparó que contarle a su comadre era igual a publicar la noticia en los diarios o propalarla por la radio. La noticia cundió en la ciudad. Algunos se reían pero otros lo tomaron más en serio e incluso se persignaban al pasar frente a la puerta de la casa del nuevo santo.
Don Pedrito continuó con su rutina, lo veían pasar a las 6 y 30 de la mañana rumbo a la iglesia para asistir a la misa cotidiana de las 7 de la mañana. A todos los saludaba con su clásico “buenos días de Dios”. Comulgaba diariamente, al salir compraba su pan en la panadería “tres estrellas” y se recluía en su casa. A mediodía le traían un almuerzo del café Grau. Y después no se sabía de su existencia. La gente especulaba. Seguro que para rezando. No se le conoce pareja, ni vicios. No hace ruidos, se ha aislado del mundo pecador. Si no es un santo, le falta muy poco.
En los siguientes días se acercaron a casa de Tarcila otras personas. Don Julio le dijo, he vuelto a tener noticias de mi hijo después de un año y estoy agradecido a Don Pedrito. Ahora sé que mi hijo está bien de salud. Doña María le dijo, a mi mamá la han operado y le pedí a Don Pedrito que salga bien de la operación, y felizmente ha salido bien. Doña Gilda pidió algo más modesto, que su hija salga invicta en las notas del colegio, es decir que no tenga cursos desaprobados y la jovencita salió con buenas notas. Y los ecologistas como Don Mario pidieron que no haya diluvios como hace 2 años que causaron grandes daños y ahora se estaba presentando una sequía, se le había pasado la mano a Don Pedrito. La ciudad estaba conmocionada y la noticia se estaba regando como música de zancudos.
El padre Firmato en la homilía del domingo aprovechó para aclarar que el asunto de la santidad no es una cosa de juego y que sólo la iglesia puede dar ese título después de un riguroso proceso. La gente escuchaba al padre pero no le hacían caso.
Y llegó un día viernes en que nos reunimos las madres y algunos varones en el local comunal para tratar asuntos de interés social y para orar en comunidad. A la hora de rezar, les diré que yo estuve presente. La gente cada vez daba más testimonios sobre los milagros de Don Pedrito. Y una señora dijo, amigos Don Pedrito es un santo raro, está vivo. Otra dijo, pero ya tiene más de 80 años, ya está por morirse. Otra señora dijo, disculpen, pero yo lo veo paradazo, muy saludable, yo dudo que se muera pronto. A lo mejor hasta nos entierra a todos. La señora Eduviges, tomó la palabra y expresó, necesitamos renovar nuestra fe, la burocracia eclesial y celestial se ha amodorrado, se ha aburguesado. Siempre un nuevo mensajero, un intercesor avispado necesariamente provocará la atención, así que nuestro santoral está esperando a un nombre y a un hombre especial. La decisión es nuestra.
Y de pronto, una voz tímida propuso la solución indubitable con una pregunta, ¿y si le pedimos a Dios para que se muera Don Pedrito? Se hizo un silencio en el local, estábamos presentes casi 100 personas.
Y el espíritu, se difundió con un hálito de complicidad, de cinismo y de ausencia total de escrúpulos, y habitó entre nosotros. Y se empezó a escuchar un murmullo que devino luego en un coro enérgico de preces que hasta hoy retumba en nuestras conciencias: “Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado…”
sábado, 13 de junio de 2009
miércoles, 4 de marzo de 2009
CUENTO CORTO : NOS HUBIÉRAMOS CASADO TANTO - A.GUERRÓN O.
Mi familia y yo éramos felices. Teníamos una vida muy simple. Mi esposa se dedicaba al cuidado del hogar y mis dos hijas iban al colegio a la primaria elemental. Las veía crecer y su alegría contagiaba a todos los rincones de la casa. Mi rutina era, de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Yo siempre he sido huraño para las reuniones, me considero un gregario familiar reducido a la mínima expresión. En nuestra vida no pasaba nada extraordinario excepto que la sagrada familia se iba entronizando en nuestras cuatro paredes debido a los pocos errores que cometíamos y que nos esforzábamos por subsanar.
Me casé muy enamorado y cuando nacieron mis hijas, yo que soy un abstemio inveterado, celebré con unas peas vikingas. Ser padre era lo máximo.
Cuando mirábamos hacia atrás recordábamos solo felicidad. El presente efímero era feliz y fugaz. Y el futuro lo avizorábamos también con una pantalla virtual de felicidad. Estábamos acorralados, no teníamos escapatoria. Seríamos felices.
Cierto día, caminaba por el mercado central de Lima, al mediodía, a la hora de mi refrigerio. Y ocurrió que alguien tocó mi hombro y me dijo, hola Alberto, qué gusto de verte. Era María, una antigua amiga (en realidad era una ex-enamorada) y me sorprendió. Hacía 15 años que no la veía y la reconocí. Había subido de peso y se mantenía bastante guapa. Hola María, también para mí, es un gusto verte. No sabía que estabas en Lima, le dije para ser cortés, pero en realidad nunca me interesó ese dato. Ella me dijo, yo si me enteré que tú vivías en Lima, que te casaste. Y que… ¿eres feliz? La pregunta me sorprendió, no tuve tiempo de inquirir porqué la pregunta y le contesté, convencido, por supuesto. María me dijo, me casé, tengo dos hijos de 7 y 9 años, y me va más o menos, dijo resignada. Yo estaba apurado, tenía que ir a hacer una gestión de mi trabajo y aceleré la despedida. María, le dije, que te vaya bien siempre. Ella se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo algo ruborizada, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
Y nos separamos otra vez para nunca.
Continué viviendo mis horas felices y en la noche recordé este encuentro y pensé, nos hubiéramos casado, hubiéramos tenido dos hijos, esa otra vida juntos hubiera ocurrido.
Nuestros hijos estudian en un colegio marista, tenemos unos vecinos muy amigables y los domingos acostumbramos visitar a sus familiares, sus hermanas, o alguna prima de ella. Nuestra agenda social es bastante recargada. Hemos empezado a teñirnos el pelo porque a los años se les ha ocurrido, nunca tan inoportunamente, decolorarnos el cabello. Mi trabajo es agitado, estresante. Soy un médico anestesista y mis colegas cirujanos me confían el anochecer y el amanecer de sus pacientes. Mi esposa administra un negocio nuestro, un restaurante y nos va bien. El tiempo se pasa volando. Siempre hay personas que me comentan, doctor que increíble, ya estamos en julio ¿no? y ni nos hemos dado perfecta cuenta. Luego prosiguen con su cuenta mensual, agosto, setiembre, octubre y ya casi se acaba el año. Finalizan con su frase, este año se ha ido volando. Yo les digo, como para ironizar, sí pues el tiempo se pasa volando, el año pasado a estas alturas todavía estábamos en marzo.
Mis hijos se casaron, nos han dado 4 nietos. Me he jubilado con poco júbilo y un consultorio de experiencia con todo lo que recuerdo de la medicina son mis cuarteles de invierno. Mi esposa ha envejecido, lo guapa no se le ha ido. Un lunes he ido al barrio chino del centro de Lima y mientras compro un minpao y un vaso de chicha de maíz morado, escucho a una pareja que conversa. Están festejando, se sonríen. Escucho que se cuentan que se casaron cada uno a su manera, que son endemoniadamente felices cada uno también a su manera. Él la ha invitado a comer al lugar en donde estoy degustando comida china. Y cuando se despiden, escucho lo imposible. Recién caigo en cuenta que me estoy olvidando de olvidar. Ella le dice, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
Me casé muy enamorado y cuando nacieron mis hijas, yo que soy un abstemio inveterado, celebré con unas peas vikingas. Ser padre era lo máximo.
Cuando mirábamos hacia atrás recordábamos solo felicidad. El presente efímero era feliz y fugaz. Y el futuro lo avizorábamos también con una pantalla virtual de felicidad. Estábamos acorralados, no teníamos escapatoria. Seríamos felices.
Cierto día, caminaba por el mercado central de Lima, al mediodía, a la hora de mi refrigerio. Y ocurrió que alguien tocó mi hombro y me dijo, hola Alberto, qué gusto de verte. Era María, una antigua amiga (en realidad era una ex-enamorada) y me sorprendió. Hacía 15 años que no la veía y la reconocí. Había subido de peso y se mantenía bastante guapa. Hola María, también para mí, es un gusto verte. No sabía que estabas en Lima, le dije para ser cortés, pero en realidad nunca me interesó ese dato. Ella me dijo, yo si me enteré que tú vivías en Lima, que te casaste. Y que… ¿eres feliz? La pregunta me sorprendió, no tuve tiempo de inquirir porqué la pregunta y le contesté, convencido, por supuesto. María me dijo, me casé, tengo dos hijos de 7 y 9 años, y me va más o menos, dijo resignada. Yo estaba apurado, tenía que ir a hacer una gestión de mi trabajo y aceleré la despedida. María, le dije, que te vaya bien siempre. Ella se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo algo ruborizada, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
Y nos separamos otra vez para nunca.
Continué viviendo mis horas felices y en la noche recordé este encuentro y pensé, nos hubiéramos casado, hubiéramos tenido dos hijos, esa otra vida juntos hubiera ocurrido.
Nuestros hijos estudian en un colegio marista, tenemos unos vecinos muy amigables y los domingos acostumbramos visitar a sus familiares, sus hermanas, o alguna prima de ella. Nuestra agenda social es bastante recargada. Hemos empezado a teñirnos el pelo porque a los años se les ha ocurrido, nunca tan inoportunamente, decolorarnos el cabello. Mi trabajo es agitado, estresante. Soy un médico anestesista y mis colegas cirujanos me confían el anochecer y el amanecer de sus pacientes. Mi esposa administra un negocio nuestro, un restaurante y nos va bien. El tiempo se pasa volando. Siempre hay personas que me comentan, doctor que increíble, ya estamos en julio ¿no? y ni nos hemos dado perfecta cuenta. Luego prosiguen con su cuenta mensual, agosto, setiembre, octubre y ya casi se acaba el año. Finalizan con su frase, este año se ha ido volando. Yo les digo, como para ironizar, sí pues el tiempo se pasa volando, el año pasado a estas alturas todavía estábamos en marzo.
Mis hijos se casaron, nos han dado 4 nietos. Me he jubilado con poco júbilo y un consultorio de experiencia con todo lo que recuerdo de la medicina son mis cuarteles de invierno. Mi esposa ha envejecido, lo guapa no se le ha ido. Un lunes he ido al barrio chino del centro de Lima y mientras compro un minpao y un vaso de chicha de maíz morado, escucho a una pareja que conversa. Están festejando, se sonríen. Escucho que se cuentan que se casaron cada uno a su manera, que son endemoniadamente felices cada uno también a su manera. Él la ha invitado a comer al lugar en donde estoy degustando comida china. Y cuando se despiden, escucho lo imposible. Recién caigo en cuenta que me estoy olvidando de olvidar. Ella le dice, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
CUENTO CORTO : PAN Y CARTA - A GUERRÓN O.
Varias veces deben haberme visto. Yo soy el chofer del taxi tico amarillo que se estaciona cerca de ese promontorio a la vera del camino en los linderos de la urbanización.
Acostumbro estacionarme allí después de almorzar para descansar algunos minutos. La primera vez que la ví quedé deslumbrado, su sonrisa, su desenfado, la manera tan educada de desdeñar al mundo, sus curvas impresionantes (¡ Y yo, sí conozco de curvas ¡). Su mirada sin horario, su pelo bronco, espiralado, con el color de la cebada madura. Me bastó con mirarla y ella ni cuenta se dio. No me interesaba, mi equipaje estaba completo con ese momento de ensoñación.
Pasaron varios días y no pude quitármela de la cabeza, la recordaba, su mirada me buscaba. Antes de siete días volví al lugar y me detuve, salí del auto y allí estaba. No creo que me estuviera esperando, debía tener muchos admiradores y a mí ni me conocía. Yo no sabía su nombre y no era necesario. Por ahora era importante ser anónimos. Exacerbaba mis sentimientos.
Cuando me dí cuenta, regresé antes de los tres días. Los plazos se acortaban y me parecía, sino extraño, por lo menos preocupante. Me comenzaba a hacer falta. Allí estaba ella, desafiando a la luz, su cuerpo ondulaba como un suave sismo, y su piel empezaba a cobrar el mejor tono cobrizo. La ví, procuré que no se diera cuenta de mi asedio, me hice el que miraba a otro lado, pero como deseaba voltear y no me importaba que ella se enterara que yo era uno de sus más rendidos admiradores sino el totalmente rendido. Continué trabajando porque no se puede vivir del amor. Seguí yendo a mi casa, abrazaba a mis hijitas, le hacía el amor a mi esposa pero ya no era lo mismo. Ese placer estaba en otro lado. Yo estaba enamorado de ella.
Para todos, uno sí se puede enamorar varias veces. A mí me estaba pasando y como a la mayoría, ya no me interesaba mi hogar. Estaba dispuesto a perder todo para ganarla a ella. Seguí mi rutina y ahora me sentía con nuevos bríos. Ahora tenía una razón muy bella para vivir y comprendía a los lacerados por Cupido.
Ella era todo para mí, me despertaba y quería ir a verla. Por supuesto no era posible, había que ganarse el pan duro de cada día.
El día anterior no sospeché nada. Fui a verla, estaba imponente, en ese momento ella podía hacer lo que quisiera con cualquiera. Era terrible propietaria de ese poder omnímodo. Se lo había ganado por aclamación. Sus ojos no me advirtieron de nada. A pesar del futuro que no adiviné, deleité mi avanzada miopía con sus rasgos faciales y su perfil sin defectos. Me puse con el viento a mi favor y estoy seguro que hasta la olí. Quise tenerla entre mis brazos.
Al día siguiente acudí al lugar porque ya no podía vivir sin ella. Nos despedimos sin explicaciones, sin líneas, sin cartas. Alguien había quitado el letrero.
Acostumbro estacionarme allí después de almorzar para descansar algunos minutos. La primera vez que la ví quedé deslumbrado, su sonrisa, su desenfado, la manera tan educada de desdeñar al mundo, sus curvas impresionantes (¡ Y yo, sí conozco de curvas ¡). Su mirada sin horario, su pelo bronco, espiralado, con el color de la cebada madura. Me bastó con mirarla y ella ni cuenta se dio. No me interesaba, mi equipaje estaba completo con ese momento de ensoñación.
Pasaron varios días y no pude quitármela de la cabeza, la recordaba, su mirada me buscaba. Antes de siete días volví al lugar y me detuve, salí del auto y allí estaba. No creo que me estuviera esperando, debía tener muchos admiradores y a mí ni me conocía. Yo no sabía su nombre y no era necesario. Por ahora era importante ser anónimos. Exacerbaba mis sentimientos.
Cuando me dí cuenta, regresé antes de los tres días. Los plazos se acortaban y me parecía, sino extraño, por lo menos preocupante. Me comenzaba a hacer falta. Allí estaba ella, desafiando a la luz, su cuerpo ondulaba como un suave sismo, y su piel empezaba a cobrar el mejor tono cobrizo. La ví, procuré que no se diera cuenta de mi asedio, me hice el que miraba a otro lado, pero como deseaba voltear y no me importaba que ella se enterara que yo era uno de sus más rendidos admiradores sino el totalmente rendido. Continué trabajando porque no se puede vivir del amor. Seguí yendo a mi casa, abrazaba a mis hijitas, le hacía el amor a mi esposa pero ya no era lo mismo. Ese placer estaba en otro lado. Yo estaba enamorado de ella.
Para todos, uno sí se puede enamorar varias veces. A mí me estaba pasando y como a la mayoría, ya no me interesaba mi hogar. Estaba dispuesto a perder todo para ganarla a ella. Seguí mi rutina y ahora me sentía con nuevos bríos. Ahora tenía una razón muy bella para vivir y comprendía a los lacerados por Cupido.
Ella era todo para mí, me despertaba y quería ir a verla. Por supuesto no era posible, había que ganarse el pan duro de cada día.
El día anterior no sospeché nada. Fui a verla, estaba imponente, en ese momento ella podía hacer lo que quisiera con cualquiera. Era terrible propietaria de ese poder omnímodo. Se lo había ganado por aclamación. Sus ojos no me advirtieron de nada. A pesar del futuro que no adiviné, deleité mi avanzada miopía con sus rasgos faciales y su perfil sin defectos. Me puse con el viento a mi favor y estoy seguro que hasta la olí. Quise tenerla entre mis brazos.
Al día siguiente acudí al lugar porque ya no podía vivir sin ella. Nos despedimos sin explicaciones, sin líneas, sin cartas. Alguien había quitado el letrero.
CUENTO CORTO : CON EL SUDOR DE TU FRENTE - A.GUERRÓN O.
A Felipe, era fácil encontrarlo, con su cara de circunstancias, sentado -casi con un horario fijo, mañana y noche- a la derecha del mostrador en la tienda de Don Alberto.
Vivía en la calle Ugarte en la ciudad de Sullana, una hermosa localidad del norte del Perú, apenas a una cuadra de aquella tienda. Era amigo de los hijos de Don Alberto, Wilmer y Miguel. Ellos lo habían recibido hace por lo menos 6 años como un habitúe que luego se transformó en parte del ornato de la fonda. Se diría que Felipe era una estatua que había cobrado vida. Los hijos de don Alberto aceptaron su presencia como la cuota de solidaridad con el prójimo que todos debemos pagar cada día. Felipe se sentaba a las 10 de la mañana y servía para conversar, para ayudar a que pasen las horas y para hacerles bromas a otros pasajeros de la tienda. Luego, a la una de la tarde se iba a almorzar, y tomaba la siesta de rigor. Yo debo tener sangre española decía, porque uno de los mejores inventos del mundo es la siesta. Te ayuda a reponer fuerzas del trajín de pensar, de vivir. En la noche regresaba a su puesto de centinela en el mostrador. Parecía un supervisor y los dueños lo aceptaban así.
Felipe había sido víctima de una broma bastante pesada por parte de Miguel, cuando recién comenzó a llegar a la tienda de Don Alberto. Miguel era un buen muchacho pero criollazo y pícaro. Un día Miguel estaba como burro en primavera después de ver a unas chiquillas en hot pants que - descaradamente le habían coqueteado y se habían dejado manosear para ganar algún regalo de su parte - habían ido a comprar chocolates y el falo le incomodaba, así que se lo acomodó para el costado izquierdo y se acordó que tenía el bolsillo agujereado en ese lado de su pantalón blue jean. Se acomodó el falo pétreo dentro de su bolsillo y hacia arriba, aprovechando el agujero. Y se le ocurrió una broma bastante cruel, para ello se mojó las manos con kerosene, artículo que él también vendía. Luego llegaron dos amigos de Manuel que ya sabían de la broma y esperaron a que venga algún incauto pero conocido. Y para su mala suerte se apareció Felipe. Miguel le dijo, Felipito, házme un favor, sácame de mi bolsillo izquierdo las llaves de la vitrina porque estoy con las manos con kerosene. Y Felipe obedeció. Introdujo su mano y agarró un ser viviente y lo soltó enseguida ante la risotada de los presentes. Y le dijo Miguel, no te juegues así, préstame el baño para lavarme.
Felipe no tenía oficio conocido, ni beneficio decían las señoras chismosas, que como todos sabemos son las notarios en los pueblos chicos. Las personas comenzaban a murmurar y le preguntaban a Felipe su horario de trabajo por incomodarlo pero con él no era. Sus amigos le aconsejaban, Felipe ya debes trabajar, tienes 28 años y debe ser incómodo pedir incluso la comida en tu propia casa si es que no trabajas. Felipe les decía, disculpen pero yo a ustedes no les pido nada porque se erizan. Por supuesto el primero de mayo lo veían y lo felicitaban, con un, Felipito déjame darte un abrazo sobretodo a ti, he venido de lejos solo para rendirte homenaje por el sudor que riegas y que sirve para fertilizar nuestros campos. Se escuchaban los discursos más creativos y propicios para la risa y para pasarla bien. Era la oportunidad para la chacota, la chanza. Y él, impertérrito, sonreía como burlándose de todos. Cuando habían huelgas le decían, Felipe, se han olvidado de asesorarse contigo, tú que eres el experto en esos menesteres por tu declarada huelga indefinida. Pero Felipe ni se inmutaba, hacía de cuenta que hablaban de otro.
Un día llegó a la tienda el rumor de que en la carretera a Querecotillo por la curva del cerro La Nariz del diablo, y a las tres de la madrugada, se había aparecido un fantasma de mujer a una pareja de enamorados. Los había asustado tremendamente pero después les había indicado un lugar para una excavación. Y al hacerla habían hallado unas joyas de oro que los sacó de pobres.
Ese día en la tienda a nadie le interesó el rumor excepto Felipe. Lo escuchó atentamente y puso en práctica un plan. Consiguió dinero para contratar a un taxista y un miércoles a las 2 de la mañana decidió ir en busca de fortuna. Paró a un taxista y lo contrató para ir a ese sitio. El taxista lo vió con cara de gay, porque siempre llevaba parejas a ese lugar solitario y no a un hombre, y para aclarar el tema le dijo amigo, yo respeto las preferencias personales pero esa nota de arrumacos entre hombres no va conmigo. Felipe se sorprendió de la suspicacia y luego se río. A continuación le dijo al taxista, no, no pasa nada, solo quiero el servicio de taxi. Así que acordaron el precio por una carrera ida y vuelta, que no era poco porque el sitio quedaba a 15 kilómetros de Sullana y la hora era especial. Iniciaron el recorrido y después de unos minutos llegaron a la curva. El cerro La Nariz del Diablo no era tan alto pero al recordar su nombre se persignaron y lo vieron imponente. Felipe le dijo al taxista, espérame unos 15 minutos y luego me llevas de regreso. Se armó de valor porque era consciente de que él valía muy poco, y se adentró hacia la oscuridad. Sacó un rosario de su bolsillo y lo cogió con las dos manos. El viento ululaba glacial, la noche era lo suficientemente oscura para amedrentar a los valientes y Felipe no era propietario de esa virtud, así que sentía escalofríos por cada paso que daba. Y de pronto algo se movió entre unos arbustos y salió despedido. Se movieron las ramas y liberaron a una pareja de búhos que habían sido distraídos en su romance melánico. Alzaron vuelo y se perdieron. Felipe resopló y agarró fuertemente el rosario. Avanzó con más cautela, y en la oscuridad se imaginaba formas pero no había contacto. Continuó, tropezó con algo y cayó al suelo. Tocó a tientas y reconoció el esqueleto de algún animal o de un humano. No tuvo tiempo ni la valentía para disipar la duda. Sudaba frío y estaba a punto de rendirse. Se incorporó y caminó unos pasos y de pronto en el horizonte cercano que marcaba una hondonada vió un resplandor y vió elevarse una especie de sotana blanca que se paró frente a él como a unos diez metros. En la oscuridad de la capucha que dominaba la sotana le pareció ver a una mujer muy triste. Y de pronto escuchó: Feliiiiipeeeeee, a quéééé has veniiiiiido. Felipe antes de desmayarse tomó aliento y le dijo, Animita, anini mimita, quiero plata, dinero. Y el espectro, como son los de su especie, que todo lo saben, le dijo, Trabaaaaja Feliiiiipeeee.
Vivía en la calle Ugarte en la ciudad de Sullana, una hermosa localidad del norte del Perú, apenas a una cuadra de aquella tienda. Era amigo de los hijos de Don Alberto, Wilmer y Miguel. Ellos lo habían recibido hace por lo menos 6 años como un habitúe que luego se transformó en parte del ornato de la fonda. Se diría que Felipe era una estatua que había cobrado vida. Los hijos de don Alberto aceptaron su presencia como la cuota de solidaridad con el prójimo que todos debemos pagar cada día. Felipe se sentaba a las 10 de la mañana y servía para conversar, para ayudar a que pasen las horas y para hacerles bromas a otros pasajeros de la tienda. Luego, a la una de la tarde se iba a almorzar, y tomaba la siesta de rigor. Yo debo tener sangre española decía, porque uno de los mejores inventos del mundo es la siesta. Te ayuda a reponer fuerzas del trajín de pensar, de vivir. En la noche regresaba a su puesto de centinela en el mostrador. Parecía un supervisor y los dueños lo aceptaban así.
Felipe había sido víctima de una broma bastante pesada por parte de Miguel, cuando recién comenzó a llegar a la tienda de Don Alberto. Miguel era un buen muchacho pero criollazo y pícaro. Un día Miguel estaba como burro en primavera después de ver a unas chiquillas en hot pants que - descaradamente le habían coqueteado y se habían dejado manosear para ganar algún regalo de su parte - habían ido a comprar chocolates y el falo le incomodaba, así que se lo acomodó para el costado izquierdo y se acordó que tenía el bolsillo agujereado en ese lado de su pantalón blue jean. Se acomodó el falo pétreo dentro de su bolsillo y hacia arriba, aprovechando el agujero. Y se le ocurrió una broma bastante cruel, para ello se mojó las manos con kerosene, artículo que él también vendía. Luego llegaron dos amigos de Manuel que ya sabían de la broma y esperaron a que venga algún incauto pero conocido. Y para su mala suerte se apareció Felipe. Miguel le dijo, Felipito, házme un favor, sácame de mi bolsillo izquierdo las llaves de la vitrina porque estoy con las manos con kerosene. Y Felipe obedeció. Introdujo su mano y agarró un ser viviente y lo soltó enseguida ante la risotada de los presentes. Y le dijo Miguel, no te juegues así, préstame el baño para lavarme.
Felipe no tenía oficio conocido, ni beneficio decían las señoras chismosas, que como todos sabemos son las notarios en los pueblos chicos. Las personas comenzaban a murmurar y le preguntaban a Felipe su horario de trabajo por incomodarlo pero con él no era. Sus amigos le aconsejaban, Felipe ya debes trabajar, tienes 28 años y debe ser incómodo pedir incluso la comida en tu propia casa si es que no trabajas. Felipe les decía, disculpen pero yo a ustedes no les pido nada porque se erizan. Por supuesto el primero de mayo lo veían y lo felicitaban, con un, Felipito déjame darte un abrazo sobretodo a ti, he venido de lejos solo para rendirte homenaje por el sudor que riegas y que sirve para fertilizar nuestros campos. Se escuchaban los discursos más creativos y propicios para la risa y para pasarla bien. Era la oportunidad para la chacota, la chanza. Y él, impertérrito, sonreía como burlándose de todos. Cuando habían huelgas le decían, Felipe, se han olvidado de asesorarse contigo, tú que eres el experto en esos menesteres por tu declarada huelga indefinida. Pero Felipe ni se inmutaba, hacía de cuenta que hablaban de otro.
Un día llegó a la tienda el rumor de que en la carretera a Querecotillo por la curva del cerro La Nariz del diablo, y a las tres de la madrugada, se había aparecido un fantasma de mujer a una pareja de enamorados. Los había asustado tremendamente pero después les había indicado un lugar para una excavación. Y al hacerla habían hallado unas joyas de oro que los sacó de pobres.
Ese día en la tienda a nadie le interesó el rumor excepto Felipe. Lo escuchó atentamente y puso en práctica un plan. Consiguió dinero para contratar a un taxista y un miércoles a las 2 de la mañana decidió ir en busca de fortuna. Paró a un taxista y lo contrató para ir a ese sitio. El taxista lo vió con cara de gay, porque siempre llevaba parejas a ese lugar solitario y no a un hombre, y para aclarar el tema le dijo amigo, yo respeto las preferencias personales pero esa nota de arrumacos entre hombres no va conmigo. Felipe se sorprendió de la suspicacia y luego se río. A continuación le dijo al taxista, no, no pasa nada, solo quiero el servicio de taxi. Así que acordaron el precio por una carrera ida y vuelta, que no era poco porque el sitio quedaba a 15 kilómetros de Sullana y la hora era especial. Iniciaron el recorrido y después de unos minutos llegaron a la curva. El cerro La Nariz del Diablo no era tan alto pero al recordar su nombre se persignaron y lo vieron imponente. Felipe le dijo al taxista, espérame unos 15 minutos y luego me llevas de regreso. Se armó de valor porque era consciente de que él valía muy poco, y se adentró hacia la oscuridad. Sacó un rosario de su bolsillo y lo cogió con las dos manos. El viento ululaba glacial, la noche era lo suficientemente oscura para amedrentar a los valientes y Felipe no era propietario de esa virtud, así que sentía escalofríos por cada paso que daba. Y de pronto algo se movió entre unos arbustos y salió despedido. Se movieron las ramas y liberaron a una pareja de búhos que habían sido distraídos en su romance melánico. Alzaron vuelo y se perdieron. Felipe resopló y agarró fuertemente el rosario. Avanzó con más cautela, y en la oscuridad se imaginaba formas pero no había contacto. Continuó, tropezó con algo y cayó al suelo. Tocó a tientas y reconoció el esqueleto de algún animal o de un humano. No tuvo tiempo ni la valentía para disipar la duda. Sudaba frío y estaba a punto de rendirse. Se incorporó y caminó unos pasos y de pronto en el horizonte cercano que marcaba una hondonada vió un resplandor y vió elevarse una especie de sotana blanca que se paró frente a él como a unos diez metros. En la oscuridad de la capucha que dominaba la sotana le pareció ver a una mujer muy triste. Y de pronto escuchó: Feliiiiipeeeeee, a quéééé has veniiiiiido. Felipe antes de desmayarse tomó aliento y le dijo, Animita, anini mimita, quiero plata, dinero. Y el espectro, como son los de su especie, que todo lo saben, le dijo, Trabaaaaja Feliiiiipeeee.
CUENTO CORTO : JUGADA SUCIA - A.GUERRÓN O.
recordaba donde la había dejado. Toda su familia apuntaba a que era en alguno de los casinos que frecuentaba compulsivamente. Pero ella decía no, fue mucho antes y no fue en un casino. Simplemente no recordaba y no le interesaba precisar donde enterró el recato. Su hogar se había destruido, el gran culpable era su esposo, violento por devoción y casi sádico por vocación. Sus hijos ya no estaban. Raquel no se diferenciaba en nada de una gran ama de casa sino porque inició sus vericuetos, que después se enredaron y la atraparon, en un garito. Las luces, la musiquita, el humo de tabaco que la asfixiaba, la posibilidad de entablar conversaciones con desconocidos y asesorarlos, sobre todo cuando se le acababa el dinero y no quería irse. Darles confianza y poco a poco transformarse en una mujer deseada; sentir que podía manipularlos e incluso llegar a recibir dinero de algunos y agradecerles con un beso, que ellos reclamaban con el pensamiento y que ni siquiera se lo pedían. Ella tomaba la iniciativa, les agarraba sus manos y sentía sus tremores sexuales.
Cuando entraba al casino su sangre le hervía, era saludada por casi todos, el pulso se le aceleraba y los elásticos de su ropaje se le aflojaban. Ella reía y decía, si supieran en mi casa en la vampiresa en que me he convertido. Permitía que algunos, solo dos en especial, se le acercaran y la tocaran, la manosearan, le hablaran al oído. Don José y Carlos eran su reserva de inmoral para cuando se quedara sin dinero, que era casi siempre y bien rápido. Su esposo permitía que fuera sola y ella le pagaba con solvencia, con la mayor deslealtad. Cuando la iba a recoger lo llamaba por celular y estaba pendiente de su llegada para retirarse discretamente de sus amantes y recibirlo con cariño. Soy la muerte, decía y sonreía.
Cada vez perdía más y más dinero, el que ganaba su esposo, el que le enviaba su hijo, el que ganaba ella. Mentía, decía que siempre ganaba, y alguna vez inventó un secuestro y robo para justificar la pérdida de una considerable cantidad de dinero. Y se engañaba diciendo que ella controlaba cuando quisiera esa afición. Se justificaba diciéndose que cuando sus hijos fueron pequeños se dedicó enteramente a ellos y que ahora ya podía dedicarse a ella.
No supo en que momento perdió el decoro con Don José. Con él sí fue un cuento hadas, en cambio con Carlos fue solo fiereza y descontrol. Un día yéndose a los baños del casino, eran las tres de la mañana, la jaló y la poseyó en los baños del casino. Carlos tenía un taxi, en él, ella se vendía por 50 soles, iban a la playa y consumaban un estupro moral y la convertía en su esclava por media hora.
Un día su esposo no fue a buscarla y le comunicó este detalle por teléfono. Fue suficiente, jugó hasta la plata del taxi de regreso, Carlos no estaba y cuando se quedó totalmente huérfana de dinero, se le acercó a Don José y le dijo, putescamente, Pepito, a qué horas te vas. Don José le dijo, contigo adonde sea y a la hora que quieras. Coquetamente le respondió, ya pues, Pepito a que hora nos vamos porque me he quedado misión imposible (en Perú, es una forma de decir que no tienes ni un cobre). Pero me hubieras dicho pues Raquelita, toma 50 soles para que juegues un rato más. Pero y si viene tu esposo, inquirió Don José para tener más datos. Ella, para excitarlo, le dijo hoy día no va a venir, está durmiendo. Don José le dijo, con una mujer como tú, yo ni dormiría. Ella se sintió halagada. Se pidieron dos tragos y dos más para entrar en calor. Fue a comprar fichas de juego y Don José le dijo, Raquelita, mi amor, ven a mi lado porque tú me traes suerte. Ella obedeció. Ahora eran un tándem. De pronto Don José ganó, la máquina se iluminó y empezó la fanfarria del vómito feliz. La máquina lanzaba desaforadamente fichas, fueron 900 nuevos soles y Don José aprovechó para decirle, ya ves Raquelita, tú me traes suerte y la abrazó, y la besó y ella se dejó besar y luego lo apartó. Luego Don José le dijo, voy a compartir mi ganancia contigo porque es justo. Toma 200 soles para ti. Pero Raquelita, quiero pedirte algo, vamos a celebrar, aquí al costado hay un snack bar bien discreto. Ay Pepito, tú sabes que soy casada, como me pides eso. Don José, que ya tenía los espermatozoides en el cerebro, le dijo pero si solo vamos a tomar unos tragos. Está bien, dijo Raquel, pero primero salgo yo y te espero. Raquel salió a lavarse las manos. Y salió del casino, luego caminó hacia el bar y se sentó en una mesa. Pidió un trago. Llegó Don José y le dijo vamos al tercer piso, porque allí funciona una discoteca. Tenemos 700 soles para celebrar nuestra buena suerte. Raquel se dejó tomar de la mano y apoyó su cabeza en el hombro de Don José. El la besó tiernamente. Cupido los había atravesado. Si en el mundo hubiera que buscar el amor, allí estaba. Subieron al tercer piso y el lugar tenía una parafernalia de caverna y con poca luz. Raquel apagó el celular, sabía que había cruzado el Rubicón hace rato. Bailaron una salsa y ella le movió infernalmente las caderas, él estaba excitadísimo. Luego bailaron una balada y ella sintió el falo de Don José que pugnaba por abrirse paso de su pantalón. Y sintió su erección como preludio de un orgasmo. Hace tiempo que con su esposo no sentía ese tipo de pecados. Don José la rodeó con sus manos y las bajó, le acarició las nalgas. Ella se juntó a su cuerpo y se sobó, como enemiga, contra él. Y llamó al mozo y le dijo, dános una habitación. Ella se sorprendió y a la vez agradeció que las cosas se dieran tan fácil. Fueron a la habitación y Don José se volvió loco, la besó hasta el infinito. Ella fue inmensamente feliz. Don José luego le ofreció su estandarte que usaba para colonizar tierras extrañas. Ella lo acarició y lo llenó de los más encendidos besos que hubiera dado. Se sintió una hembra completamente animal. Había obedecido a sus instintos. El la poseyó varias veces, y ella gritó, se desgarró. Y juró no dejarlo nunca más. Finalmente se bañaron, se prodigaron las más tiernas caricias y el amor surgió solemne, triunfante, más allá de los prejuicios, más allá de la moral, más allá del alfa y del omega.
Eran las cuatro de la mañana, debían irse. Bajaron y cuando se acariciaban en las escaleras tuvieron la tentación de volver a la habitación para dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Ella le dijo yo voy a salir primero, se encontraron en la esquina, tomaron un taxi, él la dejó en la puerta de su casa y le dijo, tengo celos de que tu marido te haga el amor. Ella le dijo, no te preocupes, él está dormido. Se dieron un beso de cuento de hadas, ya lo dije, y se despidieron. Ella bajó del auto y entró a su casa. Su esposo medio dormido le dijo, y mami, qué tal te fue. Ella le dijo muy bien y sonrió.
Cuando entraba al casino su sangre le hervía, era saludada por casi todos, el pulso se le aceleraba y los elásticos de su ropaje se le aflojaban. Ella reía y decía, si supieran en mi casa en la vampiresa en que me he convertido. Permitía que algunos, solo dos en especial, se le acercaran y la tocaran, la manosearan, le hablaran al oído. Don José y Carlos eran su reserva de inmoral para cuando se quedara sin dinero, que era casi siempre y bien rápido. Su esposo permitía que fuera sola y ella le pagaba con solvencia, con la mayor deslealtad. Cuando la iba a recoger lo llamaba por celular y estaba pendiente de su llegada para retirarse discretamente de sus amantes y recibirlo con cariño. Soy la muerte, decía y sonreía.
Cada vez perdía más y más dinero, el que ganaba su esposo, el que le enviaba su hijo, el que ganaba ella. Mentía, decía que siempre ganaba, y alguna vez inventó un secuestro y robo para justificar la pérdida de una considerable cantidad de dinero. Y se engañaba diciendo que ella controlaba cuando quisiera esa afición. Se justificaba diciéndose que cuando sus hijos fueron pequeños se dedicó enteramente a ellos y que ahora ya podía dedicarse a ella.
No supo en que momento perdió el decoro con Don José. Con él sí fue un cuento hadas, en cambio con Carlos fue solo fiereza y descontrol. Un día yéndose a los baños del casino, eran las tres de la mañana, la jaló y la poseyó en los baños del casino. Carlos tenía un taxi, en él, ella se vendía por 50 soles, iban a la playa y consumaban un estupro moral y la convertía en su esclava por media hora.
Un día su esposo no fue a buscarla y le comunicó este detalle por teléfono. Fue suficiente, jugó hasta la plata del taxi de regreso, Carlos no estaba y cuando se quedó totalmente huérfana de dinero, se le acercó a Don José y le dijo, putescamente, Pepito, a qué horas te vas. Don José le dijo, contigo adonde sea y a la hora que quieras. Coquetamente le respondió, ya pues, Pepito a que hora nos vamos porque me he quedado misión imposible (en Perú, es una forma de decir que no tienes ni un cobre). Pero me hubieras dicho pues Raquelita, toma 50 soles para que juegues un rato más. Pero y si viene tu esposo, inquirió Don José para tener más datos. Ella, para excitarlo, le dijo hoy día no va a venir, está durmiendo. Don José le dijo, con una mujer como tú, yo ni dormiría. Ella se sintió halagada. Se pidieron dos tragos y dos más para entrar en calor. Fue a comprar fichas de juego y Don José le dijo, Raquelita, mi amor, ven a mi lado porque tú me traes suerte. Ella obedeció. Ahora eran un tándem. De pronto Don José ganó, la máquina se iluminó y empezó la fanfarria del vómito feliz. La máquina lanzaba desaforadamente fichas, fueron 900 nuevos soles y Don José aprovechó para decirle, ya ves Raquelita, tú me traes suerte y la abrazó, y la besó y ella se dejó besar y luego lo apartó. Luego Don José le dijo, voy a compartir mi ganancia contigo porque es justo. Toma 200 soles para ti. Pero Raquelita, quiero pedirte algo, vamos a celebrar, aquí al costado hay un snack bar bien discreto. Ay Pepito, tú sabes que soy casada, como me pides eso. Don José, que ya tenía los espermatozoides en el cerebro, le dijo pero si solo vamos a tomar unos tragos. Está bien, dijo Raquel, pero primero salgo yo y te espero. Raquel salió a lavarse las manos. Y salió del casino, luego caminó hacia el bar y se sentó en una mesa. Pidió un trago. Llegó Don José y le dijo vamos al tercer piso, porque allí funciona una discoteca. Tenemos 700 soles para celebrar nuestra buena suerte. Raquel se dejó tomar de la mano y apoyó su cabeza en el hombro de Don José. El la besó tiernamente. Cupido los había atravesado. Si en el mundo hubiera que buscar el amor, allí estaba. Subieron al tercer piso y el lugar tenía una parafernalia de caverna y con poca luz. Raquel apagó el celular, sabía que había cruzado el Rubicón hace rato. Bailaron una salsa y ella le movió infernalmente las caderas, él estaba excitadísimo. Luego bailaron una balada y ella sintió el falo de Don José que pugnaba por abrirse paso de su pantalón. Y sintió su erección como preludio de un orgasmo. Hace tiempo que con su esposo no sentía ese tipo de pecados. Don José la rodeó con sus manos y las bajó, le acarició las nalgas. Ella se juntó a su cuerpo y se sobó, como enemiga, contra él. Y llamó al mozo y le dijo, dános una habitación. Ella se sorprendió y a la vez agradeció que las cosas se dieran tan fácil. Fueron a la habitación y Don José se volvió loco, la besó hasta el infinito. Ella fue inmensamente feliz. Don José luego le ofreció su estandarte que usaba para colonizar tierras extrañas. Ella lo acarició y lo llenó de los más encendidos besos que hubiera dado. Se sintió una hembra completamente animal. Había obedecido a sus instintos. El la poseyó varias veces, y ella gritó, se desgarró. Y juró no dejarlo nunca más. Finalmente se bañaron, se prodigaron las más tiernas caricias y el amor surgió solemne, triunfante, más allá de los prejuicios, más allá de la moral, más allá del alfa y del omega.
Eran las cuatro de la mañana, debían irse. Bajaron y cuando se acariciaban en las escaleras tuvieron la tentación de volver a la habitación para dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Ella le dijo yo voy a salir primero, se encontraron en la esquina, tomaron un taxi, él la dejó en la puerta de su casa y le dijo, tengo celos de que tu marido te haga el amor. Ella le dijo, no te preocupes, él está dormido. Se dieron un beso de cuento de hadas, ya lo dije, y se despidieron. Ella bajó del auto y entró a su casa. Su esposo medio dormido le dijo, y mami, qué tal te fue. Ella le dijo muy bien y sonrió.
CUENTO CORTO : TAXISTA A PLAZOS -A.GUERRÓN O.
Yo soy taxista desde hace 10 años. La empresa donde trabajaba quebró y felizmente con mi despedida me dieron una indemnización que me sirvió para comprarme un auto y trabajarlo como taxista. A los 3 años unos tipos, que no parecían malhechores, me pusieron una navaja en el cuello y me quitaron toda mi fortuna. Nunca recuperé mi herramienta para enfrentar a la vida con más ilusión. Desde entonces cada vez que puedo, consigo a alguien que me dé en alquiler un auto para trabajar diariamente.
Hoy es domingo y quiero trabajar para encontrarme a mí mismo. Ya no tengo a nadie, mis hijos han viajado al exterior y mi esposa me ha abandonado. Me han dado en alquiler un automóvil Toyota sedán (a propósito se han dado cuenta que en los suicidios, el detective siempre debe buscar el auto-móvil. Esa anécdota es buena, se me ocurrió sólo porque soy taxista) y salí a recorrer la ciudad de Lima para conseguir algunos clientes. Les diré que las Plazas, más que las calles, siempre me han fascinado, por su belleza, por su forma, por su obligación de aduana del tráfico. Pasé por la Plaza del distrito de San Luis, que une a las avenidas Aviación, Arriola y San Juan. Esta es una Plaza ovoide, bastante descuidada y con unos monumentos poco famosos. Circundé la plaza y fui a llenar el tanque de gasolina de mi carro en un grifo del contorno. Mientras llenaba el tanque, pensaba en cómo se puede conocer una Plaza bastante bien. Y me respondía, poniendo tu humanidad en ella, llorando en la plaza algún amor extraviado, descansando en un día de sol, leyendo el periódico una mañana de domingo, quedarse en la Plaza viendo pasar a los autos, y sobre todo, certificando que el mundo da muchas vueltas. Pagué por el combustible y salí en primera, avancé una cuadra y volteé en U para regresar a la Plaza. Por alguna razón imánica ingresé a la Plaza e inicié un recorrido que transformaría mi manera de ver al mundo. Me coloqué muy cerca al borde de la acera de la Plaza y empecé a dar vueltas. Estaba concentrado en el trayecto y de vez en cuando veía a los conductores que pasaban cerca a mí. Seguí con la segunda, tercera y cuarta vueltas. Nadie se dio cuenta de lo raro de mi camino. Ví las bancas en varios ángulos, a una pareja besándose en todos los perfiles, al monumento que me miraba fijamente, luego con el rabillo de sus ojos y finalmente el monumento me perdía al darle la espalda para a continuación volver a verme. Los edificios de los contornos tenían otros detalles que no había observado en las primeras vueltas, era increíble, parecía que los dueños se apresuraban en cambiarlos en cada redondel que dibujaba. Yo seguía dando vueltas y aparecían nuevos personajes, un heladero que se estacionaba, que vendía su algidez y que luego iniciaba el éxodo para una vida mejor. Unos jóvenes esperaban un ómnibus de servicio público para que los llevara a una reunión agradable que se adivinaba en la expectativa de sus ojos. Yo los veía que se acercaban y luego se alejaban y al volver a verlos estaban en diferentes órdenes y me preguntaba si eran los mismos o no. Es que el orden importa, yo tenía un orden tenía un recorrido fijo, yo sabía cómo empecé este negocio pero no sabía cómo iba a terminarlo, en todo caso no lo premedité, que conste. Yo seguía dando vueltas y poco a poco me convencía que eso era lo que quería y nadie tenía que criticarme por ello. Cuando pasaba por el mismo lugar se me ocurría que no había pasado el tiempo y que no había envejecido. Y eso me seducía tremendamente. Continué mi recorrido y recordé las tantas veces que cumplí ciclos en mi vida, me divorcié dos veces, perdí mi trabajo en tres oportunidades, los ciclos de todos los días que viví, las veces que me perdonaron antes de volver a agredir a mis seres mal queridos, los libros que leí en repetidas oportunidades. Seguí dando vueltas y sonreí. Me pregunté, porque no me voy, porque no salgo del ruedo. Ya no podía irme, esa era la pesadilla (¿o la felicidad?) que tantas veces me acosó hasta acorralarme y que hoy tenía la brillante oportunidad de cumplirse. Hay destinos que son circulares y más exactamente, ovoides. Seguí dando vueltas y algunas personas se dieron cuenta de ese proceder que les resultaba absurdo, les resultaba incómodo, les recordaba cuán cuerdos eran y eso es subversivo. Empezaron a avisar a otras personas que había un auto con un camino raro con un chofer inescrutable, pero que lo más probable es que estuviera loco. Algunos aplaudían cada vuelta que terminaba o que empezaba. Empezaron a aglomerarse, de pronto fui famoso, me había convertido en un reality. Pero ellos se desilusionaban, cuando se percataban que lo mío, iba en serio. Y cambiaron el tono de la alarma, cuando lanzaron el alerta de peligro y avisaron a la policía. Saben, yo no le estaba haciendo daño a nadie, yo me cuidaba de no estorbar al tráfico. Por último, no está prohibido dar vueltas a una Plaza. Pero me quisieron detener. Entonces ví a un camión que ingresaba a la Plaza, aceleré lo más que pude en la primera vuelta, me había transformado en la imaginación de esos trasnochados denunciantes, frenaba en las curvas, mientras no perdía de vista al camión, e inicié la última acelerada para impactarlo justo en la curva. Me enclavé debajo de su chasis, pero el golpe me despistó y con mi auto dí varias vueltas de campana. Vueltas, vueltas y más vueltas.
Hoy es domingo y quiero trabajar para encontrarme a mí mismo. Ya no tengo a nadie, mis hijos han viajado al exterior y mi esposa me ha abandonado. Me han dado en alquiler un automóvil Toyota sedán (a propósito se han dado cuenta que en los suicidios, el detective siempre debe buscar el auto-móvil. Esa anécdota es buena, se me ocurrió sólo porque soy taxista) y salí a recorrer la ciudad de Lima para conseguir algunos clientes. Les diré que las Plazas, más que las calles, siempre me han fascinado, por su belleza, por su forma, por su obligación de aduana del tráfico. Pasé por la Plaza del distrito de San Luis, que une a las avenidas Aviación, Arriola y San Juan. Esta es una Plaza ovoide, bastante descuidada y con unos monumentos poco famosos. Circundé la plaza y fui a llenar el tanque de gasolina de mi carro en un grifo del contorno. Mientras llenaba el tanque, pensaba en cómo se puede conocer una Plaza bastante bien. Y me respondía, poniendo tu humanidad en ella, llorando en la plaza algún amor extraviado, descansando en un día de sol, leyendo el periódico una mañana de domingo, quedarse en la Plaza viendo pasar a los autos, y sobre todo, certificando que el mundo da muchas vueltas. Pagué por el combustible y salí en primera, avancé una cuadra y volteé en U para regresar a la Plaza. Por alguna razón imánica ingresé a la Plaza e inicié un recorrido que transformaría mi manera de ver al mundo. Me coloqué muy cerca al borde de la acera de la Plaza y empecé a dar vueltas. Estaba concentrado en el trayecto y de vez en cuando veía a los conductores que pasaban cerca a mí. Seguí con la segunda, tercera y cuarta vueltas. Nadie se dio cuenta de lo raro de mi camino. Ví las bancas en varios ángulos, a una pareja besándose en todos los perfiles, al monumento que me miraba fijamente, luego con el rabillo de sus ojos y finalmente el monumento me perdía al darle la espalda para a continuación volver a verme. Los edificios de los contornos tenían otros detalles que no había observado en las primeras vueltas, era increíble, parecía que los dueños se apresuraban en cambiarlos en cada redondel que dibujaba. Yo seguía dando vueltas y aparecían nuevos personajes, un heladero que se estacionaba, que vendía su algidez y que luego iniciaba el éxodo para una vida mejor. Unos jóvenes esperaban un ómnibus de servicio público para que los llevara a una reunión agradable que se adivinaba en la expectativa de sus ojos. Yo los veía que se acercaban y luego se alejaban y al volver a verlos estaban en diferentes órdenes y me preguntaba si eran los mismos o no. Es que el orden importa, yo tenía un orden tenía un recorrido fijo, yo sabía cómo empecé este negocio pero no sabía cómo iba a terminarlo, en todo caso no lo premedité, que conste. Yo seguía dando vueltas y poco a poco me convencía que eso era lo que quería y nadie tenía que criticarme por ello. Cuando pasaba por el mismo lugar se me ocurría que no había pasado el tiempo y que no había envejecido. Y eso me seducía tremendamente. Continué mi recorrido y recordé las tantas veces que cumplí ciclos en mi vida, me divorcié dos veces, perdí mi trabajo en tres oportunidades, los ciclos de todos los días que viví, las veces que me perdonaron antes de volver a agredir a mis seres mal queridos, los libros que leí en repetidas oportunidades. Seguí dando vueltas y sonreí. Me pregunté, porque no me voy, porque no salgo del ruedo. Ya no podía irme, esa era la pesadilla (¿o la felicidad?) que tantas veces me acosó hasta acorralarme y que hoy tenía la brillante oportunidad de cumplirse. Hay destinos que son circulares y más exactamente, ovoides. Seguí dando vueltas y algunas personas se dieron cuenta de ese proceder que les resultaba absurdo, les resultaba incómodo, les recordaba cuán cuerdos eran y eso es subversivo. Empezaron a avisar a otras personas que había un auto con un camino raro con un chofer inescrutable, pero que lo más probable es que estuviera loco. Algunos aplaudían cada vuelta que terminaba o que empezaba. Empezaron a aglomerarse, de pronto fui famoso, me había convertido en un reality. Pero ellos se desilusionaban, cuando se percataban que lo mío, iba en serio. Y cambiaron el tono de la alarma, cuando lanzaron el alerta de peligro y avisaron a la policía. Saben, yo no le estaba haciendo daño a nadie, yo me cuidaba de no estorbar al tráfico. Por último, no está prohibido dar vueltas a una Plaza. Pero me quisieron detener. Entonces ví a un camión que ingresaba a la Plaza, aceleré lo más que pude en la primera vuelta, me había transformado en la imaginación de esos trasnochados denunciantes, frenaba en las curvas, mientras no perdía de vista al camión, e inicié la última acelerada para impactarlo justo en la curva. Me enclavé debajo de su chasis, pero el golpe me despistó y con mi auto dí varias vueltas de campana. Vueltas, vueltas y más vueltas.
CUENTO CORTO : ESTOY MUERTO - A.GUERRÓN O.
Alberto había perdido la ilusión de seguir, el sabor por las cosas simples y sintió, en lo más profundo de su ser, que ese día debía tomar una decisión. Analizó su decisión y convino en que era muy lógica y pensó, ya no voy a comer. Ya no necesito energía, ya no voy a trabajar, voy a quedarme quieto, completamente inmóvil. Si no me muevo no será necesario que ingiera alimentos. Voy a tratar de no pensar e incluso me voy a deshacer de mis sentimientos, de mis recuerdos. Ya había estado practicando ejercicios de inmovilidad y había sido traicionado por sus párpados y por su tórax. Sus párpados invariablemente batían, cual persianas, la ventana de sus ojos. Y no podía evitarlo, así que, como una solución brillante aunque totalmente oscura decidió cerrar los ojos. Y al tórax, pensó, ¿ cómo detenerlo ?, podía hacerlo por algunos minutos. Aguantaba la respiración y conseguía un estado de hibernación que deseaba que fuera para siempre y que invariablemente terminara con él en pocos días. Pero el tórax, terco, después de una licencia de algunos minutos siempre crecía, como el fuelle que es, y volvía al punto de inicio una y otra vez.
Alberto se preguntó, para que voy a comer si yo sé que no tengo vísceras, no tengo tripas, no poseo intestinos a los que les sirva el alimento diario que me pueda conseguir. Además que cada vez se ha puesto más difícil conseguir alimento. Definitivamente ya no necesito comer y además quiero protestar contra el mundo. Así que ya no voy a comer.
Alberto se hizo la última pregunta, yo estaré vivo o estoy muerto. Se desabotonó la camisa y puso delicadamente la palma de su mano derecha sobre su pecho para detectar aunque sea un mínimo latido. No sintió la más mínima vibración, se dio cuenta que estaba descorazonado. Era la prueba que le faltaba. Sacó la mano, cerró su camisa y dijo, estoy muerto.
Alberto se preguntó, para que voy a comer si yo sé que no tengo vísceras, no tengo tripas, no poseo intestinos a los que les sirva el alimento diario que me pueda conseguir. Además que cada vez se ha puesto más difícil conseguir alimento. Definitivamente ya no necesito comer y además quiero protestar contra el mundo. Así que ya no voy a comer.
Alberto se hizo la última pregunta, yo estaré vivo o estoy muerto. Se desabotonó la camisa y puso delicadamente la palma de su mano derecha sobre su pecho para detectar aunque sea un mínimo latido. No sintió la más mínima vibración, se dio cuenta que estaba descorazonado. Era la prueba que le faltaba. Sacó la mano, cerró su camisa y dijo, estoy muerto.
CUENTO CORTO : EL BUEN LADRÓN - A.GUERRÓN O.
Yo soy un ladrón y para mí a mucha honra (deshonra dice la gente). Ser ladrón no es fácil. La gente critica basada en juicios de valor que en estos tiempos de globalización no tienen sentido. Todos robamos, unos más que otros. Los obreros, los gerentes, los profesionales, los políticos, los banqueros, los padres, los hijos, los religiosos, los países. Estamos en la cultura del robo.
Los obreros no trabajan lo que debieran amparados en bajos salarios que a su vez, son el robo de los gerentes y de los dueños de las empresas. Los banqueros ni que decir, pueden robar a su regalado gusto y si se les descubre resulta de necesidad nacional rescatarlos y es deber patriótico no juzgarlos a causa de un interés supremo, mantener la indemnidad del sistema financiero. El robo perfecto. Bien lo decía Brecht.
Los padres roban el tiempo que les corresponde a los hijos y se justifican diciendo que los tiempos están difíciles y que es menester trabajar cada vez más. Las empresas roban el tiempo familiar, han invadido con los celulares, la internet ese espacio vital en que la familia se desarrollaba y que proveía de un mínimo equilibrio para la personalidad de sus integrantes. Las empresas justifican su robo diciendo que la competencia es salvaje y que los trabajadores deben estar plenamente identificados y dispuestos las 24 horas para colaborar. Los horarios resulta que ahora son defectos arcaicos que deben superarse en la hora actual para acceder al desarrollo que es otro robo. Los países se desarrollan cuando uno le roba al otro. Así que debemos prepararnos para robar.
También los padres se justifican diciendo que no interesa la cantidad de tiempo que les entregan a sus hijos, y dicen que lo que interesa es la calidad del tiempo que dan a su prole. En esa lógica, que es un robo descarado, se va a llegar al minuto semanal ofrendado de los padres para sus hijos pero un minuto completamente denso, completo, cabal, entero, casi con el peso gravitatorio de un agujero negro.
Y los religiosos roban nuestra libertad de creer en lo que deseamos libremente o no creer en nada que ya es creer. Nos infunden miedo, ergo nos roban la valentía.
Así que no se extrañen que yo tenga el orgullo de ser ladrón, pero no un simple ladrón, soy un predador y me considero un artista en este quehacer. Me despierto a las seis de la mañana desayuno algo frugal y luego busco a mis amigos con los que trabajo en equipo. Nos estacionamos en una esquina. Esperamos pacientemente. Soportamos las miradas de los que nos reconocen, nos da algo de vergüenza pero que le vamos a hacer, ese es nuestro trabajo. Ser ladrón no es fácil, la gente habla estupideces. Haber, quiero verlos que vengan a ganarse la vida robando a nuestro estilo y les aseguro que no sacarán ni para un pan. En cambio ellos roban más sutilmente en todos los demás ámbitos que les he mencionado. Nosotros debemos soportar el frío, el chantaje de los serenos, de la policía. A veces otros grupos ( ¿ puedo llamarlos colegas sin que se rían ? Se dan cuenta ni siquiera nos toman en serio) invaden nuestro territorio y es necesario aclarar muy virilmente con ellos los límites porque si no perdemos nuestro posicionamiento en este mercado, que varios años de esfuerzo nos ha costado.
Recuérdenlo ser ladrón no es fácil. Nosotros tratamos de no hacer daño, abordamos personas descuidadas, arrebatamos teléfonos celulares previa constatación de su valor para que sea rentable, monederos, carteras, bolsas de compras, aretes de oro. Muchas veces nos estafan, podría decirse, brilla como oro, se ve como oro, se luce como oro, la hace bonita a la chica, como el oro y cuando nuestro amigo reducidor le vierte el ácido para comprobar su nobleza resulta que no es oro. Trabajo por las puras. ¿Quién ha robado a quién?
Toda la mañana estamos analizando movimientos y tomando decisiones, manejamos un lenguaje no verbal casi perfecto, ademanes, silbidos. Y también nos desplazamos cuando se aparecen los policías y los serenos. Felizmente sabemos sus horarios de relevo y aprovechamos al máximo esas horas para trabajar libremente. A mediodía hacemos un alto para almorzar. Yo rezo antes de tomar mis alimentos y le agradezco a Dios porque provee para mis necesidades y las de mi familia. Yo soy responsable. El dinero que obtengo lo llevo para mis criaturas y a veces disfruto con algunas chicas un momento de relax sobretodo los sábados por la tarde. Nosotros los ladrones no tenemos seguro social, ni jubilación, ni vacaciones y así dicen que ¿es fácil ser ladrón? Un poco más de respeto. Creo que tengo la suficiente autoridad moral para reclamar un trato diferente.
Muchos de mis trabajos ocurren sin que la persona se dé cuenta, pero eso es arte y el arte no se aprende de la noche a la mañana. Es un acúmulo de experiencias, incorporación a tu personalidad de los consejos de tus padres, de tus profesores, en el sentido de que lo que hagas en tu vida házlo bien. Muchas veces he pensado que en varios de mis trabajos me han debido aplaudir y la gente ha maldecido. Es increíble. Yo soy un ladrón y reclamo consideración porque somos colegas todos, unos más que otros.
Después de almorzar un menú barato, salimos a trabajar nuevamente. Subimos a los medios de transporte masivo, analizamos las posibilidades de éxito. A veces me distrae algún culo formidable. Esa es otra de mis habilidades artísticas, una especie de radar localizador de culos, pero ¡ Qué culos ¡. Lamentablemente esta habilidad se convierte en defecto porque muchas colisiona con la concentración que exige mi serio trabajo de robar y muchas veces me ha hecho perder plata por quedarme embelesado con un trasero de orgía.
Alguna vez, cuando me ha ido mal o regular, le he pedido a Dios que me envíe un regalo y casi al final del día se ha aparecido un señor con una apariencia de jubilado saliendo del banco y con el bolsillo hinchado. Junto mis manos, cierro mis ojos, elevo mi rostro y le agradezco a mi Dios Todopoderoso. Lo seguimos a nuestro elegido y en el momento preciso lo abordamos y lo bolsiqueamos. Nos salva el día, lo cual agradezco muy sinceramente a nuestro Creador. Al fin Dios es un padre y los buenos padres como él perdonan y aún más, proveen.
Mi máximo héroe es Dimas, el buen ladrón, pero la verdad no quiero morirme tan rápido y menos crucificado. Dimas llevó a nuestra profesión a los niveles más inimaginables y eso se venera. ¿Qué si quiero que mis hijos sean ladrones como yo actúo o ladrones de otro tipo ? No lo sé. En todo caso los voy a apoyar para que sean los ladrones del tipo que deseen.
Yo les dije soy un ladrón y no me avergüenzo, y sobretodo soy un artista, actúo sin que nadie se dé cuenta. Incluso pude arrebatarles en este mensaje algunos minutos de su tiempo y recién lo notaron. Por eso digo que ser ladrón es mi vocación.
Los obreros no trabajan lo que debieran amparados en bajos salarios que a su vez, son el robo de los gerentes y de los dueños de las empresas. Los banqueros ni que decir, pueden robar a su regalado gusto y si se les descubre resulta de necesidad nacional rescatarlos y es deber patriótico no juzgarlos a causa de un interés supremo, mantener la indemnidad del sistema financiero. El robo perfecto. Bien lo decía Brecht.
Los padres roban el tiempo que les corresponde a los hijos y se justifican diciendo que los tiempos están difíciles y que es menester trabajar cada vez más. Las empresas roban el tiempo familiar, han invadido con los celulares, la internet ese espacio vital en que la familia se desarrollaba y que proveía de un mínimo equilibrio para la personalidad de sus integrantes. Las empresas justifican su robo diciendo que la competencia es salvaje y que los trabajadores deben estar plenamente identificados y dispuestos las 24 horas para colaborar. Los horarios resulta que ahora son defectos arcaicos que deben superarse en la hora actual para acceder al desarrollo que es otro robo. Los países se desarrollan cuando uno le roba al otro. Así que debemos prepararnos para robar.
También los padres se justifican diciendo que no interesa la cantidad de tiempo que les entregan a sus hijos, y dicen que lo que interesa es la calidad del tiempo que dan a su prole. En esa lógica, que es un robo descarado, se va a llegar al minuto semanal ofrendado de los padres para sus hijos pero un minuto completamente denso, completo, cabal, entero, casi con el peso gravitatorio de un agujero negro.
Y los religiosos roban nuestra libertad de creer en lo que deseamos libremente o no creer en nada que ya es creer. Nos infunden miedo, ergo nos roban la valentía.
Así que no se extrañen que yo tenga el orgullo de ser ladrón, pero no un simple ladrón, soy un predador y me considero un artista en este quehacer. Me despierto a las seis de la mañana desayuno algo frugal y luego busco a mis amigos con los que trabajo en equipo. Nos estacionamos en una esquina. Esperamos pacientemente. Soportamos las miradas de los que nos reconocen, nos da algo de vergüenza pero que le vamos a hacer, ese es nuestro trabajo. Ser ladrón no es fácil, la gente habla estupideces. Haber, quiero verlos que vengan a ganarse la vida robando a nuestro estilo y les aseguro que no sacarán ni para un pan. En cambio ellos roban más sutilmente en todos los demás ámbitos que les he mencionado. Nosotros debemos soportar el frío, el chantaje de los serenos, de la policía. A veces otros grupos ( ¿ puedo llamarlos colegas sin que se rían ? Se dan cuenta ni siquiera nos toman en serio) invaden nuestro territorio y es necesario aclarar muy virilmente con ellos los límites porque si no perdemos nuestro posicionamiento en este mercado, que varios años de esfuerzo nos ha costado.
Recuérdenlo ser ladrón no es fácil. Nosotros tratamos de no hacer daño, abordamos personas descuidadas, arrebatamos teléfonos celulares previa constatación de su valor para que sea rentable, monederos, carteras, bolsas de compras, aretes de oro. Muchas veces nos estafan, podría decirse, brilla como oro, se ve como oro, se luce como oro, la hace bonita a la chica, como el oro y cuando nuestro amigo reducidor le vierte el ácido para comprobar su nobleza resulta que no es oro. Trabajo por las puras. ¿Quién ha robado a quién?
Toda la mañana estamos analizando movimientos y tomando decisiones, manejamos un lenguaje no verbal casi perfecto, ademanes, silbidos. Y también nos desplazamos cuando se aparecen los policías y los serenos. Felizmente sabemos sus horarios de relevo y aprovechamos al máximo esas horas para trabajar libremente. A mediodía hacemos un alto para almorzar. Yo rezo antes de tomar mis alimentos y le agradezco a Dios porque provee para mis necesidades y las de mi familia. Yo soy responsable. El dinero que obtengo lo llevo para mis criaturas y a veces disfruto con algunas chicas un momento de relax sobretodo los sábados por la tarde. Nosotros los ladrones no tenemos seguro social, ni jubilación, ni vacaciones y así dicen que ¿es fácil ser ladrón? Un poco más de respeto. Creo que tengo la suficiente autoridad moral para reclamar un trato diferente.
Muchos de mis trabajos ocurren sin que la persona se dé cuenta, pero eso es arte y el arte no se aprende de la noche a la mañana. Es un acúmulo de experiencias, incorporación a tu personalidad de los consejos de tus padres, de tus profesores, en el sentido de que lo que hagas en tu vida házlo bien. Muchas veces he pensado que en varios de mis trabajos me han debido aplaudir y la gente ha maldecido. Es increíble. Yo soy un ladrón y reclamo consideración porque somos colegas todos, unos más que otros.
Después de almorzar un menú barato, salimos a trabajar nuevamente. Subimos a los medios de transporte masivo, analizamos las posibilidades de éxito. A veces me distrae algún culo formidable. Esa es otra de mis habilidades artísticas, una especie de radar localizador de culos, pero ¡ Qué culos ¡. Lamentablemente esta habilidad se convierte en defecto porque muchas colisiona con la concentración que exige mi serio trabajo de robar y muchas veces me ha hecho perder plata por quedarme embelesado con un trasero de orgía.
Alguna vez, cuando me ha ido mal o regular, le he pedido a Dios que me envíe un regalo y casi al final del día se ha aparecido un señor con una apariencia de jubilado saliendo del banco y con el bolsillo hinchado. Junto mis manos, cierro mis ojos, elevo mi rostro y le agradezco a mi Dios Todopoderoso. Lo seguimos a nuestro elegido y en el momento preciso lo abordamos y lo bolsiqueamos. Nos salva el día, lo cual agradezco muy sinceramente a nuestro Creador. Al fin Dios es un padre y los buenos padres como él perdonan y aún más, proveen.
Mi máximo héroe es Dimas, el buen ladrón, pero la verdad no quiero morirme tan rápido y menos crucificado. Dimas llevó a nuestra profesión a los niveles más inimaginables y eso se venera. ¿Qué si quiero que mis hijos sean ladrones como yo actúo o ladrones de otro tipo ? No lo sé. En todo caso los voy a apoyar para que sean los ladrones del tipo que deseen.
Yo les dije soy un ladrón y no me avergüenzo, y sobretodo soy un artista, actúo sin que nadie se dé cuenta. Incluso pude arrebatarles en este mensaje algunos minutos de su tiempo y recién lo notaron. Por eso digo que ser ladrón es mi vocación.
CUENTO CORTO : TIRO DE GRACIAS - A.GUERRÓN O.
Tengo este Smith and Wesson cargado con seis balas. Lo he acariciado varias veces y en estos últimos tiempos he postergado la decisión de encaminar una bala sólo por cobardía. La valentía fue una enfermedad que se me ha ido curando con la edad. En los últimos años, un tiovivo me ha estado rondando la cabeza y su última parada, siempre, es mi sien derecha.
La gente dice que soy un siete vicios y no tengo argumentos para contradecir esa opinión. Algunos pueden calificarme de un hijo de puta y se quedan cortos. Reconocerlo es lo único de honestidad que me queda. Me he pasado la vida burlándome de todo y de todos. Y aquí estoy lamentándome. No he tenido coherencia, porque debería morir en mi ley, ser un hijo de puta toda la vida y ser un hijo de puta al final. Sin lamentos. Sería admirable y me ganaría el respeto.
En el juego de la vida debí jugarle aunque sea un boletito a mi hijo. Se me fue. Tuve la oportunidad en mis manos, incluso mi hijo me la brindó. Se acercó a pedirme ayuda al final de su carrera y como yo le había fallado, antes, muchas veces, me dijo, piénsalo pá, si no lo haces por cariño aunque sea juégate un albur, a lo mejor me va bien y yo podría ser tu bastón para la vejez. Y yo me molesté todavía, putamadre, me rasgué las vestiduras y le dije que cómo era posible que me dijera eso. Y le fallé en la última vez, era mi última oportunidad y no lo ayudé. Qué estúpido. Me ofreció una transacción, estaba fácil, incluso el monto que me pedía no estaba fuera de mi alcance, no debía invertir mucho. Pero no lo apoyé. Si lo ayudaba quedaba perdonado todo y se quedaba con una deuda eterna conmigo. Qué me hubiera costado ayudarlo aunque sea con alguito. Pero se me fue. Es que a mí tampoco me ayudaron. Ya sé que esto no sirve de justificación. Pero ya lo hice y tengo 80 años, estoy medio ciego y sobretodo, sólo. Hay una bala perdida en el tiempo que ya está encontrando su rumbo y que, inexorablemente, viene por mí.
La gente dice que uno de mis peores vicios es jugar juegos de azar. Yo no lo considero un vicio, modestamente, es mi profesión, corrijo, es mi religión. Se supone que a través de muchos años de jugador profesional he desarrollado una intuición especial para descifrar esos códigos que están velados para los profanos y que permiten poseer, a los iluminados como yo, más probabilidades para ganar. Se suponía. Y en la jugada de mi vida, cometo ese lance, increíble. A mí, todavía. Se me fue la jugada maestra, la que hoy cambiaría mi vida y me permitiría acceder a la muerte entre los míos. Si dicen que al mejor cazador se le va la paloma, diré que al peor jugador, al más vicioso se le fue un águila, porque mi hijo se transformó en un águila y yo pude haberme cobijado ahora, aunque sea un ratito, bajo su égida, sobretodo hoy que más lo necesito. Pero con que cara voy a pedirle perdón, y ayuda. No me habla desde hace 30 años y tiene toda la razón. Me lo he ganado. He agredido impunemente durante muchos años a su madre, a sus hermanos y a él. He desprestigiado el apellido, lo he relacionado con deudas, con estafas, con inmoralidades. Soy un paria y no puedo pretender ahora reivindicarme. ¿Cómo me recordarán en Sullana? como el alcahuete de los Generales. Es que yo llegué a grandes alturas. Puta, qué tal título, pero es lo máximo que he hecho. Les diré que en los tiempos del gobierno militar yo me ganaba la vida como proxeneta, poniéndoles hembras a los militares y me pasaba de rastrero (recién me he dado cuenta) dirigiéndome a ellos como "mi general". Es demasiado tarde. Ya no se puede retroceder lo vivido. Y todavía pienso, que imbécil conchesumadre. Me pude haber asegurado con mi hijo. En que mierda estaba pensando.
No lo veo hace 30 años, no conozco a mis nietos y por supuesto ni siquiera han querido conocerme. Sé de sus venas artísticas y de sus triunfos que no son míos definitivamente. Ya no existo. Vivo en una covacha. Y para colmo hace una hora, el destino, inclemente, ha tocado mi puerta, ha aparecido como una mano que parecía de apoyo pero que a la vez me ha lanzado la última bofetada. Me ha dado el aliento que me faltaba. Mi hijo ha venido a verme con dos hermosos jóvenes, mis dos nietos, a decirme que todo está olvidado, que no ha pasado nada y que quiere que viva con ellos. Y esto, es demasiado para mí. Le he agradecido con las únicas lágrimas que me quedaban, y le he dicho que por favor vuelva en la tarde a recogerme, mientras empaco algunas cosas, para irnos. Sin que él se lo proponga, me ha reducido a la mínima expresión, ya no queda nada de mí, es el adiós. Me siento una alimaña. Pero tamaña nobleza no puedo menos que corresponderla que con este tiro en la cabeza.
La gente dice que soy un siete vicios y no tengo argumentos para contradecir esa opinión. Algunos pueden calificarme de un hijo de puta y se quedan cortos. Reconocerlo es lo único de honestidad que me queda. Me he pasado la vida burlándome de todo y de todos. Y aquí estoy lamentándome. No he tenido coherencia, porque debería morir en mi ley, ser un hijo de puta toda la vida y ser un hijo de puta al final. Sin lamentos. Sería admirable y me ganaría el respeto.
En el juego de la vida debí jugarle aunque sea un boletito a mi hijo. Se me fue. Tuve la oportunidad en mis manos, incluso mi hijo me la brindó. Se acercó a pedirme ayuda al final de su carrera y como yo le había fallado, antes, muchas veces, me dijo, piénsalo pá, si no lo haces por cariño aunque sea juégate un albur, a lo mejor me va bien y yo podría ser tu bastón para la vejez. Y yo me molesté todavía, putamadre, me rasgué las vestiduras y le dije que cómo era posible que me dijera eso. Y le fallé en la última vez, era mi última oportunidad y no lo ayudé. Qué estúpido. Me ofreció una transacción, estaba fácil, incluso el monto que me pedía no estaba fuera de mi alcance, no debía invertir mucho. Pero no lo apoyé. Si lo ayudaba quedaba perdonado todo y se quedaba con una deuda eterna conmigo. Qué me hubiera costado ayudarlo aunque sea con alguito. Pero se me fue. Es que a mí tampoco me ayudaron. Ya sé que esto no sirve de justificación. Pero ya lo hice y tengo 80 años, estoy medio ciego y sobretodo, sólo. Hay una bala perdida en el tiempo que ya está encontrando su rumbo y que, inexorablemente, viene por mí.
La gente dice que uno de mis peores vicios es jugar juegos de azar. Yo no lo considero un vicio, modestamente, es mi profesión, corrijo, es mi religión. Se supone que a través de muchos años de jugador profesional he desarrollado una intuición especial para descifrar esos códigos que están velados para los profanos y que permiten poseer, a los iluminados como yo, más probabilidades para ganar. Se suponía. Y en la jugada de mi vida, cometo ese lance, increíble. A mí, todavía. Se me fue la jugada maestra, la que hoy cambiaría mi vida y me permitiría acceder a la muerte entre los míos. Si dicen que al mejor cazador se le va la paloma, diré que al peor jugador, al más vicioso se le fue un águila, porque mi hijo se transformó en un águila y yo pude haberme cobijado ahora, aunque sea un ratito, bajo su égida, sobretodo hoy que más lo necesito. Pero con que cara voy a pedirle perdón, y ayuda. No me habla desde hace 30 años y tiene toda la razón. Me lo he ganado. He agredido impunemente durante muchos años a su madre, a sus hermanos y a él. He desprestigiado el apellido, lo he relacionado con deudas, con estafas, con inmoralidades. Soy un paria y no puedo pretender ahora reivindicarme. ¿Cómo me recordarán en Sullana? como el alcahuete de los Generales. Es que yo llegué a grandes alturas. Puta, qué tal título, pero es lo máximo que he hecho. Les diré que en los tiempos del gobierno militar yo me ganaba la vida como proxeneta, poniéndoles hembras a los militares y me pasaba de rastrero (recién me he dado cuenta) dirigiéndome a ellos como "mi general". Es demasiado tarde. Ya no se puede retroceder lo vivido. Y todavía pienso, que imbécil conchesumadre. Me pude haber asegurado con mi hijo. En que mierda estaba pensando.
No lo veo hace 30 años, no conozco a mis nietos y por supuesto ni siquiera han querido conocerme. Sé de sus venas artísticas y de sus triunfos que no son míos definitivamente. Ya no existo. Vivo en una covacha. Y para colmo hace una hora, el destino, inclemente, ha tocado mi puerta, ha aparecido como una mano que parecía de apoyo pero que a la vez me ha lanzado la última bofetada. Me ha dado el aliento que me faltaba. Mi hijo ha venido a verme con dos hermosos jóvenes, mis dos nietos, a decirme que todo está olvidado, que no ha pasado nada y que quiere que viva con ellos. Y esto, es demasiado para mí. Le he agradecido con las únicas lágrimas que me quedaban, y le he dicho que por favor vuelva en la tarde a recogerme, mientras empaco algunas cosas, para irnos. Sin que él se lo proponga, me ha reducido a la mínima expresión, ya no queda nada de mí, es el adiós. Me siento una alimaña. Pero tamaña nobleza no puedo menos que corresponderla que con este tiro en la cabeza.
CUENTO CORTO: SAVIA DECISIÓN - A.GUERRÓN O.
Enrique se había percatado de un cambio. La oscuridad lo amodorraba, le robaba vitalidad, parecía robarle aire, intoxicarlo. Desde entonces evadió la oscuridad y los tonos grises de las estancias donde se desenvolvía su vida cotidiana. Buscó vivir la vida exclusivamente a colores. Él no supo a que atribuirlo. Como era propietario celoso de algunas fobias, trató de no hacerle caso a este deseo de escapar de las grisuras para no incorporarlo a su colección de temores infundados.
En cambio la luz solar le inyectaba entusiasmo, nuevas fuerzas, ganas de cantar, de moverse, de ser feliz. Había leído que el ritmo circadiano influía en el comportamiento de las personas, que los ciclos de luz y oscuridad determinaban actitudes; y eso lo tranquilizó. Pero ¿porqué esos síntomas se fueron arraigando y acrecentando? No tenía una respuesta. Entretanto la fotofilia se transformó en avidez y luego voracidad por los rayos solares.
También notó que empezaba a desear los espacios abiertos, se sentía libre y tenía la imperiosa necesidad de pararse e inclinarse de manera recta como un poste inclinado y sentir el bramido del viento en la cara. Empezó a gustarle hacer las inclinaciones para lados diferentes, elevar los brazos e inmovilizarlos y en ocasiones buscaba la inmovilidad total. Eso lo relajaba. En los parques y jardines su familia y amigos lo veían como un nuevo adepto al tai chi. De salud estaba bien.
Había leído que el agua era una maravilla y decidió desde ese momento de lucidez tomar una docena de vasos con agua al día. El agua también lo revitalizaba y sentía que le servía para otras cosas que su cuerpo sabiamente realizaba. La luz, el agua, las poses estáticas. En el barrio comentaban, otro loco más.
De pronto, un día cualquiera, comenzó a sentir que algunas de sus articulaciones se endurecían sin dolor. Consultó con el médico de la familia y le explicó que era algo así como anquílosis ósea y articular debido a sus 49 años. Él se dió ánimo y se dijo para sí mismo, felizmente que me dedico a lo natural, la luz solar, tomo abundante agua, hago ejercicios y no tengo hábitos nocivos como tabaquismo y alcohol. Porque si no me fuera peor con esta enfermedad reumática.
Continuó con su rutina, el trabajo, la familia. Se declaró un predicador de la vida sana y decidió dedicar parte de sus fuerzas a convencer a los profanos de las ventajas de los elementos naturales.
De los elementos que faltaban estaba el fuego y se dió cuenta que el fuego no le atraía y cayó en la cuenta que empezando con un respeto a las llamas estaba terminando con otra fobia por el fuego que no quería comprarse para siempre. Pero el barro, extrañamente empezaba a adquirir una importancia desde aquel día en que llovió y un aroma lo envolvió sensualmente. Investigó el origen del extraño olor y caminando por el jardín tomó un poco de barro entre las manos, lo olfateó y quedó hipnotizado. Este era el olor que estaba buscando hace tiempo y quiso saborearlo. Lo hizo, le gustó y pensó que eso no era cuerdo y otra vez tuvo miedo. Consultó nuevamente con su médico y le dijo que tal vez tenía anemia, porque en medicina cuando un paciente tiene anemia presenta avidez por los minerales primarios. Por lo que el facultativo le prescribió análisis sanguíneos y para su sorpresa y el desconcierto del galeno, los análisis salieron normales, no tenía anemia.
Y un día en la piel sintió una paquidermia incipiente que se fue apoderando de él. Su médico temió que tuviera dermatomiositis. Otra vez nunca llegó a certificar ese diagnóstico. Se hizo una herida y de la lesión brotó un exudado blanco que olía a resina.
Enrique comenzó a sentir que su movilidad se iba limitando, que su familia sufría. Incluso perdió el trabajo. Y una tarde tomó la decisión de ir al parque cercano a su domicilio. Penosamente caminó hasta los jardines del mencionado parque. Se detuvo, alzó los brazos y su piel rápidamente adoptó el acartonamiento y la tersura de la rusticidad. Sus pies se hundieron como en arenas movedizas. Sintió que su sangre adoptaba un tono rosado y luego blanquecino y finalmente, como un veneno largamente deseado, la savia se apoderó de él y le explicó su metamorfosis, su nueva vida.
Su familia lo buscó y nunca encontraron ningún rastro, ni de esperanza. Literalmente se lo había tragado la tierra. A pesar de que sus familiares pasaron muchos días y años muy cerca a él. Vió crecer a sus hijos. Cargó con alguno de ellos sin que se dieran cuenta y también con algunos nidos. Un sauce crece ahora en todos los crepúsculos sin pena ni gloria.
En cambio la luz solar le inyectaba entusiasmo, nuevas fuerzas, ganas de cantar, de moverse, de ser feliz. Había leído que el ritmo circadiano influía en el comportamiento de las personas, que los ciclos de luz y oscuridad determinaban actitudes; y eso lo tranquilizó. Pero ¿porqué esos síntomas se fueron arraigando y acrecentando? No tenía una respuesta. Entretanto la fotofilia se transformó en avidez y luego voracidad por los rayos solares.
También notó que empezaba a desear los espacios abiertos, se sentía libre y tenía la imperiosa necesidad de pararse e inclinarse de manera recta como un poste inclinado y sentir el bramido del viento en la cara. Empezó a gustarle hacer las inclinaciones para lados diferentes, elevar los brazos e inmovilizarlos y en ocasiones buscaba la inmovilidad total. Eso lo relajaba. En los parques y jardines su familia y amigos lo veían como un nuevo adepto al tai chi. De salud estaba bien.
Había leído que el agua era una maravilla y decidió desde ese momento de lucidez tomar una docena de vasos con agua al día. El agua también lo revitalizaba y sentía que le servía para otras cosas que su cuerpo sabiamente realizaba. La luz, el agua, las poses estáticas. En el barrio comentaban, otro loco más.
De pronto, un día cualquiera, comenzó a sentir que algunas de sus articulaciones se endurecían sin dolor. Consultó con el médico de la familia y le explicó que era algo así como anquílosis ósea y articular debido a sus 49 años. Él se dió ánimo y se dijo para sí mismo, felizmente que me dedico a lo natural, la luz solar, tomo abundante agua, hago ejercicios y no tengo hábitos nocivos como tabaquismo y alcohol. Porque si no me fuera peor con esta enfermedad reumática.
Continuó con su rutina, el trabajo, la familia. Se declaró un predicador de la vida sana y decidió dedicar parte de sus fuerzas a convencer a los profanos de las ventajas de los elementos naturales.
De los elementos que faltaban estaba el fuego y se dió cuenta que el fuego no le atraía y cayó en la cuenta que empezando con un respeto a las llamas estaba terminando con otra fobia por el fuego que no quería comprarse para siempre. Pero el barro, extrañamente empezaba a adquirir una importancia desde aquel día en que llovió y un aroma lo envolvió sensualmente. Investigó el origen del extraño olor y caminando por el jardín tomó un poco de barro entre las manos, lo olfateó y quedó hipnotizado. Este era el olor que estaba buscando hace tiempo y quiso saborearlo. Lo hizo, le gustó y pensó que eso no era cuerdo y otra vez tuvo miedo. Consultó nuevamente con su médico y le dijo que tal vez tenía anemia, porque en medicina cuando un paciente tiene anemia presenta avidez por los minerales primarios. Por lo que el facultativo le prescribió análisis sanguíneos y para su sorpresa y el desconcierto del galeno, los análisis salieron normales, no tenía anemia.
Y un día en la piel sintió una paquidermia incipiente que se fue apoderando de él. Su médico temió que tuviera dermatomiositis. Otra vez nunca llegó a certificar ese diagnóstico. Se hizo una herida y de la lesión brotó un exudado blanco que olía a resina.
Enrique comenzó a sentir que su movilidad se iba limitando, que su familia sufría. Incluso perdió el trabajo. Y una tarde tomó la decisión de ir al parque cercano a su domicilio. Penosamente caminó hasta los jardines del mencionado parque. Se detuvo, alzó los brazos y su piel rápidamente adoptó el acartonamiento y la tersura de la rusticidad. Sus pies se hundieron como en arenas movedizas. Sintió que su sangre adoptaba un tono rosado y luego blanquecino y finalmente, como un veneno largamente deseado, la savia se apoderó de él y le explicó su metamorfosis, su nueva vida.
Su familia lo buscó y nunca encontraron ningún rastro, ni de esperanza. Literalmente se lo había tragado la tierra. A pesar de que sus familiares pasaron muchos días y años muy cerca a él. Vió crecer a sus hijos. Cargó con alguno de ellos sin que se dieran cuenta y también con algunos nidos. Un sauce crece ahora en todos los crepúsculos sin pena ni gloria.
jueves, 12 de febrero de 2009
CUENTO CORTO: SIN UN ADIOS - A.GUERRON.
Abuelita, ayer fui a tu casa a saludarte. Me recibiste como solo tú sabes hacerlo. Siempre me has dicho que soy la reina y ya estoy convencida. Me permitiste desordenar todas tus cosas, tus tejidos, tus manteles pintados, tus álbumes de fotos, los recuerdos de tus hijas. Luego me preparaste el jugo de ciruela que tanto me gusta y me llamaste al sillón de la sala para sentarnos a conversar.
Me dejaste que me acueste en tu regazo y acariciaste mi cabeza con tus manos que resbalaban sobre mis cabellos. Y yo fui muy feliz.
Conversamos de muchas cosas, me contaste de un pretendiente que tuviste, del colegio donde estudiaste y del cariño que se tienen entre varias amigas de tu promoción. Yo te conté de mis estudios, de mis amigos y de mis clases de marinera, y me pediste que bailara para ti. Por supuesto que lo hice y cuando me veías yo pensaba que esa era la taquilla que quería para mi espectáculo, ni más ni menos. Acabé de bailar y después acabó la música. Yo te expliqué que eso no debía suceder y que era porque todavía soy aprendiz. Tú me dijiste, mi reina, no te preocupes, todos somos aficionados, la vida no da para más. Eso lo dijo Charles Chaplin. Cuando acabé mis evoluciones, tú me aplaudiste con sonoridad, con entusiasmo, con mucha alegría y me hiciste sentir como una gran bailarina.
A las 9 de la noche, mamá pasó a recogerme. Me diste un beso y un abrazo muy largo ¿no querías que me vaya?
En los días siguientes, cuando pregunté por ti, mamá me dijo que esa misma noche, la joven que vive contigo contó que te llevaste las manos a la cabeza, gritaste (de dolor ¿no mamita?) y luego te llevaron al hospital.
Abuelita ahora que han pasado varios meses, yo pienso que decidiste el camino más triste para despedirte. Te fuiste sin más.
Han pasado varios días y no he sabido mucho de ti. Te extraño mucho. Me están llevando a una sicóloga que me dice que las personas que queremos pueden enfermarse incluso muy gravemente y morir, pero que debemos aceptar las cosas porque la vida es así. Y entre tanto tú no vienes, abuelita.
Yo le pregunto a mamá que porque no regresas a casa. La veo llorando y me dice que estás enfermita y que ya vas a venir. Yo le insisto que cuándo será, que día. Y mamá se molesta y me cambia de tema. Abuelita mañana voy a cumplir 11 años y no estás.
Abuelita me han dicho que ya estás en casa y ése es el mejor regalo que Dios me tenía reservado. Pues, me he puesto bonita con un vestido que me regalaste, he cortado unas flores del jazmín de mi casa y las he sembrado en mis sienes; todo para celebrar que puedo verte otra vez.
Abuelita, por eso te digo que elegiste el camino más cruel para irte. Allí estás en tu silla de ruedas, me ves, sonríes, te has olvidado de hablar y también te has olvidado de nosotros. No reconoces a nadie. Sonríes sin motivo.
Sí abuelita, ya te fuiste para siempre y ni siquiera te despediste de mí.
Pero tu presencia que ya no es, es nuestro único consuelo, Solamente que nosotros podemos quererte, y tú no. Solamente que nosotros nos alegramos de tenerte y tú no. Solo que a nosotros nomás nos duele tu partida y a ti no.
Me dejaste que me acueste en tu regazo y acariciaste mi cabeza con tus manos que resbalaban sobre mis cabellos. Y yo fui muy feliz.
Conversamos de muchas cosas, me contaste de un pretendiente que tuviste, del colegio donde estudiaste y del cariño que se tienen entre varias amigas de tu promoción. Yo te conté de mis estudios, de mis amigos y de mis clases de marinera, y me pediste que bailara para ti. Por supuesto que lo hice y cuando me veías yo pensaba que esa era la taquilla que quería para mi espectáculo, ni más ni menos. Acabé de bailar y después acabó la música. Yo te expliqué que eso no debía suceder y que era porque todavía soy aprendiz. Tú me dijiste, mi reina, no te preocupes, todos somos aficionados, la vida no da para más. Eso lo dijo Charles Chaplin. Cuando acabé mis evoluciones, tú me aplaudiste con sonoridad, con entusiasmo, con mucha alegría y me hiciste sentir como una gran bailarina.
A las 9 de la noche, mamá pasó a recogerme. Me diste un beso y un abrazo muy largo ¿no querías que me vaya?
En los días siguientes, cuando pregunté por ti, mamá me dijo que esa misma noche, la joven que vive contigo contó que te llevaste las manos a la cabeza, gritaste (de dolor ¿no mamita?) y luego te llevaron al hospital.
Abuelita ahora que han pasado varios meses, yo pienso que decidiste el camino más triste para despedirte. Te fuiste sin más.
Han pasado varios días y no he sabido mucho de ti. Te extraño mucho. Me están llevando a una sicóloga que me dice que las personas que queremos pueden enfermarse incluso muy gravemente y morir, pero que debemos aceptar las cosas porque la vida es así. Y entre tanto tú no vienes, abuelita.
Yo le pregunto a mamá que porque no regresas a casa. La veo llorando y me dice que estás enfermita y que ya vas a venir. Yo le insisto que cuándo será, que día. Y mamá se molesta y me cambia de tema. Abuelita mañana voy a cumplir 11 años y no estás.
Abuelita me han dicho que ya estás en casa y ése es el mejor regalo que Dios me tenía reservado. Pues, me he puesto bonita con un vestido que me regalaste, he cortado unas flores del jazmín de mi casa y las he sembrado en mis sienes; todo para celebrar que puedo verte otra vez.
Abuelita, por eso te digo que elegiste el camino más cruel para irte. Allí estás en tu silla de ruedas, me ves, sonríes, te has olvidado de hablar y también te has olvidado de nosotros. No reconoces a nadie. Sonríes sin motivo.
Sí abuelita, ya te fuiste para siempre y ni siquiera te despediste de mí.
Pero tu presencia que ya no es, es nuestro único consuelo, Solamente que nosotros podemos quererte, y tú no. Solamente que nosotros nos alegramos de tenerte y tú no. Solo que a nosotros nomás nos duele tu partida y a ti no.
domingo, 8 de febrero de 2009
CUENTO CORTO: LOS ABUELOS - A.GUERRÓN
En el balneario de Asia, al sur de Lima en los veranos, aparecían como por encanto hermosas sirenitas, reinas madres y los galanes de todos los tiempos.
Las nenas que habíamos visto con indiferencia ahora irrumpían en la arena del Coliseo con su armadura de adolescentes. Y armadas con sus hormonas y sus feromonas lograban distraer a todos, chicos y grandes. Estabas leyendo el periódico y de pronto surgía en la pasarela triunfante una mujer esbelta y abusiva de apenas 14 años. Inevitable bajar el periódico, inevitable bajar las gafas, inevitable no bajar la guardia. Seguíamos la estela de aquella ninfa y en el camino los mancebos olisqueaban y despojaban con la imaginación hasta la más éxtima de sus prendas. Esas niñas eran una plaga. Contribuían al calentamiento total.
Cada año eran un nuevo descubrimiento, un comentario, ¿has visto a la hijita de María? ¡que increíble se ha puesto¡ ¿no? Se preguntaba alguien para obtener la solidaridad y no aparecer como el pedófilo solitario. Los más avezados comentaban, ha sacado el culo a su madre – que todavía está en algo – y en las tetas está por empatarla.
Los galanes de toda la vida se disputaban el cetro de los más “montaraces”, los sementales del estío, según ellos prácticamente todas las mujeres del balneario habían sido sometidas a su intercambio genético.
Hubo una vez una reunión en la que un galán comentaba que se había comido a casi todas las mujeres que estaban presentes. El tipo no creía en nadie, incluso hablaba de sus conquistas que ya estaban casadas. Prácticamente era una máquina de producir semen y de regarlo. Y por supuesto se floreaba diciendo que a todas las dejaba satisfechas. Yo pensaba que me hubiera gustado entrevistar a algunas de sus amantes y si ellas me corroboraban la capacidad amatoria del galán, no quedaba nada más que aplaudir. Pero lo más probable era que la fanfarronería era su modus vivendi. Algunos de los oyentes escuchaban serios y poco a poco se iban acomplejando, pues escuchaban al galán un tipo de 58 años que les espetaba “a esa chiquilla que está bailando, hace dos días le he metido dos polvos y la he dejado como un trapo”.
Yo escuchaba nomás y recordaba que hace poco habíamos ido a un karaoke con mi esposa y a eso de las once de la noche vimos entrar a dos galanes de esos, con 60 años a cuestas, cada uno con un hembrón, hermosísimas, unas verdaderas reinas. Y durante dos horas se dedicaron a tomar licor sobretodo ellos. Yo consideré un deber moral ineludible exponer un manifiesto ante mi esposa y le dije:” mami, disculpa pero si yo fuera uno de ellos, primero tendría un período previo de abstinencia sexual de por lo menos 15 días, haría caminatas y no tomaría ni una maldita gota de licor, en todo caso agua bendita. Que tal desperdicio. Estos patitas tienen a disposición unas reinas pero las chicas los van a tener que llevar en hombros y si van a un hotel con ellos solo van a oirlos roncar”. Por supuesto ellos al otro día van a decir que les metieron 1, 2, 3, 4.....( misma cuenta de boxeo) polvos. Mi esposa aceptó mi comentario y los lapidó, si esos viejitos no pueden ni con su alma y se meten con chiquillas. No les rinden.
Toda la noche escuchamos un solo discurso del “sementerio” andante. Hasta que alguno harto de las glorias de “éxtasis” del padrillo comentó, pero ¿a quién ha salido Pablo tan cacherazo?, porque su padre es súper tranquilo. Debe haber salido a su mamá. Por supuesto que las risotadas se escucharon a varios metros. Cuando vino Pablito de bailar con una hermosa doncella preguntó ¿a ver cuenten el chiste? Y alguien le contestó. Acaban de cagar a un pata fanfarronazo.
Con el paso de los almanaques, los galanes devinieron en testas cenizas y velocidad controlada. Un grupo de ellos no se casaron y cuando ya empezaban a cursar la tercera edad nos dimos cuenta todos que no habían dado frutos. Y surgió el nombre genial, nunca más exacto, nunca más oportuno, se les bautizó como Los Abuelos de la Nada.
Las nenas que habíamos visto con indiferencia ahora irrumpían en la arena del Coliseo con su armadura de adolescentes. Y armadas con sus hormonas y sus feromonas lograban distraer a todos, chicos y grandes. Estabas leyendo el periódico y de pronto surgía en la pasarela triunfante una mujer esbelta y abusiva de apenas 14 años. Inevitable bajar el periódico, inevitable bajar las gafas, inevitable no bajar la guardia. Seguíamos la estela de aquella ninfa y en el camino los mancebos olisqueaban y despojaban con la imaginación hasta la más éxtima de sus prendas. Esas niñas eran una plaga. Contribuían al calentamiento total.
Cada año eran un nuevo descubrimiento, un comentario, ¿has visto a la hijita de María? ¡que increíble se ha puesto¡ ¿no? Se preguntaba alguien para obtener la solidaridad y no aparecer como el pedófilo solitario. Los más avezados comentaban, ha sacado el culo a su madre – que todavía está en algo – y en las tetas está por empatarla.
Los galanes de toda la vida se disputaban el cetro de los más “montaraces”, los sementales del estío, según ellos prácticamente todas las mujeres del balneario habían sido sometidas a su intercambio genético.
Hubo una vez una reunión en la que un galán comentaba que se había comido a casi todas las mujeres que estaban presentes. El tipo no creía en nadie, incluso hablaba de sus conquistas que ya estaban casadas. Prácticamente era una máquina de producir semen y de regarlo. Y por supuesto se floreaba diciendo que a todas las dejaba satisfechas. Yo pensaba que me hubiera gustado entrevistar a algunas de sus amantes y si ellas me corroboraban la capacidad amatoria del galán, no quedaba nada más que aplaudir. Pero lo más probable era que la fanfarronería era su modus vivendi. Algunos de los oyentes escuchaban serios y poco a poco se iban acomplejando, pues escuchaban al galán un tipo de 58 años que les espetaba “a esa chiquilla que está bailando, hace dos días le he metido dos polvos y la he dejado como un trapo”.
Yo escuchaba nomás y recordaba que hace poco habíamos ido a un karaoke con mi esposa y a eso de las once de la noche vimos entrar a dos galanes de esos, con 60 años a cuestas, cada uno con un hembrón, hermosísimas, unas verdaderas reinas. Y durante dos horas se dedicaron a tomar licor sobretodo ellos. Yo consideré un deber moral ineludible exponer un manifiesto ante mi esposa y le dije:” mami, disculpa pero si yo fuera uno de ellos, primero tendría un período previo de abstinencia sexual de por lo menos 15 días, haría caminatas y no tomaría ni una maldita gota de licor, en todo caso agua bendita. Que tal desperdicio. Estos patitas tienen a disposición unas reinas pero las chicas los van a tener que llevar en hombros y si van a un hotel con ellos solo van a oirlos roncar”. Por supuesto ellos al otro día van a decir que les metieron 1, 2, 3, 4.....( misma cuenta de boxeo) polvos. Mi esposa aceptó mi comentario y los lapidó, si esos viejitos no pueden ni con su alma y se meten con chiquillas. No les rinden.
Toda la noche escuchamos un solo discurso del “sementerio” andante. Hasta que alguno harto de las glorias de “éxtasis” del padrillo comentó, pero ¿a quién ha salido Pablo tan cacherazo?, porque su padre es súper tranquilo. Debe haber salido a su mamá. Por supuesto que las risotadas se escucharon a varios metros. Cuando vino Pablito de bailar con una hermosa doncella preguntó ¿a ver cuenten el chiste? Y alguien le contestó. Acaban de cagar a un pata fanfarronazo.
Con el paso de los almanaques, los galanes devinieron en testas cenizas y velocidad controlada. Un grupo de ellos no se casaron y cuando ya empezaban a cursar la tercera edad nos dimos cuenta todos que no habían dado frutos. Y surgió el nombre genial, nunca más exacto, nunca más oportuno, se les bautizó como Los Abuelos de la Nada.
martes, 3 de febrero de 2009
CUENTO CORTO: DE INTELIGENCIA SUPERIOR - A.GUERRÓN.
Yo fui, lo que se dice, un niño prodigio. Aprendí a leer a los cuatro años, y las operaciones matemáticas elementales a la vez. Tuve una gran ventaja, mamá era profesora y nos tenía un gran cariño y una paciencia del mismo tamaño.
Pero además de adquirir esas habilidades, digamos que normales, debo mencionar que desde pequeño yo recuerdo que me gustaba delatar a mis compañeros de juego, a mis amigos, a mis condiscípulos. Y eso era para mí, prodigioso. Siempre estuve atento a los detalles, escuchaba las conversaciones, leía las cartas que dejaban a mi alcance, descuidadamente, las personas. Con eso construía escenarios lógicos y creíbles.
Delatar era algo que iba más allá de mi control. Mamá me aconsejaba que no actuara así, igual mis profesores, pero sus consejos nunca me convencieron del todo y solo postergaban mi comportamiento. Ahora que soy biólogo he llegado a sospechar que tengo el gen de la delación.
Muchos me decían “acuseta” y yo, no les hacía caso y, justificaba mis acciones diciéndome que yo acusaba a mis amigos para que sean mejores y para que sus padres o maestros les pudieran ayudar.
Delatar era mi ejercicio cotidiano en clase, en mi barrio, en mi familia. Con lo que me gané a pulso la antipatía de mis coetáneos. Cuando pasó el tiempo, me endilgaron un adjetivo más agresivo: soplón. Con el tiempo lo adopté como un grado más de evolución en mi carrera.
Además yo leía y leía. Digamos que era una rara avis en mi entorno. Y me encantaba analizar personajes que la historia calificaba de siniestros pero que tenían su lugar como (digamos irónicamente como unos felinos, es decir como unos) gatillos. Uno de mis referentes era, para el espanto de todos ustedes, Judas Iscariote. Y concluí que en la venta de información por la presa máxima, Jesús, se le pagó mucho. Los negociadores se desesperaron y ofrecieron mucho. Claro en esos tiempos el marketing estaba en pañales, pero Judas, si hubiera analizado muy bien la ocasión, debió haber hecho el trabajo gratis o por un precio simbólico (tal como lo hubiera hecho cualquiera que previera el potencial de los acontecimientos. Pero, por favor, que no se me malinterprete. Yo soy católico, solamente estoy analizando fríamente una transacción que estaba súper pagada con la publicidad que te daba solo el realizarla) porque el mayor pago que recibió Judas, no fueron las monedas, no; Judas llegó a estar en las vidrieras y pasó a la posteridad, como uno de los mayores facilitadores de información del mundo. La fama que le dicen y la que, fatalmente, no aprovechó. Se desesperó y la desesperación es mala consejera en transacciones importantes.
Yo quería dedicarme a vender información y para mi tranquilidad, me enteré que los soplones profesionales pertenecen a los organismos de inteligencia del estado y de las empresas privadas. Incluso hay escuelas superiores de Inteligencia sobre todo en organismos castrenses. Me hice militar, ingresé a una de estas escuelas y quedé gratamente sorprendido de la sistematización científica de la actividad para lo que yo sentía que había nacido. No le pudieron poner mejor nombre a nuestro quehacer. Definitivamente, somos los inteligentes del barrio.
Ahora, es el momento de la Inteligencia, el manejo de la información es vital, con ello te anticipas a los conflictos, te enteras de los planes de la competencia, obtienes bases de datos con cartera de clientes, obtienes un listado de los clientes malos pagadores, te enteras de la vida y milagros de las personas, incluso te sirve para chantajear, controlar a tus enemigos, fabricar guerras. Nuestra profesión esta involucrada en las asonadas, los golpes de estado, en los magnicidios, en los atentados, en el manejo de la opinión pública, en la asesoría de los candidatos a elecciones públicas, en los delitos, en los crímenes, en la empresa, en los sindicatos, en los clubes, en las asociaciones, en los boicots, en la iglesia, en los ministerios, en el gobierno. Usamos todas las artes posibles: grabaciones, mini cámaras, fotos, videos, mujeres que actúen como carnadas. Intervenimos teléfonos fijos y móviles, correos electrónicos, computadoras, escritorios, habitaciones, hoteles, restaurantes, karaokes.
Y, por si no lo sabían, hay un morbo que está extendido entre los gerentes, desean saber hasta el mínimo detalle de la vida y pasión de sus trabajadores.
Por ejemplo hace poco un gerente me contrató para que siga a sus empleados a un karaoke y quería que le consiga información grabada y filmada de quienes fueron, como llegaron, solos o juntos, que tipo de canciones cantaron, quienes cantaron y si cantaron bien o no, cuanto consumieron, hasta que horas se quedaron y al salir como se fueron, quienes con quienes se acompañaron. Y por supuesto que me averigüe que es lo que hablaron. Yo no sé para que le sirva esta información pero se me ocurre que es para variar sus motivos de masturbación.
Hoy el mundo exige saber que hacen las esposas cuando están solas, que vicios tienen las personas, que le gusta a la gente. Esto tiene un nombre más elegante se llama estudio de mercado. Nosotros también damos esa información.
Y mi autoestima se proyectó a la estratósfera cuando me contrataron para laborar como “soplón” (ahora hasta me burlo de esta palabrita) en un organismo de Inteligencia estatal. Habiendo nacido para esto y con la pasión que dedico a mi actividad, era lo justo. Hasta que llegué a la luz al final del túnel. Ahora pertenezco a esa élite de superdotados de materia gris a los que se les paga por su cerebro.
Así que, profesores, padres de familia, si su hijo, si su alumno, da muestra innatas de ser “acuseta”, soplón, cultívenlo. No lo castiguen, traten de aconsejarlo hasta cierto límite pero si detectan en el niño un rumbo visceral para ser soplón, no le corten esa sublime vocación. No seamos hipócritas, ellos van a constituir las canteras de la Inteligencia que reemplazarán a los que nos vamos obligados por el tiempo. Esos niños son los que tomarán la posta de aquellos soplones que están por retirarse y que dieron su vida por la sagrada tarea de elevar el chisme casero, de callejón, de mercadillo a los altares de la intelectualidad.
Pero además de adquirir esas habilidades, digamos que normales, debo mencionar que desde pequeño yo recuerdo que me gustaba delatar a mis compañeros de juego, a mis amigos, a mis condiscípulos. Y eso era para mí, prodigioso. Siempre estuve atento a los detalles, escuchaba las conversaciones, leía las cartas que dejaban a mi alcance, descuidadamente, las personas. Con eso construía escenarios lógicos y creíbles.
Delatar era algo que iba más allá de mi control. Mamá me aconsejaba que no actuara así, igual mis profesores, pero sus consejos nunca me convencieron del todo y solo postergaban mi comportamiento. Ahora que soy biólogo he llegado a sospechar que tengo el gen de la delación.
Muchos me decían “acuseta” y yo, no les hacía caso y, justificaba mis acciones diciéndome que yo acusaba a mis amigos para que sean mejores y para que sus padres o maestros les pudieran ayudar.
Delatar era mi ejercicio cotidiano en clase, en mi barrio, en mi familia. Con lo que me gané a pulso la antipatía de mis coetáneos. Cuando pasó el tiempo, me endilgaron un adjetivo más agresivo: soplón. Con el tiempo lo adopté como un grado más de evolución en mi carrera.
Además yo leía y leía. Digamos que era una rara avis en mi entorno. Y me encantaba analizar personajes que la historia calificaba de siniestros pero que tenían su lugar como (digamos irónicamente como unos felinos, es decir como unos) gatillos. Uno de mis referentes era, para el espanto de todos ustedes, Judas Iscariote. Y concluí que en la venta de información por la presa máxima, Jesús, se le pagó mucho. Los negociadores se desesperaron y ofrecieron mucho. Claro en esos tiempos el marketing estaba en pañales, pero Judas, si hubiera analizado muy bien la ocasión, debió haber hecho el trabajo gratis o por un precio simbólico (tal como lo hubiera hecho cualquiera que previera el potencial de los acontecimientos. Pero, por favor, que no se me malinterprete. Yo soy católico, solamente estoy analizando fríamente una transacción que estaba súper pagada con la publicidad que te daba solo el realizarla) porque el mayor pago que recibió Judas, no fueron las monedas, no; Judas llegó a estar en las vidrieras y pasó a la posteridad, como uno de los mayores facilitadores de información del mundo. La fama que le dicen y la que, fatalmente, no aprovechó. Se desesperó y la desesperación es mala consejera en transacciones importantes.
Yo quería dedicarme a vender información y para mi tranquilidad, me enteré que los soplones profesionales pertenecen a los organismos de inteligencia del estado y de las empresas privadas. Incluso hay escuelas superiores de Inteligencia sobre todo en organismos castrenses. Me hice militar, ingresé a una de estas escuelas y quedé gratamente sorprendido de la sistematización científica de la actividad para lo que yo sentía que había nacido. No le pudieron poner mejor nombre a nuestro quehacer. Definitivamente, somos los inteligentes del barrio.
Ahora, es el momento de la Inteligencia, el manejo de la información es vital, con ello te anticipas a los conflictos, te enteras de los planes de la competencia, obtienes bases de datos con cartera de clientes, obtienes un listado de los clientes malos pagadores, te enteras de la vida y milagros de las personas, incluso te sirve para chantajear, controlar a tus enemigos, fabricar guerras. Nuestra profesión esta involucrada en las asonadas, los golpes de estado, en los magnicidios, en los atentados, en el manejo de la opinión pública, en la asesoría de los candidatos a elecciones públicas, en los delitos, en los crímenes, en la empresa, en los sindicatos, en los clubes, en las asociaciones, en los boicots, en la iglesia, en los ministerios, en el gobierno. Usamos todas las artes posibles: grabaciones, mini cámaras, fotos, videos, mujeres que actúen como carnadas. Intervenimos teléfonos fijos y móviles, correos electrónicos, computadoras, escritorios, habitaciones, hoteles, restaurantes, karaokes.
Y, por si no lo sabían, hay un morbo que está extendido entre los gerentes, desean saber hasta el mínimo detalle de la vida y pasión de sus trabajadores.
Por ejemplo hace poco un gerente me contrató para que siga a sus empleados a un karaoke y quería que le consiga información grabada y filmada de quienes fueron, como llegaron, solos o juntos, que tipo de canciones cantaron, quienes cantaron y si cantaron bien o no, cuanto consumieron, hasta que horas se quedaron y al salir como se fueron, quienes con quienes se acompañaron. Y por supuesto que me averigüe que es lo que hablaron. Yo no sé para que le sirva esta información pero se me ocurre que es para variar sus motivos de masturbación.
Hoy el mundo exige saber que hacen las esposas cuando están solas, que vicios tienen las personas, que le gusta a la gente. Esto tiene un nombre más elegante se llama estudio de mercado. Nosotros también damos esa información.
Y mi autoestima se proyectó a la estratósfera cuando me contrataron para laborar como “soplón” (ahora hasta me burlo de esta palabrita) en un organismo de Inteligencia estatal. Habiendo nacido para esto y con la pasión que dedico a mi actividad, era lo justo. Hasta que llegué a la luz al final del túnel. Ahora pertenezco a esa élite de superdotados de materia gris a los que se les paga por su cerebro.
Así que, profesores, padres de familia, si su hijo, si su alumno, da muestra innatas de ser “acuseta”, soplón, cultívenlo. No lo castiguen, traten de aconsejarlo hasta cierto límite pero si detectan en el niño un rumbo visceral para ser soplón, no le corten esa sublime vocación. No seamos hipócritas, ellos van a constituir las canteras de la Inteligencia que reemplazarán a los que nos vamos obligados por el tiempo. Esos niños son los que tomarán la posta de aquellos soplones que están por retirarse y que dieron su vida por la sagrada tarea de elevar el chisme casero, de callejón, de mercadillo a los altares de la intelectualidad.
domingo, 1 de febrero de 2009
CUENTO CORTO: INSTINTO ASESINO PARA DUMMIES – A.GUERRÓN.
Miguel fue criado en los valores humanos inmanentes. Ama al Señor, no seas egoísta, haz el bien, ama a tu prójimo. El era, lo que se dice, un pan de Dios. Fue un buen estudiante, porque el amor al saber le fue inculcado de familia y porque tenía claro que el esfuerzo de su madre tenía que ser correspondido, lo mínimo, con máximas notas.
Miguel también era un excelente amigo, y entre sus, muchas virtudes, estaba una que era rarísima en su ciudad natal, era abstemio. A pesar de haber nacido y vivido en una ciudad donde ser alcohólico era la consecuencia natural de ser entrenados desde pequeños en el culto reverencial a las bebidas espirituosas. En la ciudad, el tema de todos los encuentros era expresar entre los interlocutores que cada uno ya llevaba tomando (libando licor) varios días. Y la competencia se asemejaba a una subasta en la que febrilmente cada actor decía al otro: ya llevo tomando 3 días, y el otro respondía el reto, eso no es nada, yo llevo tomando 5 días. Era el típico juego sullanero de quien da más, en lo referente a los días de culto a Baco. El galardón a conseguir era adquirir la ansiada reputación de bebedor. Cualquiera hubiera dicho que se estaban disputando un premio Nóbel, pero no, al discutir en cada encuentro, lo que temían perder los viandantes, era el sendero de superación personal que los llevaría a graduarse de borrachos. Esto se transmitía en Sullana, en muchas familias de generación en degeneración.
Miguel se hizo ingeniero y trabajaba con tal honestidad que sus amigos le criticaban el ser tan estúpido, y le reclamaban, oye tú sí que te pasaste de honesto. Mientras todo el mundo se hace rico, le gritaban, tú vas a terminar siendo el llanero solitito.
Pero él, seguía fiel a sus principios, tanto que, la verdad, se había quedado al inicio, no había avanzado mucho. En su casa, amaba a su esposa, adoraba a sus hijas y la infidelidad nunca se había cruzado por su mente. En suma (resta, multiplicación y división) era un hombre ejemplar.
Sus amigos lo tentaban, le ponían hembritas, y algunas de esas comadrejas, al ser desairadas por Miguel, terminaban diciendo, oye, creo que tu amigo es maricón.
Entre sus amigos creció la preocupación y decidieron que entre todos debían rescatarlo de la monotonía y la asfixia de la vida virtuosa. Y adoptaron la tremenda responsabilidad de adiestrarlo, de evangelizarlo en los principios básicos del Instinto Asesino. Hicieron un FODA rápido de Miguel para diagnosticarlo y se percataron que su fortaleza era además su tremenda debilidad, era demasiado honrado. La amenaza era que el mundo se lo iba a engullir y la oportunidad eran ellos, sus amigos, que lo salvarían del naufragio del desamparo. Debían enseñarle el Instinto Asesino que no es otra cosa que ser implacables a la hora de cobrar, no tener la más mínima conmiseración por el prójimo, subir en la escala social sin ningún tipo de miramientos, no creer en nada ni en nadie. Y los amigos de Miguel eran expertos en esos menesteres.
Sus amigos empezaron con los sabios consejos de la calle. Mira cholo, le decían, a la gente cóbrales lo que desees. Pulséalos, pídeles más. Toda la gente es una mierda, dicen que no tienen para pagar, pero ajústalos nomás porque esos indios de mierda cagan plata, sácales su puta madre.
Otro consejo se lo dio Carlos. Escucha Miguel, le dijo, mi hermano es odontólogo y me dice, la gente confía en mí, yo los examino y les programo unas curaciones y si el cliente tiene pocos dientes con caries, pues se le pueden fabricar algunas oquedades, sino, ¿para qué se ha inventado la fresa? “Herrar” es humano (como dijo el herrero), se te puede ir la fresa de casualidad en unos dos o tres dientes y eso te reportará unos buenos dólares. Mi otro hermano, prosiguió Carlos, es médico, pero es un comerciante nato. Felizmente que es Neumólogo porque si fuera Oftalmólogo sucumbiría rápidamente al error de sacarte hasta los ojos. Mi hermano, el médico, le decía, es una biblia, debemos aprender de él, es un predador como debemos ser todos. Él es un tipo tranquilo, usa lentes a lo Lennon (para engañar al enemigo) pero cuando ve a un paciente, se transforma, alerta sus sentidos, lo huele, lo mira, lo desnuda, lo posee, desearía tocarlo para proclamarlo que es de su entera propiedad y jura defenderlo hasta con su propia vida, de los otros médicos, peores predadores que él y que pululan en la clínica donde trabaja para arrancharse a los sufridos y exprimirles hasta el último centavo de sus bolsillos y de sus seguros médicos. Esa es la realidad, carajo, reacciona Miguel. La vida no es de los valores cristianos y otras huevadas que nos vuelven idiotas y nos tiran en la vía pública para que la sociedad nos atropelle. Los tipos como mi hermano son triunfadores, defecan plata; los huevones como tú, acumulan riquezas en el cielo o sea nunca porque nada nos garantiza que haya cielo. Mejor asegúrate, fabrícate el cielo en la tierra, pero el de los caminos anchos, cómodos no importa que sean los de la perdición. La perdición, la perdición, con eso nos martillean los curas para manipularnos. La perdición no es otra cosa que la Felicidad, convéncete de una buena vez. Por si acaso, no es requisito ser pobretón para entrar a los aposentos de San Pedro. Aunque te parezca mentira, varios millonarios ya entraron al cielo. Las acerías Krupp, para tu información, como dijo Quino, ya pueden fabricar agujas por las que puede entrar un camello. Incluso compadre lo que dijo Jesús está fuera de época, ahora debió decir, “en verdad en verdad os digo que es más fácil que se cargue a un elefante (ojalá que no se extingan los elefantes) con cuatro cabellos humanos que un rico entre al reino de los cielos”. Así la frase duraría un buen tiempo. En todo caso se les ha olvidado publicar un update de los evangelios.
César, otro de sus amigos, le dijo, mi tío es ingeniero, trabaja en un ministerio, su sueldo es una cagada, pero su ingreso decoroso lo constituyen las comisiones (10% del monto total, ésta es una ley que falta inscribirse en la Ley de leyes, la “Prostitución” Política del Perú) por las obras que adjudica a las compañías constructoras. Con eso se ha comprado un auto del año y está embelleciendo su casa. Además, esas comisiones provienen del dinero privado, no le estás robando al Estado. Y por último si le robaras al Estado, que no te pillen pues, no seas imbécil. Piensa que el Estado somos todos y si robas 100,000 dólares divididos entre 28 millones es una ridiculez. No se va a notar. Los escrúpulos te van a hundir. La conciencia ya pasó de moda.
El discurso de Fernando fue una clase maestra que finalmente logró la conversión de Miguel al culto al vil metal. El le dijo, Miguel, yo sé que tú tienes dos hijas. Hasta en eso eres pudoroso. Tú eres inteligente, tu esposa es brillante y la sociedad ganaría si ustedes hubieran procreado más hijos, que hubieran salido muy inteligentes por supuesto. Además tu apellido es decente, eres un Fajardo, no lo olvides. Pero tú pensaste, no, los hijos son una gran responsabilidad debo limitarme a tener dos. Pero y los indios de mierda? Los Quispe, los Mamani, los Condori están que se reproducen sin límites (por eso nos ganan las elecciones porque son más, hay como mierda de ésos). Son los sementales de pacotilla que poblarán al nuevo Perú y así lo cagarán para siempre. Al final el Perú va ser un gemelo de países cagones. Por ejemplo, tú, Miguel, pagas tu casa a plazos con el sudor de tu frente, pagas un colegio particular para tus hijas, la comida y los servicios te cuestan y el entretenimiento para tu familia lo tienes racionado. Eres un puto responsable. Y has merecido una felicitación por eso? Ni mierda. Mientras tanto los indígenas, se cagan en la nota, tienen como 15 hijos (creen que por docena es más barato), en varias mujeres (y siguen cagando los apellidos, sus mujeres apellidan Choquehuanca, Camacuari , un abuso, pobres hijos) roban luz eléctrica, roban agua, cagan a la intemperie, viven del programa gratuito del vaso de leche, tragan gratis en el comedor popular, tienen a su disposición la educación gratuita para sus hijos en colegios nacionales, institutos del estado, universidades nacionales, salud gratuita y todavía exigen (si, EXIGEN, ¡que tal concha!) que les pongan servicios públicos gratis. Y a cambio de todo lo que reciben, esas joyitas de padres, no mueven un puto dedo, chupan (beben licor) todas las semanas, gozan como condenados.
Eso de la Inclusión Social es el discurso del despeñadero, el camino más corto para la ruina del pais, la masturbación de una masturba de sociólogos que se llenan los bolsillos y se proclaman recontra Verdes. Y nosotros creyendo que es por la Ecología, no, es por los dólares que se embolsican. Nosotros los ciudadanos responsables tenemos que cargar con esas sanguijuelas, pagando nuestros impuestos, con esos indígenas hijos de puta y su cochina descendencia. Miguel, por última vez, decídete, manda el mundo a la mierda y dedícate a lo más sano, haz billete. Si sigues así, inmaculado, te vas hundir en la miseria. Por Dios, aprovecha las oportunidades.
Así, cada día Miguel recibía, religiosamente, la catequesis para convertirse en un hombre normal, para prescindir de la moral, la ética y tanta teoría estupidizante del hombre. En suma para no tener remordimientos, para prescindir de los sentimientos de culpa para siempre y para poder triunfar plenamente.
Y la charla de graduación se la dio Ricardo. Su amigo del alma. Un día le dijo, cholo, tú me conoces, yo soy abogado. Nunca he ejercido. Entre amigos yo acepto chistes como la pregunta que me hicieron la otra vez ¿Doctor, qué le dijo el buitre a un abogado? Yo dije no sé y me respondieron, el buitre le dijo: ¡¡ Quién como tú que te los comes vivos ¡¡. Te decía que mi primo que era coronel de la Policía me dijo un buen día hace tres años, tengo un negocio ciento por ciento seguro, hay que hacer una empresa con testaferros para ser proveedores de la Policía Nacional. Yo hice la empresa, pero, por si las moscas, no la puse a mi nombre. Y comencé a vender sin parar, muchos productos eran sobrevaluados, no por mí (porque no entendía la mecánica del negocio) sino por los Oficiales de Intendencia de la Policía Nacional que me decían, Doctor, suba los precios para poder repartir ese plus entre los que intervienen en la operación. Yo, cholo, aprendí y ahora puedo intervenir en licitaciones de varios millones de dólares. Asombrado, Miguel le pregunto, tú tienes esa cantidad? No cholo. Las pendejadas se aprenden y te sirven para llenarte de plata. Mira la cosa es así. Me piden 1,000 computadoras, a 1,500 dólares cada una, da 1 millón y medio de dólares (incluidos muertos y heridos, o sea las coimas). La licitación pública es amañada, yo la gano de todas maneras. Hago mi factura y voy al almacén general de la Policía Nacional. El jefe del almacén, un oficial, que ya está “conversado”, me pone el sello de “Recibido”. Pero esto tiene un precio. El oficial me dice Doctorcito (como me jode que me diga Doctorcito, a mí todavía, que he crecido, que soy un grande, un triunfador. Y un oficialito y me disminuye, que mala suerte carajo) me he casado recién y en la tienda Morys de la avenida Arenales hemos escogido con mi esposa un juego de sala de cuero negro y un juego completo de comedor de cedro. Por favor Doctorcito (y dale con lo de doctorcito) me los lleva a mi dirección, su casa por supuesto. Con ese sello de ingreso a Almacén, voy a Caja y me dan el cheque por el millón y medio de dólares. Muchas veces me he sentido tentado, después de cobrar, a fugarme del país, pero no me detienen los escrúpulos, me detiene la razón. Si cometiera esa torpeza yo perdería más, estoy seguro. Con la plata de la misma Policía compro las computadoras, las entrego, pago las coimas, cobro mi parte y a celebrar. Como te habrás dado cuenta, incluso no necesito capital. Yo me di un plazo, que el anterior gobierno durara apenas 5 años más, y después de ese plazo me pararía para siempre. Nada, ni Dios podría tumbarme. Miguel escuchaba espantado. Pero, Ricardo cambio de voz y le dijo, mis cálculos fallaron y cayó el maldito gobierno. Me dolió, Dios me dio la contra. Pero es bueno tener un adversario de su poderío (a cualquiera puedes vencerlo, pero vencer a Dios, es algo especial) me preparé para otra etapa de triunfador, me actualicé en mis estudios universitarios y ahora soy Juez (y Parte obviamente) y te apuesto, Miguel, voy a ser el Presidente de la Corte Suprema, más temprano que tarde. O sea que voy a ser el vivo retrato de la Justicia en el Perú, cágate de la risa, la probidad hecha hombre. Voy a representar los valores, te das cuenta toda la vueltaza que he dado y la sociedad me va a nombrar prohombre. Y tú, huevón, te la pasas cultivando los valores y al final todos te van a hacer papilla, nadie te va a hacer un monumento. No tienes casa, no tienes carro pero dices a todo el mundo que tú si puedes dormir tranquilo. Y todavía me has dicho que los corruptos no pueden dormir en paz. Para tu desilusión, te diré que esos huevones duermen hasta más allá del mediodía.
Miguel sintió que, poco a poco, su cerebro se limpiaba de las impurezas y agradeció a Dios por tener esos amigos. Sintió en lo más profundo de su corazón ese sentimiento superior de rescate, de salvación. El dinero había entrado a su corazón y desde ese momento Miguel fue otro. Se había convertido, no moriría en la miseria.
Y quien iba a decirlo, el destino le ofreció la oportunidad que esperaba. Justamente, perdió su trabajo. Por lo que decidió iniciar una empresa y entre varias opciones decidió emprender un negocio de funeraria. Hizo muy buena plata desde el inicio, la visión de ganar contra todos los pronósticos lo guiaba como un lazarillo. Mientras que la gente lloraba la pérdida de un ser querido, el los hacía firmar papeles en blanco de contratos que los deudos ni siquiera leían ni comprendían por la desesperación del momento. Les decía, el servicio cuesta 3000 nuevos soles pero los añadidos, que nunca eran reclamados, muchas veces eran hasta un 50% más del monto inicial convenido. Miguel había aprendido el Instinto Asesino y la fortuna quiso que lo practicara con cadáveres. El Crimen Perfecto.
Miguel también era un excelente amigo, y entre sus, muchas virtudes, estaba una que era rarísima en su ciudad natal, era abstemio. A pesar de haber nacido y vivido en una ciudad donde ser alcohólico era la consecuencia natural de ser entrenados desde pequeños en el culto reverencial a las bebidas espirituosas. En la ciudad, el tema de todos los encuentros era expresar entre los interlocutores que cada uno ya llevaba tomando (libando licor) varios días. Y la competencia se asemejaba a una subasta en la que febrilmente cada actor decía al otro: ya llevo tomando 3 días, y el otro respondía el reto, eso no es nada, yo llevo tomando 5 días. Era el típico juego sullanero de quien da más, en lo referente a los días de culto a Baco. El galardón a conseguir era adquirir la ansiada reputación de bebedor. Cualquiera hubiera dicho que se estaban disputando un premio Nóbel, pero no, al discutir en cada encuentro, lo que temían perder los viandantes, era el sendero de superación personal que los llevaría a graduarse de borrachos. Esto se transmitía en Sullana, en muchas familias de generación en degeneración.
Miguel se hizo ingeniero y trabajaba con tal honestidad que sus amigos le criticaban el ser tan estúpido, y le reclamaban, oye tú sí que te pasaste de honesto. Mientras todo el mundo se hace rico, le gritaban, tú vas a terminar siendo el llanero solitito.
Pero él, seguía fiel a sus principios, tanto que, la verdad, se había quedado al inicio, no había avanzado mucho. En su casa, amaba a su esposa, adoraba a sus hijas y la infidelidad nunca se había cruzado por su mente. En suma (resta, multiplicación y división) era un hombre ejemplar.
Sus amigos lo tentaban, le ponían hembritas, y algunas de esas comadrejas, al ser desairadas por Miguel, terminaban diciendo, oye, creo que tu amigo es maricón.
Entre sus amigos creció la preocupación y decidieron que entre todos debían rescatarlo de la monotonía y la asfixia de la vida virtuosa. Y adoptaron la tremenda responsabilidad de adiestrarlo, de evangelizarlo en los principios básicos del Instinto Asesino. Hicieron un FODA rápido de Miguel para diagnosticarlo y se percataron que su fortaleza era además su tremenda debilidad, era demasiado honrado. La amenaza era que el mundo se lo iba a engullir y la oportunidad eran ellos, sus amigos, que lo salvarían del naufragio del desamparo. Debían enseñarle el Instinto Asesino que no es otra cosa que ser implacables a la hora de cobrar, no tener la más mínima conmiseración por el prójimo, subir en la escala social sin ningún tipo de miramientos, no creer en nada ni en nadie. Y los amigos de Miguel eran expertos en esos menesteres.
Sus amigos empezaron con los sabios consejos de la calle. Mira cholo, le decían, a la gente cóbrales lo que desees. Pulséalos, pídeles más. Toda la gente es una mierda, dicen que no tienen para pagar, pero ajústalos nomás porque esos indios de mierda cagan plata, sácales su puta madre.
Otro consejo se lo dio Carlos. Escucha Miguel, le dijo, mi hermano es odontólogo y me dice, la gente confía en mí, yo los examino y les programo unas curaciones y si el cliente tiene pocos dientes con caries, pues se le pueden fabricar algunas oquedades, sino, ¿para qué se ha inventado la fresa? “Herrar” es humano (como dijo el herrero), se te puede ir la fresa de casualidad en unos dos o tres dientes y eso te reportará unos buenos dólares. Mi otro hermano, prosiguió Carlos, es médico, pero es un comerciante nato. Felizmente que es Neumólogo porque si fuera Oftalmólogo sucumbiría rápidamente al error de sacarte hasta los ojos. Mi hermano, el médico, le decía, es una biblia, debemos aprender de él, es un predador como debemos ser todos. Él es un tipo tranquilo, usa lentes a lo Lennon (para engañar al enemigo) pero cuando ve a un paciente, se transforma, alerta sus sentidos, lo huele, lo mira, lo desnuda, lo posee, desearía tocarlo para proclamarlo que es de su entera propiedad y jura defenderlo hasta con su propia vida, de los otros médicos, peores predadores que él y que pululan en la clínica donde trabaja para arrancharse a los sufridos y exprimirles hasta el último centavo de sus bolsillos y de sus seguros médicos. Esa es la realidad, carajo, reacciona Miguel. La vida no es de los valores cristianos y otras huevadas que nos vuelven idiotas y nos tiran en la vía pública para que la sociedad nos atropelle. Los tipos como mi hermano son triunfadores, defecan plata; los huevones como tú, acumulan riquezas en el cielo o sea nunca porque nada nos garantiza que haya cielo. Mejor asegúrate, fabrícate el cielo en la tierra, pero el de los caminos anchos, cómodos no importa que sean los de la perdición. La perdición, la perdición, con eso nos martillean los curas para manipularnos. La perdición no es otra cosa que la Felicidad, convéncete de una buena vez. Por si acaso, no es requisito ser pobretón para entrar a los aposentos de San Pedro. Aunque te parezca mentira, varios millonarios ya entraron al cielo. Las acerías Krupp, para tu información, como dijo Quino, ya pueden fabricar agujas por las que puede entrar un camello. Incluso compadre lo que dijo Jesús está fuera de época, ahora debió decir, “en verdad en verdad os digo que es más fácil que se cargue a un elefante (ojalá que no se extingan los elefantes) con cuatro cabellos humanos que un rico entre al reino de los cielos”. Así la frase duraría un buen tiempo. En todo caso se les ha olvidado publicar un update de los evangelios.
César, otro de sus amigos, le dijo, mi tío es ingeniero, trabaja en un ministerio, su sueldo es una cagada, pero su ingreso decoroso lo constituyen las comisiones (10% del monto total, ésta es una ley que falta inscribirse en la Ley de leyes, la “Prostitución” Política del Perú) por las obras que adjudica a las compañías constructoras. Con eso se ha comprado un auto del año y está embelleciendo su casa. Además, esas comisiones provienen del dinero privado, no le estás robando al Estado. Y por último si le robaras al Estado, que no te pillen pues, no seas imbécil. Piensa que el Estado somos todos y si robas 100,000 dólares divididos entre 28 millones es una ridiculez. No se va a notar. Los escrúpulos te van a hundir. La conciencia ya pasó de moda.
El discurso de Fernando fue una clase maestra que finalmente logró la conversión de Miguel al culto al vil metal. El le dijo, Miguel, yo sé que tú tienes dos hijas. Hasta en eso eres pudoroso. Tú eres inteligente, tu esposa es brillante y la sociedad ganaría si ustedes hubieran procreado más hijos, que hubieran salido muy inteligentes por supuesto. Además tu apellido es decente, eres un Fajardo, no lo olvides. Pero tú pensaste, no, los hijos son una gran responsabilidad debo limitarme a tener dos. Pero y los indios de mierda? Los Quispe, los Mamani, los Condori están que se reproducen sin límites (por eso nos ganan las elecciones porque son más, hay como mierda de ésos). Son los sementales de pacotilla que poblarán al nuevo Perú y así lo cagarán para siempre. Al final el Perú va ser un gemelo de países cagones. Por ejemplo, tú, Miguel, pagas tu casa a plazos con el sudor de tu frente, pagas un colegio particular para tus hijas, la comida y los servicios te cuestan y el entretenimiento para tu familia lo tienes racionado. Eres un puto responsable. Y has merecido una felicitación por eso? Ni mierda. Mientras tanto los indígenas, se cagan en la nota, tienen como 15 hijos (creen que por docena es más barato), en varias mujeres (y siguen cagando los apellidos, sus mujeres apellidan Choquehuanca, Camacuari , un abuso, pobres hijos) roban luz eléctrica, roban agua, cagan a la intemperie, viven del programa gratuito del vaso de leche, tragan gratis en el comedor popular, tienen a su disposición la educación gratuita para sus hijos en colegios nacionales, institutos del estado, universidades nacionales, salud gratuita y todavía exigen (si, EXIGEN, ¡que tal concha!) que les pongan servicios públicos gratis. Y a cambio de todo lo que reciben, esas joyitas de padres, no mueven un puto dedo, chupan (beben licor) todas las semanas, gozan como condenados.
Eso de la Inclusión Social es el discurso del despeñadero, el camino más corto para la ruina del pais, la masturbación de una masturba de sociólogos que se llenan los bolsillos y se proclaman recontra Verdes. Y nosotros creyendo que es por la Ecología, no, es por los dólares que se embolsican. Nosotros los ciudadanos responsables tenemos que cargar con esas sanguijuelas, pagando nuestros impuestos, con esos indígenas hijos de puta y su cochina descendencia. Miguel, por última vez, decídete, manda el mundo a la mierda y dedícate a lo más sano, haz billete. Si sigues así, inmaculado, te vas hundir en la miseria. Por Dios, aprovecha las oportunidades.
Así, cada día Miguel recibía, religiosamente, la catequesis para convertirse en un hombre normal, para prescindir de la moral, la ética y tanta teoría estupidizante del hombre. En suma para no tener remordimientos, para prescindir de los sentimientos de culpa para siempre y para poder triunfar plenamente.
Y la charla de graduación se la dio Ricardo. Su amigo del alma. Un día le dijo, cholo, tú me conoces, yo soy abogado. Nunca he ejercido. Entre amigos yo acepto chistes como la pregunta que me hicieron la otra vez ¿Doctor, qué le dijo el buitre a un abogado? Yo dije no sé y me respondieron, el buitre le dijo: ¡¡ Quién como tú que te los comes vivos ¡¡. Te decía que mi primo que era coronel de la Policía me dijo un buen día hace tres años, tengo un negocio ciento por ciento seguro, hay que hacer una empresa con testaferros para ser proveedores de la Policía Nacional. Yo hice la empresa, pero, por si las moscas, no la puse a mi nombre. Y comencé a vender sin parar, muchos productos eran sobrevaluados, no por mí (porque no entendía la mecánica del negocio) sino por los Oficiales de Intendencia de la Policía Nacional que me decían, Doctor, suba los precios para poder repartir ese plus entre los que intervienen en la operación. Yo, cholo, aprendí y ahora puedo intervenir en licitaciones de varios millones de dólares. Asombrado, Miguel le pregunto, tú tienes esa cantidad? No cholo. Las pendejadas se aprenden y te sirven para llenarte de plata. Mira la cosa es así. Me piden 1,000 computadoras, a 1,500 dólares cada una, da 1 millón y medio de dólares (incluidos muertos y heridos, o sea las coimas). La licitación pública es amañada, yo la gano de todas maneras. Hago mi factura y voy al almacén general de la Policía Nacional. El jefe del almacén, un oficial, que ya está “conversado”, me pone el sello de “Recibido”. Pero esto tiene un precio. El oficial me dice Doctorcito (como me jode que me diga Doctorcito, a mí todavía, que he crecido, que soy un grande, un triunfador. Y un oficialito y me disminuye, que mala suerte carajo) me he casado recién y en la tienda Morys de la avenida Arenales hemos escogido con mi esposa un juego de sala de cuero negro y un juego completo de comedor de cedro. Por favor Doctorcito (y dale con lo de doctorcito) me los lleva a mi dirección, su casa por supuesto. Con ese sello de ingreso a Almacén, voy a Caja y me dan el cheque por el millón y medio de dólares. Muchas veces me he sentido tentado, después de cobrar, a fugarme del país, pero no me detienen los escrúpulos, me detiene la razón. Si cometiera esa torpeza yo perdería más, estoy seguro. Con la plata de la misma Policía compro las computadoras, las entrego, pago las coimas, cobro mi parte y a celebrar. Como te habrás dado cuenta, incluso no necesito capital. Yo me di un plazo, que el anterior gobierno durara apenas 5 años más, y después de ese plazo me pararía para siempre. Nada, ni Dios podría tumbarme. Miguel escuchaba espantado. Pero, Ricardo cambio de voz y le dijo, mis cálculos fallaron y cayó el maldito gobierno. Me dolió, Dios me dio la contra. Pero es bueno tener un adversario de su poderío (a cualquiera puedes vencerlo, pero vencer a Dios, es algo especial) me preparé para otra etapa de triunfador, me actualicé en mis estudios universitarios y ahora soy Juez (y Parte obviamente) y te apuesto, Miguel, voy a ser el Presidente de la Corte Suprema, más temprano que tarde. O sea que voy a ser el vivo retrato de la Justicia en el Perú, cágate de la risa, la probidad hecha hombre. Voy a representar los valores, te das cuenta toda la vueltaza que he dado y la sociedad me va a nombrar prohombre. Y tú, huevón, te la pasas cultivando los valores y al final todos te van a hacer papilla, nadie te va a hacer un monumento. No tienes casa, no tienes carro pero dices a todo el mundo que tú si puedes dormir tranquilo. Y todavía me has dicho que los corruptos no pueden dormir en paz. Para tu desilusión, te diré que esos huevones duermen hasta más allá del mediodía.
Miguel sintió que, poco a poco, su cerebro se limpiaba de las impurezas y agradeció a Dios por tener esos amigos. Sintió en lo más profundo de su corazón ese sentimiento superior de rescate, de salvación. El dinero había entrado a su corazón y desde ese momento Miguel fue otro. Se había convertido, no moriría en la miseria.
Y quien iba a decirlo, el destino le ofreció la oportunidad que esperaba. Justamente, perdió su trabajo. Por lo que decidió iniciar una empresa y entre varias opciones decidió emprender un negocio de funeraria. Hizo muy buena plata desde el inicio, la visión de ganar contra todos los pronósticos lo guiaba como un lazarillo. Mientras que la gente lloraba la pérdida de un ser querido, el los hacía firmar papeles en blanco de contratos que los deudos ni siquiera leían ni comprendían por la desesperación del momento. Les decía, el servicio cuesta 3000 nuevos soles pero los añadidos, que nunca eran reclamados, muchas veces eran hasta un 50% más del monto inicial convenido. Miguel había aprendido el Instinto Asesino y la fortuna quiso que lo practicara con cadáveres. El Crimen Perfecto.
sábado, 31 de enero de 2009
CUENTO CORTO: DEBÍ HABERLO MATADO JAMÁS – A.GUERRÓN
Debí haberlo matado, pero cuando tuve la mejor oportunidad, dudé.
Soy César Landauri, ex – infante de marina, ex - esposo, ex – profesor de gimnasia y ex - persona.
Manejo multitud de armas con gran destreza y aprendí a matar sin dejar rastros. Fue importante adquirir ese bagaje de asesino porque combatí en el frente externo en una pequeña guerra (pequeña porque duró pocas semanas) y en el frente interno contra el terrorismo. No tengo ningún remordimiento en matar. Soy un profesional de la guerra.
En el servicio de Inteligencia, mis jefes me encargaron eliminar al Comandante Salvatierra porque con sus debilidades ponía en peligro a todo el sistema. Sus debilidades eran las clásicas que ustedes conocen: las mujeres, el licor, la cocaína y …los hombres (sí pues, al más macho de la Marina del Perú, le gustaban los reclutas, aquellos efebos que lo hacían gruñir de placer).
Yo era su adlátere, su chofer, su mayordomo, su secretario, su sombra. Compartíamos muchas horas juntos, muchos secretos y si me permiten develar uno, compartíamos a su mujer. La primera vez que comí la fruta del jardín prohibido ocurrió cuando lo traje a su casa (una mansión en uno de los mejores distritos de Lima, signo exterior de riqueza que delataba que cuando era jefe de la zona de emergencia en la selva peruana, obtuvo pingües ganancias en alianza con los narcotraficantes de la zona. Los narcos lo habían declarado hijo predilecto, mi hermano del alma, mi pataza y lo forraban en dólares y en cocaína para su consumo), estaba ebrio y lo ingresé hasta su habitación cargado. Nos había recibido Gabriela, su esposa, una diosa de 40 años, en una discreta bata transparente de color melón que me dejó atónito. Se puso roja de ira o de vergüenza. Al final me dijo gracias César, por favor no te vayas, te invito un trago. Yo me sorprendí y luego de un análisis bélico de la situación accedí. Me sirvió wiskhy con hielo, ella se sirvió otro tanto y se sentó frente a mí. Estaba con la bata que se resbalaba de sus poderosos muslos y dejaba un camino para la imaginación que iba a exacerbar el bendito licor. Me dijo que estaba harta, que no tenía vida marital, y tenía que soportar las humillaciones de sus vicios. Y tenía un gran temor de contraer Sida porque ya lo había descubierto con amantes masculinos. Se le habían perdido unas batas y ella pensaba con mucha buena fe que era porque se la regalaba a sus amantes féminas de mala muerte hasta que una vez regresó a su casa de un viaje, días antes de lo previsto y encontró a su marido el comandante Salvatierra, el más macho de la Marina del Perú, vestido con una de sus batas perdidas en arrumacos con un joven atlético de corte militar. El esposo la gritó y le dijo lárgate, no hagas escándalo. Tú no has visto nada y otra vez avisa si vas a venir antes.
Gabriela sirvió la segunda ronda de licor y puso música. Me dijo César, hace tiempo que no bailo, podemos bailar. Señora, le dije, yo no sé que hacer. Ella me tomó de la mano para bailar y me dijo, no me llames Señora, llámame Gabriela. La sala era grande, su culo era grande, sus tetas eran grandes y mi deseo empezaba a crecer para alcanzar esos tamaños. No quise ser imprudente y por si acaso la dejé tomar la iniciativa, no vaya a ser que un marino (el colmo) se lance a la piscina sin agua. Bailamos al compás de una música y se me acercó como la serpiente del paraíso. Mi serpiente ya pasaba de gel a sólida. Gabriela me dijo estoy desesperada César, con una voz que me erizaba los pelos y se puso a llorar en mi hombro. Necesito sentirme mujer y a alguien que me haga sentir mujer. Luego me besó furiosamente y comenzó a resbalarse por mi pecho para pintar con su saliva cada centímetro de mi piel. Cumplía así con el ritual de la adoración y luego se prendió con sus labios del mástil que acostumbro llevar siempre conmigo, y sentí un vacío de succión que me desorbitó, me sentí en el infierno total, porque allí es donde están los placeres máximos. Y Gabriela seguía en un intento obsesivo de succionar una savia vital que yo debía proporcionarle. Ese día me enseñó como es que una mujer puede ser declarada Perita en ese difícil arte, sin temor a endilgarle ese merecido título. Finalmente inundé sus labios con el icor que buscaba y gritó, se jaló los cabellos, me hundió las uñas, me mordió. Luego fue al baño y al regresar me dijo César, gracias, no sabes cuánto ha significado esta noche para mí. He vuelto a vivir. Hasta había pensado en suicidarme.
Desde hace años sueño que me violan, me acorralan varios desconocidos pero cuando van a violarme, nunca ocurre el evento y me despierto mojadita y como casi nunca está mi marido me dedico a disfrutar de los placeres individuales, egoístas, onanistas.
Después tuvimos innumerables encuentros en su casa, en su cocina, en la escalera, en la biblioteca, en la piscina. Me pedía que ingrese en ella a la fuerza, le excitaba la violencia. Cada vez me sorprendía gratamente, me trataba como rey. Se arreglaba y se ponía mucho más bonita para mí. Alguna vez le compré un vestido, y me dijo, esto merece un strip tease, puso luz de penumbra, música suave y se movió como una puta sólo para mí, se quitó su vestido y luego se puso, con un exquisito arte de cabaret, el vestido que yo le había traído. Luego lo destrozamos para dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos. Eso, con los más bajos instintos se llega a las cumbres más altas en el sexo y en el amor. Pero les diré que no todos los vestidos que le regalé los destrozamos juntos, algunos los destrozó ella sola cuando pensaba en mí y los horadaba ferozmente en un intento poético de recrear un estupro total.
Cuando éramos una pareja total, y nuestra felicidad solo era empañada por la presencia inoportuna del comandante Salvatierra, ella me pidió que lo matara, me dijo que él tenía un buen seguro de vida y con eso podríamos vivir felices para siempre.
En verdad él nos estorbaba. Yo tenía todas las ventajas, conocía todos sus movimientos. Lo traía, la mayoría de veces, inconsciente a su casa. Estaba fácil. La idea era matarlo sin dejar huella. Entonces aparentemente desde todos los frentes la orden era matarlo.
Mis jefes me prometieron que podían desaparecerlo, primero yo lo mataba, luego ellos se encargaban de incinerarlo en un hornito y luego esparcirían las cenizas en alguna carretera. A la mierda con el quinto mandamiento.
El día llegó, estaba decidido. Pero extrañamente mi conciencia apareció para estorbar mi frialdad. Cómo era posible que yo le fallara al comandante así, tan deslealmente. Yo ganaba un buen sueldo como su asistente y mi trabajo no era pesado. Hubo épocas en las que fuimos amigos y alguna vez me aconsejó en alguna encrucijada personal. Si mis jefes querían que muera el Comandante ¿porque me encargaron precisamente a mí esa tarea? Y lo peor de todo es que me convenía que muera para ser felices con Gabriela. Empecé a cuestionar mis principios, la moral, la ética.
Él confiaba plenamente en mí y además siempre iba armado con una pistola. Debía tomar mis precauciones. Lo iba a matar de un tiro en la nuca en una carretera desolada porque ese día me había pedido que lo lleve a su casa de campo. Seguro que tenía alguna cita con una chica o un mancebo. En el camino me dijo César te doy un datazo, para tener un buen sexo, embadúrnate la cabeza del pene con clorhidrato de cocaína y también a la vagina de tu pareja. La idea es que se van a anestesiar esas zonas y van a tener la sensación de tener unos genitales inmensos y eso les va a permitir un máximo placer. Le dije gracias mi Comandante, lo tomaré en cuenta. Mientras yo pensaba, el Comandante pensando en placer y yo en el tiro en su nuca.
Pero las cosas, a veces, ocurren de otras maneras a cómo las planificamos. Yo cometí un craso error, subestimé al Comandante.
Debí haberlo matado pero no tuve el alma de asesino para hacerlo y hoy, que paradoja, soy apenas un alma.
Soy César Landauri, ex – infante de marina, ex - esposo, ex – profesor de gimnasia y ex - persona.
Manejo multitud de armas con gran destreza y aprendí a matar sin dejar rastros. Fue importante adquirir ese bagaje de asesino porque combatí en el frente externo en una pequeña guerra (pequeña porque duró pocas semanas) y en el frente interno contra el terrorismo. No tengo ningún remordimiento en matar. Soy un profesional de la guerra.
En el servicio de Inteligencia, mis jefes me encargaron eliminar al Comandante Salvatierra porque con sus debilidades ponía en peligro a todo el sistema. Sus debilidades eran las clásicas que ustedes conocen: las mujeres, el licor, la cocaína y …los hombres (sí pues, al más macho de la Marina del Perú, le gustaban los reclutas, aquellos efebos que lo hacían gruñir de placer).
Yo era su adlátere, su chofer, su mayordomo, su secretario, su sombra. Compartíamos muchas horas juntos, muchos secretos y si me permiten develar uno, compartíamos a su mujer. La primera vez que comí la fruta del jardín prohibido ocurrió cuando lo traje a su casa (una mansión en uno de los mejores distritos de Lima, signo exterior de riqueza que delataba que cuando era jefe de la zona de emergencia en la selva peruana, obtuvo pingües ganancias en alianza con los narcotraficantes de la zona. Los narcos lo habían declarado hijo predilecto, mi hermano del alma, mi pataza y lo forraban en dólares y en cocaína para su consumo), estaba ebrio y lo ingresé hasta su habitación cargado. Nos había recibido Gabriela, su esposa, una diosa de 40 años, en una discreta bata transparente de color melón que me dejó atónito. Se puso roja de ira o de vergüenza. Al final me dijo gracias César, por favor no te vayas, te invito un trago. Yo me sorprendí y luego de un análisis bélico de la situación accedí. Me sirvió wiskhy con hielo, ella se sirvió otro tanto y se sentó frente a mí. Estaba con la bata que se resbalaba de sus poderosos muslos y dejaba un camino para la imaginación que iba a exacerbar el bendito licor. Me dijo que estaba harta, que no tenía vida marital, y tenía que soportar las humillaciones de sus vicios. Y tenía un gran temor de contraer Sida porque ya lo había descubierto con amantes masculinos. Se le habían perdido unas batas y ella pensaba con mucha buena fe que era porque se la regalaba a sus amantes féminas de mala muerte hasta que una vez regresó a su casa de un viaje, días antes de lo previsto y encontró a su marido el comandante Salvatierra, el más macho de la Marina del Perú, vestido con una de sus batas perdidas en arrumacos con un joven atlético de corte militar. El esposo la gritó y le dijo lárgate, no hagas escándalo. Tú no has visto nada y otra vez avisa si vas a venir antes.
Gabriela sirvió la segunda ronda de licor y puso música. Me dijo César, hace tiempo que no bailo, podemos bailar. Señora, le dije, yo no sé que hacer. Ella me tomó de la mano para bailar y me dijo, no me llames Señora, llámame Gabriela. La sala era grande, su culo era grande, sus tetas eran grandes y mi deseo empezaba a crecer para alcanzar esos tamaños. No quise ser imprudente y por si acaso la dejé tomar la iniciativa, no vaya a ser que un marino (el colmo) se lance a la piscina sin agua. Bailamos al compás de una música y se me acercó como la serpiente del paraíso. Mi serpiente ya pasaba de gel a sólida. Gabriela me dijo estoy desesperada César, con una voz que me erizaba los pelos y se puso a llorar en mi hombro. Necesito sentirme mujer y a alguien que me haga sentir mujer. Luego me besó furiosamente y comenzó a resbalarse por mi pecho para pintar con su saliva cada centímetro de mi piel. Cumplía así con el ritual de la adoración y luego se prendió con sus labios del mástil que acostumbro llevar siempre conmigo, y sentí un vacío de succión que me desorbitó, me sentí en el infierno total, porque allí es donde están los placeres máximos. Y Gabriela seguía en un intento obsesivo de succionar una savia vital que yo debía proporcionarle. Ese día me enseñó como es que una mujer puede ser declarada Perita en ese difícil arte, sin temor a endilgarle ese merecido título. Finalmente inundé sus labios con el icor que buscaba y gritó, se jaló los cabellos, me hundió las uñas, me mordió. Luego fue al baño y al regresar me dijo César, gracias, no sabes cuánto ha significado esta noche para mí. He vuelto a vivir. Hasta había pensado en suicidarme.
Desde hace años sueño que me violan, me acorralan varios desconocidos pero cuando van a violarme, nunca ocurre el evento y me despierto mojadita y como casi nunca está mi marido me dedico a disfrutar de los placeres individuales, egoístas, onanistas.
Después tuvimos innumerables encuentros en su casa, en su cocina, en la escalera, en la biblioteca, en la piscina. Me pedía que ingrese en ella a la fuerza, le excitaba la violencia. Cada vez me sorprendía gratamente, me trataba como rey. Se arreglaba y se ponía mucho más bonita para mí. Alguna vez le compré un vestido, y me dijo, esto merece un strip tease, puso luz de penumbra, música suave y se movió como una puta sólo para mí, se quitó su vestido y luego se puso, con un exquisito arte de cabaret, el vestido que yo le había traído. Luego lo destrozamos para dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos. Eso, con los más bajos instintos se llega a las cumbres más altas en el sexo y en el amor. Pero les diré que no todos los vestidos que le regalé los destrozamos juntos, algunos los destrozó ella sola cuando pensaba en mí y los horadaba ferozmente en un intento poético de recrear un estupro total.
Cuando éramos una pareja total, y nuestra felicidad solo era empañada por la presencia inoportuna del comandante Salvatierra, ella me pidió que lo matara, me dijo que él tenía un buen seguro de vida y con eso podríamos vivir felices para siempre.
En verdad él nos estorbaba. Yo tenía todas las ventajas, conocía todos sus movimientos. Lo traía, la mayoría de veces, inconsciente a su casa. Estaba fácil. La idea era matarlo sin dejar huella. Entonces aparentemente desde todos los frentes la orden era matarlo.
Mis jefes me prometieron que podían desaparecerlo, primero yo lo mataba, luego ellos se encargaban de incinerarlo en un hornito y luego esparcirían las cenizas en alguna carretera. A la mierda con el quinto mandamiento.
El día llegó, estaba decidido. Pero extrañamente mi conciencia apareció para estorbar mi frialdad. Cómo era posible que yo le fallara al comandante así, tan deslealmente. Yo ganaba un buen sueldo como su asistente y mi trabajo no era pesado. Hubo épocas en las que fuimos amigos y alguna vez me aconsejó en alguna encrucijada personal. Si mis jefes querían que muera el Comandante ¿porque me encargaron precisamente a mí esa tarea? Y lo peor de todo es que me convenía que muera para ser felices con Gabriela. Empecé a cuestionar mis principios, la moral, la ética.
Él confiaba plenamente en mí y además siempre iba armado con una pistola. Debía tomar mis precauciones. Lo iba a matar de un tiro en la nuca en una carretera desolada porque ese día me había pedido que lo lleve a su casa de campo. Seguro que tenía alguna cita con una chica o un mancebo. En el camino me dijo César te doy un datazo, para tener un buen sexo, embadúrnate la cabeza del pene con clorhidrato de cocaína y también a la vagina de tu pareja. La idea es que se van a anestesiar esas zonas y van a tener la sensación de tener unos genitales inmensos y eso les va a permitir un máximo placer. Le dije gracias mi Comandante, lo tomaré en cuenta. Mientras yo pensaba, el Comandante pensando en placer y yo en el tiro en su nuca.
Pero las cosas, a veces, ocurren de otras maneras a cómo las planificamos. Yo cometí un craso error, subestimé al Comandante.
Debí haberlo matado pero no tuve el alma de asesino para hacerlo y hoy, que paradoja, soy apenas un alma.
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