miércoles, 4 de marzo de 2009

CUENTO CORTO : NOS HUBIÉRAMOS CASADO TANTO - A.GUERRÓN O.

Mi familia y yo éramos felices. Teníamos una vida muy simple. Mi esposa se dedicaba al cuidado del hogar y mis dos hijas iban al colegio a la primaria elemental. Las veía crecer y su alegría contagiaba a todos los rincones de la casa. Mi rutina era, de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Yo siempre he sido huraño para las reuniones, me considero un gregario familiar reducido a la mínima expresión. En nuestra vida no pasaba nada extraordinario excepto que la sagrada familia se iba entronizando en nuestras cuatro paredes debido a los pocos errores que cometíamos y que nos esforzábamos por subsanar.
Me casé muy enamorado y cuando nacieron mis hijas, yo que soy un abstemio inveterado, celebré con unas peas vikingas. Ser padre era lo máximo.
Cuando mirábamos hacia atrás recordábamos solo felicidad. El presente efímero era feliz y fugaz. Y el futuro lo avizorábamos también con una pantalla virtual de felicidad. Estábamos acorralados, no teníamos escapatoria. Seríamos felices.
Cierto día, caminaba por el mercado central de Lima, al mediodía, a la hora de mi refrigerio. Y ocurrió que alguien tocó mi hombro y me dijo, hola Alberto, qué gusto de verte. Era María, una antigua amiga (en realidad era una ex-enamorada) y me sorprendió. Hacía 15 años que no la veía y la reconocí. Había subido de peso y se mantenía bastante guapa. Hola María, también para mí, es un gusto verte. No sabía que estabas en Lima, le dije para ser cortés, pero en realidad nunca me interesó ese dato. Ella me dijo, yo si me enteré que tú vivías en Lima, que te casaste. Y que… ¿eres feliz? La pregunta me sorprendió, no tuve tiempo de inquirir porqué la pregunta y le contesté, convencido, por supuesto. María me dijo, me casé, tengo dos hijos de 7 y 9 años, y me va más o menos, dijo resignada. Yo estaba apurado, tenía que ir a hacer una gestión de mi trabajo y aceleré la despedida. María, le dije, que te vaya bien siempre. Ella se acercó, me dio un beso en la mejilla y me dijo algo ruborizada, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?
Y nos separamos otra vez para nunca.
Continué viviendo mis horas felices y en la noche recordé este encuentro y pensé, nos hubiéramos casado, hubiéramos tenido dos hijos, esa otra vida juntos hubiera ocurrido.
Nuestros hijos estudian en un colegio marista, tenemos unos vecinos muy amigables y los domingos acostumbramos visitar a sus familiares, sus hermanas, o alguna prima de ella. Nuestra agenda social es bastante recargada. Hemos empezado a teñirnos el pelo porque a los años se les ha ocurrido, nunca tan inoportunamente, decolorarnos el cabello. Mi trabajo es agitado, estresante. Soy un médico anestesista y mis colegas cirujanos me confían el anochecer y el amanecer de sus pacientes. Mi esposa administra un negocio nuestro, un restaurante y nos va bien. El tiempo se pasa volando. Siempre hay personas que me comentan, doctor que increíble, ya estamos en julio ¿no? y ni nos hemos dado perfecta cuenta. Luego prosiguen con su cuenta mensual, agosto, setiembre, octubre y ya casi se acaba el año. Finalizan con su frase, este año se ha ido volando. Yo les digo, como para ironizar, sí pues el tiempo se pasa volando, el año pasado a estas alturas todavía estábamos en marzo.
Mis hijos se casaron, nos han dado 4 nietos. Me he jubilado con poco júbilo y un consultorio de experiencia con todo lo que recuerdo de la medicina son mis cuarteles de invierno. Mi esposa ha envejecido, lo guapa no se le ha ido. Un lunes he ido al barrio chino del centro de Lima y mientras compro un minpao y un vaso de chicha de maíz morado, escucho a una pareja que conversa. Están festejando, se sonríen. Escucho que se cuentan que se casaron cada uno a su manera, que son endemoniadamente felices cada uno también a su manera. Él la ha invitado a comer al lugar en donde estoy degustando comida china. Y cuando se despiden, escucho lo imposible. Recién caigo en cuenta que me estoy olvidando de olvidar. Ella le dice, casi como un reproche, Alberto, nos hubiéramos casado. ¿No?

CUENTO CORTO : PAN Y CARTA - A GUERRÓN O.

Varias veces deben haberme visto. Yo soy el chofer del taxi tico amarillo que se estaciona cerca de ese promontorio a la vera del camino en los linderos de la urbanización.
Acostumbro estacionarme allí después de almorzar para descansar algunos minutos. La primera vez que la ví quedé deslumbrado, su sonrisa, su desenfado, la manera tan educada de desdeñar al mundo, sus curvas impresionantes (¡ Y yo, sí conozco de curvas ¡). Su mirada sin horario, su pelo bronco, espiralado, con el color de la cebada madura. Me bastó con mirarla y ella ni cuenta se dio. No me interesaba, mi equipaje estaba completo con ese momento de ensoñación.
Pasaron varios días y no pude quitármela de la cabeza, la recordaba, su mirada me buscaba. Antes de siete días volví al lugar y me detuve, salí del auto y allí estaba. No creo que me estuviera esperando, debía tener muchos admiradores y a mí ni me conocía. Yo no sabía su nombre y no era necesario. Por ahora era importante ser anónimos. Exacerbaba mis sentimientos.
Cuando me dí cuenta, regresé antes de los tres días. Los plazos se acortaban y me parecía, sino extraño, por lo menos preocupante. Me comenzaba a hacer falta. Allí estaba ella, desafiando a la luz, su cuerpo ondulaba como un suave sismo, y su piel empezaba a cobrar el mejor tono cobrizo. La ví, procuré que no se diera cuenta de mi asedio, me hice el que miraba a otro lado, pero como deseaba voltear y no me importaba que ella se enterara que yo era uno de sus más rendidos admiradores sino el totalmente rendido. Continué trabajando porque no se puede vivir del amor. Seguí yendo a mi casa, abrazaba a mis hijitas, le hacía el amor a mi esposa pero ya no era lo mismo. Ese placer estaba en otro lado. Yo estaba enamorado de ella.
Para todos, uno sí se puede enamorar varias veces. A mí me estaba pasando y como a la mayoría, ya no me interesaba mi hogar. Estaba dispuesto a perder todo para ganarla a ella. Seguí mi rutina y ahora me sentía con nuevos bríos. Ahora tenía una razón muy bella para vivir y comprendía a los lacerados por Cupido.
Ella era todo para mí, me despertaba y quería ir a verla. Por supuesto no era posible, había que ganarse el pan duro de cada día.
El día anterior no sospeché nada. Fui a verla, estaba imponente, en ese momento ella podía hacer lo que quisiera con cualquiera. Era terrible propietaria de ese poder omnímodo. Se lo había ganado por aclamación. Sus ojos no me advirtieron de nada. A pesar del futuro que no adiviné, deleité mi avanzada miopía con sus rasgos faciales y su perfil sin defectos. Me puse con el viento a mi favor y estoy seguro que hasta la olí. Quise tenerla entre mis brazos.
Al día siguiente acudí al lugar porque ya no podía vivir sin ella. Nos despedimos sin explicaciones, sin líneas, sin cartas. Alguien había quitado el letrero.

CUENTO CORTO : CON EL SUDOR DE TU FRENTE - A.GUERRÓN O.

A Felipe, era fácil encontrarlo, con su cara de circunstancias, sentado -casi con un horario fijo, mañana y noche- a la derecha del mostrador en la tienda de Don Alberto.
Vivía en la calle Ugarte en la ciudad de Sullana, una hermosa localidad del norte del Perú, apenas a una cuadra de aquella tienda. Era amigo de los hijos de Don Alberto, Wilmer y Miguel. Ellos lo habían recibido hace por lo menos 6 años como un habitúe que luego se transformó en parte del ornato de la fonda. Se diría que Felipe era una estatua que había cobrado vida. Los hijos de don Alberto aceptaron su presencia como la cuota de solidaridad con el prójimo que todos debemos pagar cada día. Felipe se sentaba a las 10 de la mañana y servía para conversar, para ayudar a que pasen las horas y para hacerles bromas a otros pasajeros de la tienda. Luego, a la una de la tarde se iba a almorzar, y tomaba la siesta de rigor. Yo debo tener sangre española decía, porque uno de los mejores inventos del mundo es la siesta. Te ayuda a reponer fuerzas del trajín de pensar, de vivir. En la noche regresaba a su puesto de centinela en el mostrador. Parecía un supervisor y los dueños lo aceptaban así.
Felipe había sido víctima de una broma bastante pesada por parte de Miguel, cuando recién comenzó a llegar a la tienda de Don Alberto. Miguel era un buen muchacho pero criollazo y pícaro. Un día Miguel estaba como burro en primavera después de ver a unas chiquillas en hot pants que - descaradamente le habían coqueteado y se habían dejado manosear para ganar algún regalo de su parte - habían ido a comprar chocolates y el falo le incomodaba, así que se lo acomodó para el costado izquierdo y se acordó que tenía el bolsillo agujereado en ese lado de su pantalón blue jean. Se acomodó el falo pétreo dentro de su bolsillo y hacia arriba, aprovechando el agujero. Y se le ocurrió una broma bastante cruel, para ello se mojó las manos con kerosene, artículo que él también vendía. Luego llegaron dos amigos de Manuel que ya sabían de la broma y esperaron a que venga algún incauto pero conocido. Y para su mala suerte se apareció Felipe. Miguel le dijo, Felipito, házme un favor, sácame de mi bolsillo izquierdo las llaves de la vitrina porque estoy con las manos con kerosene. Y Felipe obedeció. Introdujo su mano y agarró un ser viviente y lo soltó enseguida ante la risotada de los presentes. Y le dijo Miguel, no te juegues así, préstame el baño para lavarme.
Felipe no tenía oficio conocido, ni beneficio decían las señoras chismosas, que como todos sabemos son las notarios en los pueblos chicos. Las personas comenzaban a murmurar y le preguntaban a Felipe su horario de trabajo por incomodarlo pero con él no era. Sus amigos le aconsejaban, Felipe ya debes trabajar, tienes 28 años y debe ser incómodo pedir incluso la comida en tu propia casa si es que no trabajas. Felipe les decía, disculpen pero yo a ustedes no les pido nada porque se erizan. Por supuesto el primero de mayo lo veían y lo felicitaban, con un, Felipito déjame darte un abrazo sobretodo a ti, he venido de lejos solo para rendirte homenaje por el sudor que riegas y que sirve para fertilizar nuestros campos. Se escuchaban los discursos más creativos y propicios para la risa y para pasarla bien. Era la oportunidad para la chacota, la chanza. Y él, impertérrito, sonreía como burlándose de todos. Cuando habían huelgas le decían, Felipe, se han olvidado de asesorarse contigo, tú que eres el experto en esos menesteres por tu declarada huelga indefinida. Pero Felipe ni se inmutaba, hacía de cuenta que hablaban de otro.
Un día llegó a la tienda el rumor de que en la carretera a Querecotillo por la curva del cerro La Nariz del diablo, y a las tres de la madrugada, se había aparecido un fantasma de mujer a una pareja de enamorados. Los había asustado tremendamente pero después les había indicado un lugar para una excavación. Y al hacerla habían hallado unas joyas de oro que los sacó de pobres.
Ese día en la tienda a nadie le interesó el rumor excepto Felipe. Lo escuchó atentamente y puso en práctica un plan. Consiguió dinero para contratar a un taxista y un miércoles a las 2 de la mañana decidió ir en busca de fortuna. Paró a un taxista y lo contrató para ir a ese sitio. El taxista lo vió con cara de gay, porque siempre llevaba parejas a ese lugar solitario y no a un hombre, y para aclarar el tema le dijo amigo, yo respeto las preferencias personales pero esa nota de arrumacos entre hombres no va conmigo. Felipe se sorprendió de la suspicacia y luego se río. A continuación le dijo al taxista, no, no pasa nada, solo quiero el servicio de taxi. Así que acordaron el precio por una carrera ida y vuelta, que no era poco porque el sitio quedaba a 15 kilómetros de Sullana y la hora era especial. Iniciaron el recorrido y después de unos minutos llegaron a la curva. El cerro La Nariz del Diablo no era tan alto pero al recordar su nombre se persignaron y lo vieron imponente. Felipe le dijo al taxista, espérame unos 15 minutos y luego me llevas de regreso. Se armó de valor porque era consciente de que él valía muy poco, y se adentró hacia la oscuridad. Sacó un rosario de su bolsillo y lo cogió con las dos manos. El viento ululaba glacial, la noche era lo suficientemente oscura para amedrentar a los valientes y Felipe no era propietario de esa virtud, así que sentía escalofríos por cada paso que daba. Y de pronto algo se movió entre unos arbustos y salió despedido. Se movieron las ramas y liberaron a una pareja de búhos que habían sido distraídos en su romance melánico. Alzaron vuelo y se perdieron. Felipe resopló y agarró fuertemente el rosario. Avanzó con más cautela, y en la oscuridad se imaginaba formas pero no había contacto. Continuó, tropezó con algo y cayó al suelo. Tocó a tientas y reconoció el esqueleto de algún animal o de un humano. No tuvo tiempo ni la valentía para disipar la duda. Sudaba frío y estaba a punto de rendirse. Se incorporó y caminó unos pasos y de pronto en el horizonte cercano que marcaba una hondonada vió un resplandor y vió elevarse una especie de sotana blanca que se paró frente a él como a unos diez metros. En la oscuridad de la capucha que dominaba la sotana le pareció ver a una mujer muy triste. Y de pronto escuchó: Feliiiiipeeeeee, a quéééé has veniiiiiido. Felipe antes de desmayarse tomó aliento y le dijo, Animita, anini mimita, quiero plata, dinero. Y el espectro, como son los de su especie, que todo lo saben, le dijo, Trabaaaaja Feliiiiipeeee.

CUENTO CORTO : JUGADA SUCIA - A.GUERRÓN O.

recordaba donde la había dejado. Toda su familia apuntaba a que era en alguno de los casinos que frecuentaba compulsivamente. Pero ella decía no, fue mucho antes y no fue en un casino. Simplemente no recordaba y no le interesaba precisar donde enterró el recato. Su hogar se había destruido, el gran culpable era su esposo, violento por devoción y casi sádico por vocación. Sus hijos ya no estaban. Raquel no se diferenciaba en nada de una gran ama de casa sino porque inició sus vericuetos, que después se enredaron y la atraparon, en un garito. Las luces, la musiquita, el humo de tabaco que la asfixiaba, la posibilidad de entablar conversaciones con desconocidos y asesorarlos, sobre todo cuando se le acababa el dinero y no quería irse. Darles confianza y poco a poco transformarse en una mujer deseada; sentir que podía manipularlos e incluso llegar a recibir dinero de algunos y agradecerles con un beso, que ellos reclamaban con el pensamiento y que ni siquiera se lo pedían. Ella tomaba la iniciativa, les agarraba sus manos y sentía sus tremores sexuales.
Cuando entraba al casino su sangre le hervía, era saludada por casi todos, el pulso se le aceleraba y los elásticos de su ropaje se le aflojaban. Ella reía y decía, si supieran en mi casa en la vampiresa en que me he convertido. Permitía que algunos, solo dos en especial, se le acercaran y la tocaran, la manosearan, le hablaran al oído. Don José y Carlos eran su reserva de inmoral para cuando se quedara sin dinero, que era casi siempre y bien rápido. Su esposo permitía que fuera sola y ella le pagaba con solvencia, con la mayor deslealtad. Cuando la iba a recoger lo llamaba por celular y estaba pendiente de su llegada para retirarse discretamente de sus amantes y recibirlo con cariño. Soy la muerte, decía y sonreía.
Cada vez perdía más y más dinero, el que ganaba su esposo, el que le enviaba su hijo, el que ganaba ella. Mentía, decía que siempre ganaba, y alguna vez inventó un secuestro y robo para justificar la pérdida de una considerable cantidad de dinero. Y se engañaba diciendo que ella controlaba cuando quisiera esa afición. Se justificaba diciéndose que cuando sus hijos fueron pequeños se dedicó enteramente a ellos y que ahora ya podía dedicarse a ella.
No supo en que momento perdió el decoro con Don José. Con él sí fue un cuento hadas, en cambio con Carlos fue solo fiereza y descontrol. Un día yéndose a los baños del casino, eran las tres de la mañana, la jaló y la poseyó en los baños del casino. Carlos tenía un taxi, en él, ella se vendía por 50 soles, iban a la playa y consumaban un estupro moral y la convertía en su esclava por media hora.
Un día su esposo no fue a buscarla y le comunicó este detalle por teléfono. Fue suficiente, jugó hasta la plata del taxi de regreso, Carlos no estaba y cuando se quedó totalmente huérfana de dinero, se le acercó a Don José y le dijo, putescamente, Pepito, a qué horas te vas. Don José le dijo, contigo adonde sea y a la hora que quieras. Coquetamente le respondió, ya pues, Pepito a que hora nos vamos porque me he quedado misión imposible (en Perú, es una forma de decir que no tienes ni un cobre). Pero me hubieras dicho pues Raquelita, toma 50 soles para que juegues un rato más. Pero y si viene tu esposo, inquirió Don José para tener más datos. Ella, para excitarlo, le dijo hoy día no va a venir, está durmiendo. Don José le dijo, con una mujer como tú, yo ni dormiría. Ella se sintió halagada. Se pidieron dos tragos y dos más para entrar en calor. Fue a comprar fichas de juego y Don José le dijo, Raquelita, mi amor, ven a mi lado porque tú me traes suerte. Ella obedeció. Ahora eran un tándem. De pronto Don José ganó, la máquina se iluminó y empezó la fanfarria del vómito feliz. La máquina lanzaba desaforadamente fichas, fueron 900 nuevos soles y Don José aprovechó para decirle, ya ves Raquelita, tú me traes suerte y la abrazó, y la besó y ella se dejó besar y luego lo apartó. Luego Don José le dijo, voy a compartir mi ganancia contigo porque es justo. Toma 200 soles para ti. Pero Raquelita, quiero pedirte algo, vamos a celebrar, aquí al costado hay un snack bar bien discreto. Ay Pepito, tú sabes que soy casada, como me pides eso. Don José, que ya tenía los espermatozoides en el cerebro, le dijo pero si solo vamos a tomar unos tragos. Está bien, dijo Raquel, pero primero salgo yo y te espero. Raquel salió a lavarse las manos. Y salió del casino, luego caminó hacia el bar y se sentó en una mesa. Pidió un trago. Llegó Don José y le dijo vamos al tercer piso, porque allí funciona una discoteca. Tenemos 700 soles para celebrar nuestra buena suerte. Raquel se dejó tomar de la mano y apoyó su cabeza en el hombro de Don José. El la besó tiernamente. Cupido los había atravesado. Si en el mundo hubiera que buscar el amor, allí estaba. Subieron al tercer piso y el lugar tenía una parafernalia de caverna y con poca luz. Raquel apagó el celular, sabía que había cruzado el Rubicón hace rato. Bailaron una salsa y ella le movió infernalmente las caderas, él estaba excitadísimo. Luego bailaron una balada y ella sintió el falo de Don José que pugnaba por abrirse paso de su pantalón. Y sintió su erección como preludio de un orgasmo. Hace tiempo que con su esposo no sentía ese tipo de pecados. Don José la rodeó con sus manos y las bajó, le acarició las nalgas. Ella se juntó a su cuerpo y se sobó, como enemiga, contra él. Y llamó al mozo y le dijo, dános una habitación. Ella se sorprendió y a la vez agradeció que las cosas se dieran tan fácil. Fueron a la habitación y Don José se volvió loco, la besó hasta el infinito. Ella fue inmensamente feliz. Don José luego le ofreció su estandarte que usaba para colonizar tierras extrañas. Ella lo acarició y lo llenó de los más encendidos besos que hubiera dado. Se sintió una hembra completamente animal. Había obedecido a sus instintos. El la poseyó varias veces, y ella gritó, se desgarró. Y juró no dejarlo nunca más. Finalmente se bañaron, se prodigaron las más tiernas caricias y el amor surgió solemne, triunfante, más allá de los prejuicios, más allá de la moral, más allá del alfa y del omega.
Eran las cuatro de la mañana, debían irse. Bajaron y cuando se acariciaban en las escaleras tuvieron la tentación de volver a la habitación para dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Ella le dijo yo voy a salir primero, se encontraron en la esquina, tomaron un taxi, él la dejó en la puerta de su casa y le dijo, tengo celos de que tu marido te haga el amor. Ella le dijo, no te preocupes, él está dormido. Se dieron un beso de cuento de hadas, ya lo dije, y se despidieron. Ella bajó del auto y entró a su casa. Su esposo medio dormido le dijo, y mami, qué tal te fue. Ella le dijo muy bien y sonrió.

CUENTO CORTO : TAXISTA A PLAZOS -A.GUERRÓN O.

Yo soy taxista desde hace 10 años. La empresa donde trabajaba quebró y felizmente con mi despedida me dieron una indemnización que me sirvió para comprarme un auto y trabajarlo como taxista. A los 3 años unos tipos, que no parecían malhechores, me pusieron una navaja en el cuello y me quitaron toda mi fortuna. Nunca recuperé mi herramienta para enfrentar a la vida con más ilusión. Desde entonces cada vez que puedo, consigo a alguien que me dé en alquiler un auto para trabajar diariamente.
Hoy es domingo y quiero trabajar para encontrarme a mí mismo. Ya no tengo a nadie, mis hijos han viajado al exterior y mi esposa me ha abandonado. Me han dado en alquiler un automóvil Toyota sedán (a propósito se han dado cuenta que en los suicidios, el detective siempre debe buscar el auto-móvil. Esa anécdota es buena, se me ocurrió sólo porque soy taxista) y salí a recorrer la ciudad de Lima para conseguir algunos clientes. Les diré que las Plazas, más que las calles, siempre me han fascinado, por su belleza, por su forma, por su obligación de aduana del tráfico. Pasé por la Plaza del distrito de San Luis, que une a las avenidas Aviación, Arriola y San Juan. Esta es una Plaza ovoide, bastante descuidada y con unos monumentos poco famosos. Circundé la plaza y fui a llenar el tanque de gasolina de mi carro en un grifo del contorno. Mientras llenaba el tanque, pensaba en cómo se puede conocer una Plaza bastante bien. Y me respondía, poniendo tu humanidad en ella, llorando en la plaza algún amor extraviado, descansando en un día de sol, leyendo el periódico una mañana de domingo, quedarse en la Plaza viendo pasar a los autos, y sobre todo, certificando que el mundo da muchas vueltas. Pagué por el combustible y salí en primera, avancé una cuadra y volteé en U para regresar a la Plaza. Por alguna razón imánica ingresé a la Plaza e inicié un recorrido que transformaría mi manera de ver al mundo. Me coloqué muy cerca al borde de la acera de la Plaza y empecé a dar vueltas. Estaba concentrado en el trayecto y de vez en cuando veía a los conductores que pasaban cerca a mí. Seguí con la segunda, tercera y cuarta vueltas. Nadie se dio cuenta de lo raro de mi camino. Ví las bancas en varios ángulos, a una pareja besándose en todos los perfiles, al monumento que me miraba fijamente, luego con el rabillo de sus ojos y finalmente el monumento me perdía al darle la espalda para a continuación volver a verme. Los edificios de los contornos tenían otros detalles que no había observado en las primeras vueltas, era increíble, parecía que los dueños se apresuraban en cambiarlos en cada redondel que dibujaba. Yo seguía dando vueltas y aparecían nuevos personajes, un heladero que se estacionaba, que vendía su algidez y que luego iniciaba el éxodo para una vida mejor. Unos jóvenes esperaban un ómnibus de servicio público para que los llevara a una reunión agradable que se adivinaba en la expectativa de sus ojos. Yo los veía que se acercaban y luego se alejaban y al volver a verlos estaban en diferentes órdenes y me preguntaba si eran los mismos o no. Es que el orden importa, yo tenía un orden tenía un recorrido fijo, yo sabía cómo empecé este negocio pero no sabía cómo iba a terminarlo, en todo caso no lo premedité, que conste. Yo seguía dando vueltas y poco a poco me convencía que eso era lo que quería y nadie tenía que criticarme por ello. Cuando pasaba por el mismo lugar se me ocurría que no había pasado el tiempo y que no había envejecido. Y eso me seducía tremendamente. Continué mi recorrido y recordé las tantas veces que cumplí ciclos en mi vida, me divorcié dos veces, perdí mi trabajo en tres oportunidades, los ciclos de todos los días que viví, las veces que me perdonaron antes de volver a agredir a mis seres mal queridos, los libros que leí en repetidas oportunidades. Seguí dando vueltas y sonreí. Me pregunté, porque no me voy, porque no salgo del ruedo. Ya no podía irme, esa era la pesadilla (¿o la felicidad?) que tantas veces me acosó hasta acorralarme y que hoy tenía la brillante oportunidad de cumplirse. Hay destinos que son circulares y más exactamente, ovoides. Seguí dando vueltas y algunas personas se dieron cuenta de ese proceder que les resultaba absurdo, les resultaba incómodo, les recordaba cuán cuerdos eran y eso es subversivo. Empezaron a avisar a otras personas que había un auto con un camino raro con un chofer inescrutable, pero que lo más probable es que estuviera loco. Algunos aplaudían cada vuelta que terminaba o que empezaba. Empezaron a aglomerarse, de pronto fui famoso, me había convertido en un reality. Pero ellos se desilusionaban, cuando se percataban que lo mío, iba en serio. Y cambiaron el tono de la alarma, cuando lanzaron el alerta de peligro y avisaron a la policía. Saben, yo no le estaba haciendo daño a nadie, yo me cuidaba de no estorbar al tráfico. Por último, no está prohibido dar vueltas a una Plaza. Pero me quisieron detener. Entonces ví a un camión que ingresaba a la Plaza, aceleré lo más que pude en la primera vuelta, me había transformado en la imaginación de esos trasnochados denunciantes, frenaba en las curvas, mientras no perdía de vista al camión, e inicié la última acelerada para impactarlo justo en la curva. Me enclavé debajo de su chasis, pero el golpe me despistó y con mi auto dí varias vueltas de campana. Vueltas, vueltas y más vueltas.

CUENTO CORTO : ESTOY MUERTO - A.GUERRÓN O.

Alberto había perdido la ilusión de seguir, el sabor por las cosas simples y sintió, en lo más profundo de su ser, que ese día debía tomar una decisión. Analizó su decisión y convino en que era muy lógica y pensó, ya no voy a comer. Ya no necesito energía, ya no voy a trabajar, voy a quedarme quieto, completamente inmóvil. Si no me muevo no será necesario que ingiera alimentos. Voy a tratar de no pensar e incluso me voy a deshacer de mis sentimientos, de mis recuerdos. Ya había estado practicando ejercicios de inmovilidad y había sido traicionado por sus párpados y por su tórax. Sus párpados invariablemente batían, cual persianas, la ventana de sus ojos. Y no podía evitarlo, así que, como una solución brillante aunque totalmente oscura decidió cerrar los ojos. Y al tórax, pensó, ¿ cómo detenerlo ?, podía hacerlo por algunos minutos. Aguantaba la respiración y conseguía un estado de hibernación que deseaba que fuera para siempre y que invariablemente terminara con él en pocos días. Pero el tórax, terco, después de una licencia de algunos minutos siempre crecía, como el fuelle que es, y volvía al punto de inicio una y otra vez.
Alberto se preguntó, para que voy a comer si yo sé que no tengo vísceras, no tengo tripas, no poseo intestinos a los que les sirva el alimento diario que me pueda conseguir. Además que cada vez se ha puesto más difícil conseguir alimento. Definitivamente ya no necesito comer y además quiero protestar contra el mundo. Así que ya no voy a comer.
Alberto se hizo la última pregunta, yo estaré vivo o estoy muerto. Se desabotonó la camisa y puso delicadamente la palma de su mano derecha sobre su pecho para detectar aunque sea un mínimo latido. No sintió la más mínima vibración, se dio cuenta que estaba descorazonado. Era la prueba que le faltaba. Sacó la mano, cerró su camisa y dijo, estoy muerto.

CUENTO CORTO : EL BUEN LADRÓN - A.GUERRÓN O.

Yo soy un ladrón y para mí a mucha honra (deshonra dice la gente). Ser ladrón no es fácil. La gente critica basada en juicios de valor que en estos tiempos de globalización no tienen sentido. Todos robamos, unos más que otros. Los obreros, los gerentes, los profesionales, los políticos, los banqueros, los padres, los hijos, los religiosos, los países. Estamos en la cultura del robo.
Los obreros no trabajan lo que debieran amparados en bajos salarios que a su vez, son el robo de los gerentes y de los dueños de las empresas. Los banqueros ni que decir, pueden robar a su regalado gusto y si se les descubre resulta de necesidad nacional rescatarlos y es deber patriótico no juzgarlos a causa de un interés supremo, mantener la indemnidad del sistema financiero. El robo perfecto. Bien lo decía Brecht.
Los padres roban el tiempo que les corresponde a los hijos y se justifican diciendo que los tiempos están difíciles y que es menester trabajar cada vez más. Las empresas roban el tiempo familiar, han invadido con los celulares, la internet ese espacio vital en que la familia se desarrollaba y que proveía de un mínimo equilibrio para la personalidad de sus integrantes. Las empresas justifican su robo diciendo que la competencia es salvaje y que los trabajadores deben estar plenamente identificados y dispuestos las 24 horas para colaborar. Los horarios resulta que ahora son defectos arcaicos que deben superarse en la hora actual para acceder al desarrollo que es otro robo. Los países se desarrollan cuando uno le roba al otro. Así que debemos prepararnos para robar.
También los padres se justifican diciendo que no interesa la cantidad de tiempo que les entregan a sus hijos, y dicen que lo que interesa es la calidad del tiempo que dan a su prole. En esa lógica, que es un robo descarado, se va a llegar al minuto semanal ofrendado de los padres para sus hijos pero un minuto completamente denso, completo, cabal, entero, casi con el peso gravitatorio de un agujero negro.
Y los religiosos roban nuestra libertad de creer en lo que deseamos libremente o no creer en nada que ya es creer. Nos infunden miedo, ergo nos roban la valentía.
Así que no se extrañen que yo tenga el orgullo de ser ladrón, pero no un simple ladrón, soy un predador y me considero un artista en este quehacer. Me despierto a las seis de la mañana desayuno algo frugal y luego busco a mis amigos con los que trabajo en equipo. Nos estacionamos en una esquina. Esperamos pacientemente. Soportamos las miradas de los que nos reconocen, nos da algo de vergüenza pero que le vamos a hacer, ese es nuestro trabajo. Ser ladrón no es fácil, la gente habla estupideces. Haber, quiero verlos que vengan a ganarse la vida robando a nuestro estilo y les aseguro que no sacarán ni para un pan. En cambio ellos roban más sutilmente en todos los demás ámbitos que les he mencionado. Nosotros debemos soportar el frío, el chantaje de los serenos, de la policía. A veces otros grupos ( ¿ puedo llamarlos colegas sin que se rían ? Se dan cuenta ni siquiera nos toman en serio) invaden nuestro territorio y es necesario aclarar muy virilmente con ellos los límites porque si no perdemos nuestro posicionamiento en este mercado, que varios años de esfuerzo nos ha costado.
Recuérdenlo ser ladrón no es fácil. Nosotros tratamos de no hacer daño, abordamos personas descuidadas, arrebatamos teléfonos celulares previa constatación de su valor para que sea rentable, monederos, carteras, bolsas de compras, aretes de oro. Muchas veces nos estafan, podría decirse, brilla como oro, se ve como oro, se luce como oro, la hace bonita a la chica, como el oro y cuando nuestro amigo reducidor le vierte el ácido para comprobar su nobleza resulta que no es oro. Trabajo por las puras. ¿Quién ha robado a quién?
Toda la mañana estamos analizando movimientos y tomando decisiones, manejamos un lenguaje no verbal casi perfecto, ademanes, silbidos. Y también nos desplazamos cuando se aparecen los policías y los serenos. Felizmente sabemos sus horarios de relevo y aprovechamos al máximo esas horas para trabajar libremente. A mediodía hacemos un alto para almorzar. Yo rezo antes de tomar mis alimentos y le agradezco a Dios porque provee para mis necesidades y las de mi familia. Yo soy responsable. El dinero que obtengo lo llevo para mis criaturas y a veces disfruto con algunas chicas un momento de relax sobretodo los sábados por la tarde. Nosotros los ladrones no tenemos seguro social, ni jubilación, ni vacaciones y así dicen que ¿es fácil ser ladrón? Un poco más de respeto. Creo que tengo la suficiente autoridad moral para reclamar un trato diferente.
Muchos de mis trabajos ocurren sin que la persona se dé cuenta, pero eso es arte y el arte no se aprende de la noche a la mañana. Es un acúmulo de experiencias, incorporación a tu personalidad de los consejos de tus padres, de tus profesores, en el sentido de que lo que hagas en tu vida házlo bien. Muchas veces he pensado que en varios de mis trabajos me han debido aplaudir y la gente ha maldecido. Es increíble. Yo soy un ladrón y reclamo consideración porque somos colegas todos, unos más que otros.
Después de almorzar un menú barato, salimos a trabajar nuevamente. Subimos a los medios de transporte masivo, analizamos las posibilidades de éxito. A veces me distrae algún culo formidable. Esa es otra de mis habilidades artísticas, una especie de radar localizador de culos, pero ¡ Qué culos ¡. Lamentablemente esta habilidad se convierte en defecto porque muchas colisiona con la concentración que exige mi serio trabajo de robar y muchas veces me ha hecho perder plata por quedarme embelesado con un trasero de orgía.
Alguna vez, cuando me ha ido mal o regular, le he pedido a Dios que me envíe un regalo y casi al final del día se ha aparecido un señor con una apariencia de jubilado saliendo del banco y con el bolsillo hinchado. Junto mis manos, cierro mis ojos, elevo mi rostro y le agradezco a mi Dios Todopoderoso. Lo seguimos a nuestro elegido y en el momento preciso lo abordamos y lo bolsiqueamos. Nos salva el día, lo cual agradezco muy sinceramente a nuestro Creador. Al fin Dios es un padre y los buenos padres como él perdonan y aún más, proveen.
Mi máximo héroe es Dimas, el buen ladrón, pero la verdad no quiero morirme tan rápido y menos crucificado. Dimas llevó a nuestra profesión a los niveles más inimaginables y eso se venera. ¿Qué si quiero que mis hijos sean ladrones como yo actúo o ladrones de otro tipo ? No lo sé. En todo caso los voy a apoyar para que sean los ladrones del tipo que deseen.
Yo les dije soy un ladrón y no me avergüenzo, y sobretodo soy un artista, actúo sin que nadie se dé cuenta. Incluso pude arrebatarles en este mensaje algunos minutos de su tiempo y recién lo notaron. Por eso digo que ser ladrón es mi vocación.

CUENTO CORTO : TIRO DE GRACIAS - A.GUERRÓN O.

Tengo este Smith and Wesson cargado con seis balas. Lo he acariciado varias veces y en estos últimos tiempos he postergado la decisión de encaminar una bala sólo por cobardía. La valentía fue una enfermedad que se me ha ido curando con la edad. En los últimos años, un tiovivo me ha estado rondando la cabeza y su última parada, siempre, es mi sien derecha.
La gente dice que soy un siete vicios y no tengo argumentos para contradecir esa opinión. Algunos pueden calificarme de un hijo de puta y se quedan cortos. Reconocerlo es lo único de honestidad que me queda. Me he pasado la vida burlándome de todo y de todos. Y aquí estoy lamentándome. No he tenido coherencia, porque debería morir en mi ley, ser un hijo de puta toda la vida y ser un hijo de puta al final. Sin lamentos. Sería admirable y me ganaría el respeto.
En el juego de la vida debí jugarle aunque sea un boletito a mi hijo. Se me fue. Tuve la oportunidad en mis manos, incluso mi hijo me la brindó. Se acercó a pedirme ayuda al final de su carrera y como yo le había fallado, antes, muchas veces, me dijo, piénsalo pá, si no lo haces por cariño aunque sea juégate un albur, a lo mejor me va bien y yo podría ser tu bastón para la vejez. Y yo me molesté todavía, putamadre, me rasgué las vestiduras y le dije que cómo era posible que me dijera eso. Y le fallé en la última vez, era mi última oportunidad y no lo ayudé. Qué estúpido. Me ofreció una transacción, estaba fácil, incluso el monto que me pedía no estaba fuera de mi alcance, no debía invertir mucho. Pero no lo apoyé. Si lo ayudaba quedaba perdonado todo y se quedaba con una deuda eterna conmigo. Qué me hubiera costado ayudarlo aunque sea con alguito. Pero se me fue. Es que a mí tampoco me ayudaron. Ya sé que esto no sirve de justificación. Pero ya lo hice y tengo 80 años, estoy medio ciego y sobretodo, sólo. Hay una bala perdida en el tiempo que ya está encontrando su rumbo y que, inexorablemente, viene por mí.
La gente dice que uno de mis peores vicios es jugar juegos de azar. Yo no lo considero un vicio, modestamente, es mi profesión, corrijo, es mi religión. Se supone que a través de muchos años de jugador profesional he desarrollado una intuición especial para descifrar esos códigos que están velados para los profanos y que permiten poseer, a los iluminados como yo, más probabilidades para ganar. Se suponía. Y en la jugada de mi vida, cometo ese lance, increíble. A mí, todavía. Se me fue la jugada maestra, la que hoy cambiaría mi vida y me permitiría acceder a la muerte entre los míos. Si dicen que al mejor cazador se le va la paloma, diré que al peor jugador, al más vicioso se le fue un águila, porque mi hijo se transformó en un águila y yo pude haberme cobijado ahora, aunque sea un ratito, bajo su égida, sobretodo hoy que más lo necesito. Pero con que cara voy a pedirle perdón, y ayuda. No me habla desde hace 30 años y tiene toda la razón. Me lo he ganado. He agredido impunemente durante muchos años a su madre, a sus hermanos y a él. He desprestigiado el apellido, lo he relacionado con deudas, con estafas, con inmoralidades. Soy un paria y no puedo pretender ahora reivindicarme. ¿Cómo me recordarán en Sullana? como el alcahuete de los Generales. Es que yo llegué a grandes alturas. Puta, qué tal título, pero es lo máximo que he hecho. Les diré que en los tiempos del gobierno militar yo me ganaba la vida como proxeneta, poniéndoles hembras a los militares y me pasaba de rastrero (recién me he dado cuenta) dirigiéndome a ellos como "mi general". Es demasiado tarde. Ya no se puede retroceder lo vivido. Y todavía pienso, que imbécil conchesumadre. Me pude haber asegurado con mi hijo. En que mierda estaba pensando.
No lo veo hace 30 años, no conozco a mis nietos y por supuesto ni siquiera han querido conocerme. Sé de sus venas artísticas y de sus triunfos que no son míos definitivamente. Ya no existo. Vivo en una covacha. Y para colmo hace una hora, el destino, inclemente, ha tocado mi puerta, ha aparecido como una mano que parecía de apoyo pero que a la vez me ha lanzado la última bofetada. Me ha dado el aliento que me faltaba. Mi hijo ha venido a verme con dos hermosos jóvenes, mis dos nietos, a decirme que todo está olvidado, que no ha pasado nada y que quiere que viva con ellos. Y esto, es demasiado para mí. Le he agradecido con las únicas lágrimas que me quedaban, y le he dicho que por favor vuelva en la tarde a recogerme, mientras empaco algunas cosas, para irnos. Sin que él se lo proponga, me ha reducido a la mínima expresión, ya no queda nada de mí, es el adiós. Me siento una alimaña. Pero tamaña nobleza no puedo menos que corresponderla que con este tiro en la cabeza.

CUENTO CORTO: SAVIA DECISIÓN - A.GUERRÓN O.

Enrique se había percatado de un cambio. La oscuridad lo amodorraba, le robaba vitalidad, parecía robarle aire, intoxicarlo. Desde entonces evadió la oscuridad y los tonos grises de las estancias donde se desenvolvía su vida cotidiana. Buscó vivir la vida exclusivamente a colores. Él no supo a que atribuirlo. Como era propietario celoso de algunas fobias, trató de no hacerle caso a este deseo de escapar de las grisuras para no incorporarlo a su colección de temores infundados.
En cambio la luz solar le inyectaba entusiasmo, nuevas fuerzas, ganas de cantar, de moverse, de ser feliz. Había leído que el ritmo circadiano influía en el comportamiento de las personas, que los ciclos de luz y oscuridad determinaban actitudes; y eso lo tranquilizó. Pero ¿porqué esos síntomas se fueron arraigando y acrecentando? No tenía una respuesta. Entretanto la fotofilia se transformó en avidez y luego voracidad por los rayos solares.
También notó que empezaba a desear los espacios abiertos, se sentía libre y tenía la imperiosa necesidad de pararse e inclinarse de manera recta como un poste inclinado y sentir el bramido del viento en la cara. Empezó a gustarle hacer las inclinaciones para lados diferentes, elevar los brazos e inmovilizarlos y en ocasiones buscaba la inmovilidad total. Eso lo relajaba. En los parques y jardines su familia y amigos lo veían como un nuevo adepto al tai chi. De salud estaba bien.
Había leído que el agua era una maravilla y decidió desde ese momento de lucidez tomar una docena de vasos con agua al día. El agua también lo revitalizaba y sentía que le servía para otras cosas que su cuerpo sabiamente realizaba. La luz, el agua, las poses estáticas. En el barrio comentaban, otro loco más.
De pronto, un día cualquiera, comenzó a sentir que algunas de sus articulaciones se endurecían sin dolor. Consultó con el médico de la familia y le explicó que era algo así como anquílosis ósea y articular debido a sus 49 años. Él se dió ánimo y se dijo para sí mismo, felizmente que me dedico a lo natural, la luz solar, tomo abundante agua, hago ejercicios y no tengo hábitos nocivos como tabaquismo y alcohol. Porque si no me fuera peor con esta enfermedad reumática.
Continuó con su rutina, el trabajo, la familia. Se declaró un predicador de la vida sana y decidió dedicar parte de sus fuerzas a convencer a los profanos de las ventajas de los elementos naturales.
De los elementos que faltaban estaba el fuego y se dió cuenta que el fuego no le atraía y cayó en la cuenta que empezando con un respeto a las llamas estaba terminando con otra fobia por el fuego que no quería comprarse para siempre. Pero el barro, extrañamente empezaba a adquirir una importancia desde aquel día en que llovió y un aroma lo envolvió sensualmente. Investigó el origen del extraño olor y caminando por el jardín tomó un poco de barro entre las manos, lo olfateó y quedó hipnotizado. Este era el olor que estaba buscando hace tiempo y quiso saborearlo. Lo hizo, le gustó y pensó que eso no era cuerdo y otra vez tuvo miedo. Consultó nuevamente con su médico y le dijo que tal vez tenía anemia, porque en medicina cuando un paciente tiene anemia presenta avidez por los minerales primarios. Por lo que el facultativo le prescribió análisis sanguíneos y para su sorpresa y el desconcierto del galeno, los análisis salieron normales, no tenía anemia.
Y un día en la piel sintió una paquidermia incipiente que se fue apoderando de él. Su médico temió que tuviera dermatomiositis. Otra vez nunca llegó a certificar ese diagnóstico. Se hizo una herida y de la lesión brotó un exudado blanco que olía a resina.
Enrique comenzó a sentir que su movilidad se iba limitando, que su familia sufría. Incluso perdió el trabajo. Y una tarde tomó la decisión de ir al parque cercano a su domicilio. Penosamente caminó hasta los jardines del mencionado parque. Se detuvo, alzó los brazos y su piel rápidamente adoptó el acartonamiento y la tersura de la rusticidad. Sus pies se hundieron como en arenas movedizas. Sintió que su sangre adoptaba un tono rosado y luego blanquecino y finalmente, como un veneno largamente deseado, la savia se apoderó de él y le explicó su metamorfosis, su nueva vida.
Su familia lo buscó y nunca encontraron ningún rastro, ni de esperanza. Literalmente se lo había tragado la tierra. A pesar de que sus familiares pasaron muchos días y años muy cerca a él. Vió crecer a sus hijos. Cargó con alguno de ellos sin que se dieran cuenta y también con algunos nidos. Un sauce crece ahora en todos los crepúsculos sin pena ni gloria.