domingo, 17 de enero de 2010

CUENTO: Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE...AMÉN. (Autor: Alfredo G.O.)

Lo que sucedió un viernes cualquiera en el puerto de Supe-Perú a las 2 y 30 de la tarde es el summum de la fatalidad. Debo decirles que ésta es una ciudad apacible hasta el aburrimiento. Por el centro antiguo de este puerto a veces no pasan carros durante horas enteras. Se diría que es un pueblito hecho para transeúntes.
Una hora antes un camión terminó de cargar sacos de azúcar en Paramonga e inició su ruta hacia Lima (Dios, ¿y si se hubiera demorado más la carga?). Yo conocí ese viernes cualquiera a una doctora, jefa de la posta médica de Puerto Supe porque tuve que pedirle el favor de que me vise unos certificados de salud para unos familiares. Fui a buscarla, a la posta donde ella trabajaba, desde Paramonga, ciudad en la que yo vivía en ese entonces. En el trayecto debo haber pasado al camión y por supuesto ni siquiera nos percatamos de su existencia en la carretera, excepto el chofer del auto que nos trasladaba que vió al camión muy largo y para pasarlo debió calcular bien por la tremenda lentitud con que se desplazaba el mastodonte y por la longitud del vehículo y su carreta de remolque. Tal vez lo sobrepasamos en la carretera panamericana a la altura del ingreso norte de Barranca. (Dios, ¿y si el camión se hubiera quedado en Barranca un momento, tal vez por combustible o por mantenimiento?) . En la posta de Supe me dijeron que la doctora estaba de descanso de guardia y entonces fui a su casa porque me urgían los documentos y quería saber si podía ayudarme. Allí conocí a sus dos hijos varones, unos gringuitos de 8 y 11 años, ambos estaban en bicicletas. Me recibió la doctora y aceptó ayudarme. Luego me dijo que regresara el lunes para recoger los documentos. Agradecí el gesto y me regresé a Paramonga. Volvimos a cruzarnos con el camión que se desplazaba por la salida sur de Barranca y nuevamente solo el chofer, del auto en que íbamos de retorno, se percató de su existencia.
Era la 1 y 30 de la tarde y su hijo mayor estaba jugando futbito en una canchita del puerto con unos amigos. A esa hora su hijo menor le pidió permiso a la doctora para ir a montar bicicleta con su amiguito, un hijo del administrador del Banco de Crédito. La doctora le dijo, tienes permiso, (Dios ¿y si no le hubiera dado permiso?) pero ten cuidado y de paso le avisas a tu hermano que está jugando y se vienen juntos a almorzar.
Treinta minutos antes, el camión con su carreta remolque cargado de sacos de azúcar iba pasando por la curva de Puerto Supe rumbo a Lima y unos policías le pidieron documentación al conductor, (Dios, ¿y si no hubieran estado los policías?).Después se supo que el chofer denunció que los policías le exigieron una coima (dinero como chantaje) y al no aceptar lo obligaron a ingresar el camión tráiler a Puerto Supe como represalia.
El camión empezó su ingreso lentísimo a las calles angostas y el chofer hacía maniobras especiales para circular dentro de un pueblo chico como Puerto Supe. Al llegar a una encrucijada, (habían dos pistas para ingresar, la de arriba y la de abajo), el chofer decidió ir por la pista de abajo que justamente tenía calles mucho más estrechas (Dios, ¿y si el chofer hubiera decidido ir por la pista de arriba?).
Entretanto el niño iba en su bicicleta, pasó por donde su hermano y le dijo, voy a ver a mi amiguito, (Dios, ¿y si su hermano lo hubiera detenido un rato?) en una hora regreso porque mamá desea que vayamos juntos a almorzar. Va a la casa de su amiguito y toca el timbre varias veces. Nadie contesta y el niño asume que no hay nadie. (Dios, ¿y si hubiera estado su amiguito y se hubiera demorado unos minutos más?) Y el hijo de la doctora emprende su último recorrido. Decide ir hacia la calle angosta para terminar con su paseo (Dios, ¿y si se hubiera decidido regresar en ese momento adonde se encontraba su hermano? ) y ve pasando un camión grandazo por la calle.
Minutos después alguien acude nervioso a la casa de la doctora solicitando su presencia, como médica del pueblo, porque había ocurrido un accidente y le solicita que vaya rápido a la calle del mercado para ver si podía hacer algo por un niñito. La doctora acudió tan rápido como pudo y en el camino pensó en su hijito pero se tranquilizó a sí misma diciéndose, Dios, no creo que le haya sucedido algo malo. Al llegar vió los rostros de los vecinos y sus miradas de conmiseración para con su querida doctora. Se le agitó el corazón, se abrió paso a codazos y poco a poco reconoció los restos de su hijito. Lo vió despedazado con su cuerpito aprisionado entre las llantas traseras derechas del camión.
Dicen que el niño venía a velocidad en su bicicleta y creía que el camión terminaba y él quería entrar a la pista, pero, de repente se vió con la carreta de remolque y se asustó, frenó, patinó y terminó metido debajo de la carreta del remolque con todo y bicicleta. Incluso allí, engullido debajo de la carreta del camión, pudo haberse salvado pero entró en pánico ( ¿que le podríamos reprochar a un nene de 8 años?) y buscando una salida parece que se arrastró, para salir del intestino en que se había metido, pero sólo hasta debajo de las llantas.
Yo volví a Puerto Supe el lunes para recoger los certificados visados donde la doctora. La ví de riguroso luto, con lentes oscuros y proyectaba la imagen absoluta de la desolación. Pregunté a alguien y me informó del accidente. Por supuesto, me acerqué y le manifesté mis más sentidas condolencias. Decidí regresar otro día. Caminé anonadado por el malecón de Puerto Supe y un poblador me contó esta historia, pero con la única condición de que nunca más volviera a ocurrir.
Tantas circunstancias confluyeron a la vez, prácticamente cronometradas, para completar esta desgracia.
¿Quién es el director del cine de nuestras vidas que plasma los finales infelices?
¿Quién es el productor del mismo cine que es el responsable de que las cosas sucedan a la perfección?
¿Y si no hubiera pasado el camión por la curva de Puerto Supe?
¿Y si no le hubieran regalado una bicicleta al niño?
¿Y si su hermano no hubiera salido a jugar futbito ese día?
¿Y si el hijo del administrador no hubiera sido su amigo?
¿Y si ese día hubiera sido jueves?
¿Y si la doctora no hubiera vivido nunca en Supe?
¿Y si el camión hubiera ido más rápido?
¿Y si algunos policías no fueran corruptos?
¿Y si el niño no hubiera pedido permiso?
¿Y si las calles hubieran sido más anchas?
¿Y si el niño hubiera tenido más años?
¿Y si yo no hubiera conocido a la doctora?
¿Y si se hubieran detenido los relojes?
¿Y si yo no hubiera escrito esta puta historia?. Dios, ¿a quién le echamos la culpa?
Por Dios, alguien puede decirme... ¿Qué mierda puedo hacer todavía, para que ese niño no se muera?

domingo, 3 de enero de 2010

CUENTO CORTO: PARA LUSTRARTE MEJOR.(Autor: Alfredo G.O,).

Siempre me gustaba salir a trabajar con la camisita limpia, era la del colegio. Pero esta vez se estaba acabando el jabón, mamá había decidido que primero era asearse y mejor era lavarme la cara. Mis clientes sí iban a disculparme la camisa un tanto sucia pero creo que no, la cara. Mamita me despertó para desayunar, estábamos de vacaciones y se acercaba Navidad. Les digo de paso que para mí, mi mamá es exactamente el amor de Dios, ni más ni menos. De mi papá nunca les voy a hablar porque cuando lo recuerdo me pongo muy triste y se me hace un nudo en la garganta, sólo tengo los peores recuerdos de él y más vale olvidarlo para siempre.
Cuando nos reencontramos con mi mamá en la noche ella me hace cariños, me pasa sus manitas por mis mejillas y me dice que me quiere y eso es lo que más me alegra el corazón y hace que recuerde que quiero convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo para comprarle una casita a ella que se lo merece.
Antes de salir me alcanzó un tecito que sabía a todo el amor del mundo y un pancito de ayer. Luego ella dejó a mis hermanos menores en el "huahua" y se fue a lavar ropa. Yo soy el hijo mayor, ya voy a cumplir 8 años. Mamá me dijo, anda hijito a ver si conseguimos algo de platita. Y salí con mi cajita de lustrar zapatos, que a esa hora no me pesaba nada. Me subí a un ómnibus y le rogué al cobrador que me aceptara la única riqueza de que disponía en ese instante, 20 céntimos. Dios le tocó el corazón y así pude llegar a mi destino, el centro de Lima.
Me bajé en la avenida Abancay y le ofrecí a Diosito mi trabajo del día, como me había enseñado mi mamá. Me acerqué a una pared y revisé mis materiales, la caja de lustrar estaba buena, los betunes ya estaban por acabarse, el trapo estaba bueno, el tinte estaba a medio terminar, pero lo que sí me entristecía era la escobilla que estaba raída y parecía muy viejita. Pensé que no debía perder tiempo y trabajar lo más pronto posible porque en los siguientes días tendría que hacer gastos extras para reemplazar mi material y a lo mejor no quedaba nada para ayudar a mi mamita.
Fui a la salida de un banco y un caballero aceptó mi pedido de embellecer sus zapatos. A mí me gustaba lustrar, transformar unos zapatos sucios en el orgullo de cada quien. El cambio era espectacular. Los señores se acercaban a mí un tanto avergonzados por sus zapatos sucios y luego los veía alejarse felices y yo, modestamente, había contribuido con mi granito de betún a esa alegría. Empecé con el caballero, el primero de la jornada, lustrando, primero para sacar la tierra y veía a mi escobilla gastadita y me daba pena y pensaba que fuera que alguien me regalara una nueva. Luego embadurnaba con betún primero un zapato y luego el otro y finalmente sacaba brillo nuevamente con la escobilla que cada vez me entristecía más. Para el final reservaba la maniobra que me habían enseñado los capos, que decían que el secreto de una buena lustrada era finalmente hacerles cosquillas a los zapatos con el trapo de franela y que se rieran dejando escuchar el "chuic, chuic, chuic". El señor me dió un sol en vez de 50 céntimos y miré hacia el cielo y agradecí a mi diosito de siempre. La mañana pintaba bien. Seguí caminando por el jirón Carabaya y el olor a comida me distraía y me decía ojalá que consiga algo más para la comidita de mi madre porque la veo cada vez más flaquita y tengo miedo de que le pase algo. La gente entraba y salía de las tiendas, compraban lindos regalos, se acercaba Navidad.
De pronto una dama, con dos casi jóvenes, me pidió el servicio. Que suerte que habían salido con zapatos. Han de saber que la abundancia de zapatillas está a punto de arruinar mi sueño de convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo y ha hecho que mi horario se haya extendido. Ahora, trabajo de 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde. El que inventó las zapatillas seguro que odiaba a los niños como yo porque nos arrebató poco a poco nuestro trabajo. Decía que les lustré a los dos, casi jóvenes y escuché que le preguntaban a su mamá porque un niño tan menor tiene que trabajar. Pues porque soy responsable, en vez de estar jugando y perdiendo el tiempo, yo ayudo a mi mamita y a mis hermanitos. ¿Qué cosa? No faltaba más. Las medias de los jóvenes eran muy bonitas y me cuidé de no ensuciarlas. Me pagaron y luego me invitaron un jugo de frutas y yo pensaba, quisiera llevármelo a casa para compartir un poquito aunque sea con mi mamá y con mis hermanitos. Pero al final me lo tomé, ya no gastaría en mi almuerzo.
Entré a la Plaza de Armas, mi caja de lustrar ya me pesaba más y me dolía un poquito la espalda y me daba ánimo diciendo para mí, Raulito ya comienzas con tus engreimientos. La Plaza lucía el arbolito y un nacimiento. Y pude lustrar varias veces (había sido un día muy provechoso) y cada vez que lustraba, trataba de disimular la vejez de mi escobilla porque si no me daban ganas de llorar. Caminé por el jirón De la Unión y ví los helados, hacía calor, con un sol que me abrasaba y me abrazaba, quería un helado, pero no quise ser egoísta, y pasé de largo.
Casi al final del día le ofrecí mi trabajo a otro señor, aceptó y decidí hacer mi obra maestra del día. Me concentré y agradecí a Dios por mi última lustrada del día y por mi linda familia; y lustré como se debe, como me había enseñado mi primo. Al final los zapatos del señor le quitaron por lo menos 10 años de edad, ese milagro lo hacía yo muchas veces. El señor me pagó 2 soles.
Doblé por la avenida Emancipación y entonces le pedí un regalo de Navidad al niño Dios, una escobillita nueva, lo único que te pido diosito. Ya eran las 6 de la tarde y me regresaba a casa, y de pronto ocurrió el milagro, el verdadero. Pasaba cerca de unas bancas del ornato de la avenida y descubrí a un trabajador de la municipalidad que con un rodillo estaba pintando las bancas con pintura marrón y saqué mi escobilla y le pedí que me la pintara. Aceptó mi pedido, tomó mi escobillita y poco a poco y con gran cuidado empezó a pintarla hasta que terminó. Y de pronto, mi escobilla se convirtió en nueva. Tendrían que haberla visto. Les juro que fui muy feliz. Le agradecí y me quedé esperando a que secara la pintura y profundamente agradecido me pregunté...¿ cómo no iba a creer en el niño Dios ?

CUENTO CORTO: DE LA VERDAD Y OTRAS MENTIRAS. (Autor: Alfredo G.O.).

Salgo de mi casa a las siete de la mañana. En el ambiente hay una fina garúa y hay un olor a lluvia pero en asfalto, ni siquiera en los jardines de las casas ese olor puede imitar en algo como aroman los campos. Veo al señor de todas las mañanas laborables subir a su 4 x 4 negra, con su gabán oscuro y su mirada inexistente. Sale con su esposa, una hermosa mujer muy joven y sus dos hijos, un varón, el mayor y una nena. Son una familia, definitivamente, condenada a ser feliz como lo son en el presente. Sólo se nota que mira cuando voltea el cuello porque siempre lleva puestos lentes oscuros. Es un señor que vive una vida apacible, que no se mete con nadie. Aparenta haber alcanzado el equilibrio que su vida necesitaba. Un ángulo recto a mi derecha. Llego al pasaje Calder y avanzo, me cruzo con una mujer que aparenta treinta y tantos años, con figura delgada, bien proporcionada, vestida con tenida deportiva y que pasa trotando rumbo a su jardín del edén deportivo, un gran parque situado a 150 metros en línea escalérica. Continúo, después de dos ángulos rectos derecha e izquierda, por una calle con nombre de escultor. Todo mi barrio (no se lo digan a nadie pero los vecinos no desean ni escuchar mencionar la palabreja “barrio”), tiene epónimos de escultores y veo a dos vigilantes uno en su caseta y el otro rondando o atento a la salida de los vecinos en sus autos para ofrecerse con suma diligencia a lo que necesite cada quien. Sale una mujer gorda con una cara de apenas uno o dos amigos (muy pocos) de su casa con un auto Suzuki nuevo. Se le nota segura y feliz. ¿Verdadero o Falso?
Falso. No es mi casa, es el lugar donde vivo. En esos terrenos adquirir una casa valdría muchos dólares que yo no podría pagar. La garúa ¡como jode¡ No tiene nada de parnásica, ensucia los zapatos, provoca resbalones, y demora llegar a la meta. El señor de los lentes oscuros fue un esbirro de la dictadura y tiene una compañía de seguridad. Está lleno de deudas, ostenta lujos y sobretodo está lleno de odios y de pesadillas. Con su propia mano fue (él dice que fue lo suficientemente valiente) autor de varios asesinatos incluidos mujeres y niños, casi todos indígenas de mierda que malogran este país. Además está casi impotente. Ha tenido la suerte de pasar inadvertido porque no hay testigos de sus latrocinios. Su esposa soporta el yugo de un marido violento y ni siquiera cumplidor de los mínimos deberes maritales. Está amedrentada, aterrorizada. Se dedica a su casa. Después de dejar a sus hijos va al gimnasio nuestro de cada día. En el barrio, ir al gimnasio, es la forma obligatoria de rezar. Hace aeróbicos y spinning para relajarse. Su instructor, un gay apolíneo con malla turquesa las alienta y las galantea. Ella se siente extrañamente atraída por él(o ¿por ella?) Cuando se imagina que su instructor la posee se pregunta quién es ella heterosexual o bisexual. ¿Le gustan los hombres o las mujeres? Lo mira descaradamente hacia la zona pudenda y él se pone nervioso. Ella acaba la sesión y se va a los baños y zona de camerinos. Espera ser la última en irse y lo ve ingresar a su instructor a la habitación contigua para cambiarse. Sale, ve que no hay nadie y se mete a verlo. Lo encuentra en truza, se le acerca y lo abraza algo llorosa, le dice que está nerviosa por lo que le pasa en su familia y siente la dureza de los músculos como el mejor afrodisíaco. Se arrodilla le baja la truza y le hace un fellatio como para ganar el Oscar. Cierran la puerta y él (o ¿ella?) la levanta como una pluma contra los casilleros, le abre las piernas, le arranca el calzón y atraviesa esos cálidos campos que nos regala el camino de la perdición. Ahora son dos caníbales queriendo arrancarse a mordiscos los labios, los pezones, son dos enemigos irreconciliables, empujándose con furia para arrancarse hasta la última gota de sus armas en ristre. Finalmente explota la lava y María convulsiona, desorbita sus ojos y se rompe las uñas al clavarlas en el metal de los casilleros. Se separan y se dan cuenta que tienen un gran problema entre manos, un secreto que no es fácil de guardar y menos de explicar. Ahora son una pareja dispareja, difícil de creer, amantes de camerinos. La mujer gorda es una catedrática universitaria, enseña leyes en una universidad particular (a esa universidad le dicen Disneylandia en mi país porque allí están los animales adinerados). Ella es totalmente insegura y para acorazarse se ha investido de seriedad y de un foso de inaccesibilidad para sus alumnos. Y trata de ser feliz pero nunca podrá serlo porque un maldito hijo de puta se burló de ella, le ofreció matrimonio. La felicidad se desbordaba, se iniciaron los preparativos, las despedidas, las envidias surgieron espontáneas y cuando ya las fechas se acortaban, el rufián le pidió prestados diez mil dólares para un negocio dizque de una mano a otra. Ella que vivía arrobada se los dio y solo se quedó, robada para siempre.

Ingreso al parque y lo cruzo, veo a una efigie de la Virgen María y a un coro de ancianas que prenden velas, oran, le piden a Dios que aplaque su ira, y luego inician el rosario a pesar de las inclemencias del tiempo. Veo a un señor mayor de setenta años sentado en una de las bancas y con la mirada perdida tal vez pensando en sus hijos, en sus nietos. Lo acompaña un perrito, que puede ser su mascota. Para llegar a mi primera meta, se cruza conmigo una mujer muy linda, con tenida de sastre, debe trabajar muy cerca aparentemente como secretaria. ¿Verdadero o Falso?
Falso. Las ancianitas son un coro de voces trémulas para la Virgen y ya se han provocado escaras en el pecho y algunas fracturas leves en las costillas de tanto golpearse el pecho. Le piden a su Dios castigador, a su Dios Atila que aplaque su ira porque están ocurriendo temblores en este país y eso no es otra cosa que la prueba de que a Dios se le ha salido el indio y se ha convertido en un energúmeno, un inverecundo de callejón. Y Él nos castiga moviendo las placas dice una senil que ha leído al respecto e intenta una explicación lógica. Y en sus casas las viejitas son la muerte, joden hasta más no poder. A las empleadas domésticas (su maldito prójimo que está frente a sus narices) las tratan peor que a zapatillas. No las dejan descansar, les sirven otra comida para ahorrarse el gasto, les impiden que estudien, se las sirven en bandeja de plata a sus hijos y hasta a sus nietos para que se inicien sexualmente con ellas y luego las botan como a perritas. Pero eso no molesta a su querido Dios Atila, en cambio los pecados del mundo sí lo molestan tremendamente. El señor de setenta años es un jubilado que poco a poco va extraviando los recuerdos. Ahora es un paseador de una mascota que no es de él. Es un rehén de sus hijos. Es el dueño de la casa pero la familia espera que se muera para vender el inmueble y repartirse a cuchillada limpia el dinero. Tiene un buen sueldo de jubilado, y felizmente para él, ese detalle hace que lo adoren por lo menos dos días al mes. Un día antes del día de pago lo bañan, lo peinan, le rasuran la barba y lo embalsaman (ya están practicando) con lociones y perfumes baratos. El día de pago le dan el desayuno que desea y luego lo llevan en taxi a cobrar. Él ve el dinero por apenas unos instantes, su hija mayor se lo pide y le explica que hay muchas cosas por pagar. Claro, si con su sueldo mantiene a casi toda la descendencia de sanguijuelas que viven en su casa. Le preguntan que desea almorzar y le preparan ese deseo mensual. A mediodía almuerza y le dan su juguito de frutas. Él llora de felicidad y cada vez quiere más a su familia.
Y la mujer linda, no trabaja como secretaria, está en un negocio más rentable. Es una de las más requeridas del prostíbulo clandestino A1 que está instalado en una casa de ese barrio bien. En verdad el parroquiano, paga lo que ve y lo excita, piernas bien torneadas, con unos pechos formidables que debe detenerlos un brassiere en una lucha a fuerza bruta. La carne salvaje de los senos trata de salir chúcara e indómita y el brassiere la detiene a duras penas pero lo que no puede es evitar que por encima de sus bordes salgan triunfantes los excesos de los pechos, que Dios nos regala para pecar y para ganarnos el infierno. Su cintura es de avispa con un trasero en cuyas caderas no se pone el sol. Y de cara es hermosa. Los gerentes llegan y solo la quieren a ella. Alguno ya está pensando en redimirla de ese valle de lágrimas y raptarla para sí y ser felices para siempre.

Después de un viaje corto en taxi llego a mi trabajo. Me cruzo con las técnicas en computación, unas chicas muy trabajadoras, con la chica que se encarga del aseo de los ambientes y está asignada a mi piso. Se le ve una chica humilde, diligente y honesta. Yo soy administrativo y luego veo pasar frente a mi oficina a una trabajadora que es una rata de cloaca. Yayita es la más corrupta de toda la institución donde trabajo y ahora se ha reciclado hábilmente y aparece como la abanderada de la integridad moral. Ha sido parte de un andamiaje de robos de dinero de los trabajadores durante muchos años. Y ahora quiere dar clases de moral, ética. Que tal concha. Es una ninfómana, y su vida privada no debería interesarnos, pero se come todo espécimen capaz de dar placer sexual, lo que interesa es que se mueva bien, sin importarle, sexo, edad, credo político o religioso. Y comete sus trapacerías en los recovecos del edificio, en las habitaciones aisladas. Todos saben de sus gemidos y de sus jadeos escandalosos. Ella es amplia, imparcial, y sobretodo pérfida por vocación. Se marquetea muy bien. Hay algunos que creen en su discurso y están lejos de sospechar lo lumpenesca que es. ¿Verdadero o Falso?
Verdadero.
Repasemos lo que he escrito, la vida misma, el presente, nuestros recuerdos ¿son Verdaderos o son Falsos? Todos tenemos un cristal para mirar el color de una situación. Al final las respuestas son personales. Los escritores nos alimentamos de algunas mentiras que vivimos y no vivimos, pero que no hacen daño a otros. Y muchas de las mentiras que dicen de nosotros son verdades.

CUENTO CORTO: ¡¡ SALUD PARA TODOS ¡¡ (Autor: Alfredo G.O.)

Alberto recibió la llamada de su amigo Carlos y éste lo invitó a visitar por la tarde a una de sus farmacias, una más de su cadena de establecimientos comerciales dedicados a ese rubro, que poseía en Lima. Conversarían al frío de unos whiskies. Convinieron para las 3 de la tarde. Alberto apagó el televisor, se duchó y se dispuso a salir. Mariella su esposa le preguntó, a dónde vas, y él le dijo la verdad. Salió en su auto, puso un disco compacto de Joaquín Sabina, se escuchó la canción “Más de cien mentiras” y enfiló por varias calles. Lima le pareció distante y aburrida.
Por fin llegó. Se acercó a la farmacia y la vió imponente. Estaba ubicada en el distrito de San Borja, donde moraban personas de clase alta. Lo vió a Carlos y se saludaron efusivamente. Carlos estaba feliz de lo bien que le iba en los negocios y en su vida de casado. Alberto le dijo que tenía su último libro de cuentos en imprenta y que tenía fundadas esperanzas de que le iba a gustar a la gente. Lo invitó a pasar a una oficina de lunas polarizadas que ubicada discretamente en un extremo del ambiente de la farmacia, permitía dominar el escenario y controlar la marcha del negocio. Se sentaron en unas sillas cómodas muy altas frente a una mesa, muy alta también y Carlos sirvió dos whiskies para empezar y presentó unos bocaditos.
En eso Carlos le dice, Alberto, ves a ese viejito que viene hacia acá, es Don Andrés. Entonces Carlos juntó sus manos tiernamente, tratando de atrapar a Dios, y le dijo, yo le pido a Dios que Don Andrés no se muera nunca. Alberto conmovido por la extraña y piadosa confesión, aunque quedaba la duda de etiquetarla además de sarcástica, le preguntó sonriendo, porqué. Y Carlos le comentó, cholo, Don Andrés es un jubilado. Debe ganar al mes unos 900 nuevos soles de Perú (unos 300 dólares). Y lo increíble es que su día de pago, que generalmente está programado dentro de la primera quincena de cada mes, cobra y viene a mi farmacia y gasta el íntegro de su mensualidad en medicamentos para la hipertensión, para el colesterol, vitaminas y para la artrosis. Se queda sin ni un solo centavo.
Alberto, comenzó a entender, ahora sí, el sarcasmo y le dijo, cholo, pero no seas malo, acaso nunca se te ha ocurrido explicarle a Don Andrés que existen medicamentos genéricos que son de igual calidad y de mucho menor costo. Con esa información, el viejito ahorraría y le quedaría dinero para otras necesidades. Carlos le dijo, ya le he dicho hermano, pero no entiende, él dice que lo barato sale caro y que lo último que haría es desacatar una orden médica. Además que no le puedo insistir demasiado porque le puedo caer pesado y puede terminar comprando todo en la farmacia de enfrente. Alberto, le dijo, dirigiendo la mirada a lontananza y soñando ese día, cómo me gustaría tener unos 50 clientes así como Don Andrés, ya no abriría todos los días, sería un trabajo por la puras. Esperaría el día de pago de los gerontes, ese día les invitaría un almuerzo a todo dar y después que me entregaran sus sueldos, ganaría, en un solo día, 5,000 dólares. Tú sabes que mi ganancia es 30 % del total. Además, me ahorraría gastos en personal y otros rubros. ¡ Salud, mi hermano ¡
César, estaba en una zona rural, en el poblado de Cerro Blanco, situado en la carretera hacia Huaraz, una bella ciudad de la sierra norte del Perú. Estaba cumpliendo el SERUMS (el Servicio Urbano Marginal de Salud), que es una obligación para los médicos peruanos. Al graduarse los galenos están obligados a trabajar un año en zonas rurales. El villorrio no tenía calles asfaltadas y apenas tenía 6 manzanas en total, con su Plaza de Armas por supuesto. En el pueblo se había corrido la voz de que la plaza se llamaba así en honor a un hijo de Cerro Blanco, Don Francisco de Armas, quien hace muchos años, inició una travesía a lomo de bestia desde Cerro Blanco hacia Huaraz, para hacer camino al andar, a la cual llegó después de muchos días. Lo trágico es que contrajo una fiebre que después causó su muerte. Y en su homenaje le llamaron a la Plaza del pueblo con su apellido. La verdad es que esa historia nunca se comprobó ni se desmintió. Algunos jovencitos del pueblo que ya estaban estudiando secundaria se mofaban de ese relato y lo llamaban la tomadura de pelo de la historia.
César, era el médico del pueblo y no se merecía ningún respeto de los aldeanos. Él nunca se preguntó porqué, solo se acostumbró a sentir el desprecio cotidiano como una especie de saludo. Él permanecía trabajando de lunes a viernes en la aldea y los sábados iniciaba la travesía, que equivalía a una hazaña, hacia la ciudad de Paramonga para no olvidarse de la civilización. Caminaba dos kilómetros hacia las afueras del pueblo y se sentaba en un murito, a esperar impacientemente el paso de algún auto, camión o camioneta para pedir que lo saquen de ese atolladero. En una ocasión, pasó un camión que llevaba trabajadores de zafra de caña hacia la ciudad. Paró cerca de él, corrió y le pidió al conductor que lo lleve. Le dijo, amigo, soy el médico de Cerro Blanco y quisiera que me lleve, le pagaré. El chofer le dijo que no lo iba a llevar. César, pensó que era broma, y trató de aclarar la solicitud. Le dijo, disculpe, yo no deseo que me lleve en la cabina de pasajeros, que dicho sea de paso estaba vacía, aunque sea lléveme en la tolva de atrás. Y el chofer con todo el placer del mundo le dijo, no lo voy a llevar. César lo miró desconcertado, y ese día certificó el odio de los villanos hacia él o tal vez hacia todos los médicos. Lo volvió a mirar y recordó para siempre esa cara de sevicia con una extraña cicatriz en la frente que le cruzaba como un cauce y que le daba un aspecto de maldad que en ese momento lo graduaba de experto en esos menesteres.
César se lamentó de estar en esa situación. Y pensó, que huevón, yo pude haberme exceptuado de este Servicio de mierda, pero quise venir a servir a mi país y miren el trato que recibo de estos indios hijos de puta. La única esperanza era que el servicio duraba un año y ya le faltaban tres meses.
César esperó tres horas a la vera del camino y finalmente un ingeniero, muy gentilmente, lo llevó en la parte de atrás de una camioneta y tuvo la brillante oportunidad de sentir el frío (más ¿escalofriante?) de su vida provocado por la velocidad, la tolva descubierta y la ausencia de abrigo (apenas tenía puesta una chaqueta blanca de manga corta y muy delgada).
Pasaron los meses y un jueves a las 4 de la tarde, César estaba leyendo una revista en la sala de emergencias del Hospital Rural. Y agradecía la experiencia de haber realizado operaciones como la extirpación de apéndice y alguna cesárea. Con lo cual ya había salvado algunas vidas.
De pronto se escuchó que llegó una moto al pueblo y se estacionó frente al Hospital Rural. Bajó un joven y ayudó a entrar a un señor que caminaba a duras penas. El joven dejó sentado al doliente e ingresó gritando, doctor, doctor, por favor salve a mi padre, tiene un cólico que lo está matando. César le dijo al enfermero que lo traiga en silla de ruedas al paciente y lo coloque en una camilla. Luego se acercó a atenderlo, el paciente se retorcía de dolor y un rictus dominaba su cara y la deformaba. El primer diagnóstico en el que pensó fue apendicitis, que corroboró con un examen físico y con un hemograma. Se dispuso a operarlo cuando vió lo inolvidable, la cara de sevicia con una extraña cicatriz en la frente que le cruzaba como un cauce y que le daba un aspecto de maldad. Y, no pudo evitarlo, se le acercó y le dijo, amigo se acuerda de mí…haga memoria… la vera del camino…su camión…el pedido para que me lleve…y su negativa tajante…Usted tenía la sartén por el mango… El paciente empezó a sudar frío. Míreme bien, se acuerda de mí ¿o no? Usted …¿nunca se puso a pensar en la casa del jabonero?... ¿nunca se puso a pensar en que el mango de la sartén cambiaría de dueño?... ¿no reparó en las vueltas que da la vida, no? …Mírame bien indio de mierda, ahora ¡¡ Yo soy el chofer ¡¡. Yo solo necesitaba que me lleves a la ciudad y ahora tú solo necesitas que yo te salve la vida. Que increíble ¿no?... Y a todo esto …¿qué crees que debo hacer?
Muchachos, si habíamos pensado hacernos millonarios en unos 10 años, les doy un notición, seremos millonarios en apenas 2 años, como lo oyen, 2 años. El Dr. Villarreal, director de la clínica donde trabajaba Javier, apretaba frenéticamente la copa de champagne y desorbitaba los ojos para empezar a explicar a su cuerpo médico el camino corto y cómodo hacia lo más parecido a la felicidad, ser millonarios. Les dijo, muchachos, el laboratorio Tufarm nos vende la azitromicina a 10 dólares cada tableta. Y Dios nos ha puesto en el camino a un empresario farmacéutico hindú que nos ofrece la misma azitromicina a 50 centavos de dólar y me ofrece ponerle un nombre exclusivo de nuestra clínica para que no se confunda con la azitromicina que consumen los piojosos en los centros médicos del estado. Y aquí viene la idea genial que me la ha sugerido nuestro asesor financiero, la azitromicina se la venderemos a los seguros a 10 dólares cada una. Y así desfilarán los otros medicamentos, los antibióticos, los medicamentos para la presión arterial alta, para la diabetes, para el colesterol alto, para el reumatismo, para la osteoporosis. Nos llenaremos de plata.
Muchachos, ¡¡ Salud para Todos ¡¡

CUENTO CORTO: SEREMOS POBRES PERO HONRADOS...JAMÁS.(Autor: Alfredo G.O.)

Yo vivo en un país de la puta madre. ¿Cómo dicen que en el Perú no hay oportunidades de surgir? Yo vendía pan y mi esposa vendía emoliente en una carretilla ambulante. Yo me dedico a pisar a mi mujer con saña, le he hecho 8 hijos. Cuando tenía 60 años, un médico se pasó de cojudo conmigo. Yo había llevado en febrero a la consulta a mi hijo más pequeño de 2 añitos. Y me hizo la pregunta estúpida, Don Miguel ¿es su nieto? y lo corregí inmediatamente, no, es mi hijo. Siguió con su “santa inquirición” y me dijo cuántos hijos tiene, yo le contesté, ocho. Y luego me preguntó intrigado ¿cómo hace usted para solventar los gastos de la época escolar? Y yo le dije, doctor, la verdad es que cada uno de mis hijos tiene su padrino y yo se los mando religiosamente en estas épocas a cada uno para que cumplan con sus deberes. Yo no soy ningún huevón, yo elijo padrinos a personalidades sobre todo pudientes. Cada padrino les compra los uniformes y su lista de útiles escolares y eso me soluciona los problemas cada año y por eso yo ya estoy pensando en completar la docena de criaturas. Porque me he dado cuenta que es más rico cachar y embarazar que cachar por las puras. Y además no tengo problemas económicos. Los niños son lindos, doctorazo.
Mi esposa es medio liera y respondona. Y esos defectos, quien lo diría, le han servido. Les explico, ella inscribió a mis hijos en el programa del Vaso de Leche del barrio. Este es un programa estatal para hijos de familias muy pobres creado para ayudar a combatir la desnutrición. Y, siguiendo mis consejos, comenzó a ayudarle a una alta dirigente y es así como aprendió el teje y maneje del programa y todas sus pendejadas. En muy poco tiempo mi mujer llegó a ser reconocida y escaló llegando a ser una alta dirigente del programa a nivel zonal. Tenía a su cargo 15 zonas. Entonces esa campanita, que solo la escuchamos unos privilegiados, nos anunció que había llegado la hora de hacer billete.
Toda la leche evaporada en tarro llegaba a mi casa, era un huevo (un montón) de leche, por lo que empezamos a escoger, unos tarros para el programa y un diez por ciento para nosotros. Era justo, nosotros trabajábamos varios años gratis para el programa, así es que, como una forma de cobrar algo de lo mucho que nos debía el estado, empezamos un negocio, que lo ubicamos lejos para evitar los comentarios envidiosos, de venta de postres (arroz con leche) en invierno y de marcianos (chupetes de leche en bolsas plásticas largas) en verano. Eso sí, ¡Por Diosito¡, lo juro, nunca vendimos la leche directamente, porque eso ya es un crimen y además es muy arriesgado. Tímidamente tomábamos un diez por ciento de la leche y nadie se dió cuenta. Luego ante la demanda por nuestros productos, tomamos el 20 % y luego el 30% de la leche. Y ahí si tuve que ponerme fuerte porque la ambición muchas veces mata los negocios. Yo le dije a mi mujer y a mis hijos mayores que el límite de lo que podíamos coger era 30% de los tarros de leche. Aceptaron a regañadientes. Es que echándole un tercio de agua más a la leche para el programa todavía las mamás no se daban cuenta. Algunas se dieron cuenta y tuvimos que transar con ellas y regalarles algunos tarros de leche para comprar su silencio. Y como personas inteligentes aceptaron. Felizmente que los responsables del programa somos personas muy inteligentes porque si no reventaría el escándalo y perderíamos todos.
Nos fue muy bien en el negocio a todos y ahora tenemos una casita de material noble de 3 pisos que construimos en un terreno nuestro. Las otras dirigentes también han construido sus casas y les he aconsejado que por fuera no hagan muchas luces (alarde). Que sus fachadas sean sobrias y que su sala sea humilde. Los equipos de sonido, los televisores LCD y las laptops deben estar en los dormitorios y no deben ser mostrados más que a personas de extrema confianza, y sobre todo no envidiosas.
La verdad es que muchas veces los niños no toman toda la leche que envía el gobierno, se desperdicia la leche y eso sí es criminal. Además hay muchas madres corruptas que ven con ojos lascivos los tarros de leche para robárselos y eso no lo podemos permitir porque bastante sacrificio nos ha costado que mi esposa sea una alta dirigente. Con ese discurso de la honradez, del honor, de la igualdad, de la probidad, y todas las palabras terminadas en “dad” nos han manipulado para que trabajemos gratis mientras que los funcionarios estatales del Vaso de leche se llenan de plata en las licitaciones. No tienen que trabajar tanto como nosotros, sencillamente transan con los proveedores y reciben su billetito en crudo y sin testigos.
¡Ya basta Carajo¡ nosotros no tenemos ningún pelo de cojudos, para cojudos basta y sobra con los bomberos voluntarios.
El otro día leí en un grafiti una frase genial que lo hago mía: “Seremos pobres pero honrados… ¡ Jamás ¡”.
Por eso digo que yo vivo en un país de la puta madre.

CUENTO CORTO: ES MI MADRE ¡¡ NO LO OLVIDES ¡¡ (Autor: Alfredo G.O.)

Mis hermanos me avisaron que mi querida madre estaba muy gravemente enferma y con alto riesgo de morir. Yo trabajaba como ingeniero petrolero en Iquitos una ciudad del nororiente peruano. Pedí permiso tan pronto como pude y tomé el primer avión, al sur, con destino a Lima la capital peruana con la esperanza de hacer una conexión para tomar el primer vuelo con destino a Chiclayo. En esa ciudad del norte del Perú estaba internada en un hospital del Seguro Social mi queridísima madre. Mientras volaba de Iquitos a Lima recordaba que ella estaba muriéndose miserablemente desde hacía 20 años.
Años atrás mis primos me invitaron a pasar unas vacaciones en el balneario de Ancón. Ellos tenían una casa en “la bajada de los cangrejos”. Mis tíos, los dueños del departamento, compartían el fin de semana con nosotros y regresaban a Lima los domingos por la noche dejándonos con la refrigeradora llena de víveres y la cocina con suficiente combustible para no morir de inanición en 5 días.
Yo recordaré siempre como una de mis más flojas añoranzas la regalada vida de millonario de aquellos tiempos. Despertarnos a las once de la mañana e ir de frente a un mar de aguas tranquilas, que aún no había ejercido su criminalidad natural, porque no había ahogado a nadie, a darnos un chapuzón. Y ver el paraíso de sirenas dignas de un concurso de belleza.
Luego de una hora de embebernos de agua y sal, regresábamos a desayunar leche helada en botella sin azúcar y prepararnos unas tortillas con embutidos o un jugo de frutas. Matar el tiempo, leer algo, ver televisión y jugar a las cartas al nervioso o al ocho loco.
Así pasaban las horas. A veces dormíamos un rato, en los muebles de la sala o en los camarotes. En algún momento del día era inevitable acercarnos a la ventana a espectar la maravilla de paisaje, las nereidas hormonadas al máximo y nosotros garañones en ristre. Por la tarde íbamos nuevamente al mar, retozábamos un rato y luego jugábamos futbito. Después a nadar o hacer piruetas para impresionar a alguna musa, algo que nunca surtió efecto. Insistíamos en los arabescos pero nunca se nos ocurrió analizar porque ninguna de las ninfas se enteró de nuestros disfuerzos. Tal vez debimos dejar de hacer el ridículo y dedicarnos a intentar alguna hazaña digna de encomio, y tratar de fracturarnos algo, o cosechar alguna paraplejia, qué sé yo, en el intento.
Mamá estaba hospitalizada en un nosocomio del Seguro Social, el hospital “Edgardo Rebagliatti”. La habían derivado de Chiclayo porque había presentado una disnea severa (dificultad para respirar) y progresiva.
Mamá desde que alumbró su último hijo, que finalmente murió en pocas horas, empezó su calvario, probablemente por mala praxis médica (retención de restos placentarios y sufrimiento fetal con parto prolongado). Ella presentó una endometritis puerperal (una infección interna del útero después del parto) que se agravó y la puso al borde de la muerte. Por eso digo que mamá estaba muriéndose desde hacía 20 años.
Ella caminó sus muchos últimos años al borde de la muerte, o de la vida. Transitó insegura en aquella delgada línea por la que cualquier mortal pasa una sola vez antes de la despedida. Y nosotros, sus hijos, nos acostumbramos a esa posesión precaria. Poco a poco aprendimos a dejar de ser hijos.
Aquella vez se recuperó. Yo estaba muy pequeño, me permitieron visitarla y ella no me reconoció. Ese recuerdo nunca me dolió, parece que nunca lo fijé en la esfera consciente.
Yo les avisé a mis primos que iba a visitar a mi madre al hospital. Llegué a la casa de mi tío Carlos y mis tías me dijeron, Pedro, tenemos que hablar muy seriamente contigo, es acerca de la salud de tu mamá. Tía Inés me dijo, tu mamá está muy grave y los médicos nos han dicho que tiene apenas tres meses de vida. Era febrero y yo empezaría ese año a estudiar 4to. año de educación secundaria.
Fue un shock, mamá era todo lo que tenía, era mi total apoyo y yo trataba de ser algo similar para ella. Lo primero que se me ocurrió fue decirle al hijo de puta de mi padre, cuando lo tenga enfrente que aunque sea le regale a mamá sus últimos días de felicidad o algo parecido. Nuestra vida había sido un solo de agresiones de ese malnacido contra mamá y contra mis hermanos y yo tratando de defenderlos. La última vez que me le enfrenté, él había llegado borracho a maltratar, a hacer problemas, a insultar. Yo lo encaré, él sacó su pistola y me amenazó, yo le dí la espalda, y lo reté, y le dije si me vas a disparar, házlo en tu mejor estilo, el que mejor va contigo, dispárame por la espalda. Dispara cobarde. Por supuesto que era cobarde, no sé si para mi suerte.
Cuando pasaron los años recordamos que las predicciones médicas respecto a la salud de mamá, felizmente, fueron casi meteorológicas.

Un día me fui de casa voluntariamente. Vine a Lima a estudiar en la Universidad Nacional de Ingeniería (la “UNI”) la carrera profesional de ingeniería petrolera. Mamá me ayudó todo lo que pudo y yo, para ayudarme económicamente, trabajé y estudié como hacen muchos jóvenes.
Entretanto papá decidió morir en su ley, en los próximos años se dedicó a sacarnos la mierda a todos a pesar de la agonía de mamá.
Ingresé a la antesala del hospital donde se hallaba internada mi madre y algo me decía que era el último adiós. La Dra. Ortiz me había dicho que ya no había nada que hacer, mi madre tenía los pulmones destruidos. Una fibrosis pulmonar la había elegido a mamá, esta vez certeramente, para terminar de asfixiarla. Solo quedaba esperar la misericordia de Dios.
Ingresé paso a paso y sabiendo que era la despedida. Subí por las escaleras y ví que en la puerta estaba mi querida tía Inés, hermana de mi madre. Ella me dijo, Pedro, por favor cálmate, tu mamá te va a pedir algo, tu papá está abajo, ¿acaso no te has cruzado con él?
Yo sonreí por esas palabras que consideré estúpidas. Y llegué donde mi madre. Le dije mamita, ya me voy, debo regresar a Iquitos a trabajar, quiero que me des tu bendición y me arrodillé. Mamá me bendijo. Y luego me incorporé y le besé la frente. Mamá respiraba con mucha dificultad.
Y de pronto Madre me dijo, hijito deseo decirte algo, por tu bien. Y, sospechando sus palabras, me le adelanté y con eso cerré la puerta para siempre, destruí mi última oportunidad de redención, compré al contado mi condenación al fuego eterno y con esa seguridad de que ese era el precio que había que pagar por ser coherente. Tomé la palabra y le dije, mamita no creo que me vayas a decir que le hable a ese maldito, ese desgraciado nos ha agredido toda la vida que le conozco y yo lo único que he hecho es defenderlos y ahora me vas a decir que me equivoqué, que hay un mandamiento de la ley de Dios que es “honrarás a tu padre y a tu madre”, y ¿a mí qué me importa? Me vas a decir que en aras de la alcahuetería debo perdonarlo y avanzar hacia él en cámara lenta con música de Clayderman incluida ¿y que luego nos abracemos y que gruesos lagrimones horaden nuestros rostros? ¿Y qué eso nos va a ser mejores? Disculpa mamá, ¡ No me jodas ¡ No creo que a estas alturas me hagas eso, me decepcionarías, me dejarías sin piso.
Y mamá escondiendo sus ojos para no delatar su mirada redentora, me dijo, no hijito, iba a decirte algo sin importancia. Mamá respiraba con increíble dificultad, sufría como toda su vida. Entonces apuré la despedida con un, mamita nos veremos algún día, aunque yo estaba seguro que no iba a verla nunca más porque mi madre tenía un sitio reservado en el cielo.
Luego salí llorando, me acerqué a una ventana y con el puño fuertemente apretado, rebelde, amenazador, hacia lo alto lancé esta imprecación: “Dios, mírala como sufre, yo no te puedo permitir eso, ¿Qué te crees? ¡ Ya basta carajo ¡ ¡ Es mi madre, No lo olvides ¡”.
Y salí corriendo con la poca fe que me abandonaría, esta vez y para siempre.

CUENTO CORTO: TURBÁNDOME MÁS. (Autor: Alfredo G.O.)

Porque a mi mujer la habrán criado tan puta. ¿Las putas nacen o se hacen? ¿Las mujeres son putas o se hacen?
Mi esposa es una mujer guapa con un rostro atractivo y unas carnes imanes de lujuria. Ella aparenta no darse cuenta de la saliva de los lobos que derraman como una pleitesía a su estela estrogénica.
Desde que me enamoré empezó mi calvario. Ella lleva la coquetería a la expresión más excitante, a la mínima expresión. Se hace la que con ella no es. Yo he sobrellevado estos años con estoicismo, algunas veces le he reclamado pero ella sale indemne con sus llantos y con su invitación a que vayamos al sicólogo. ¿Que le voy a explicar al profesional, que a mi mujer no puedo controlarla y que si le pongo un guardián las 24 horas del día terminará acostándose con su cancerbero?
Mi mujer se hace la cojuda, siempre tiene pretextos. Rápidamente hace migas con cualquiera, con el vigilante que nos cuida la cuadra donde vivimos, con el vendedor del mercado, con el taxista. Se consigue sus números de teléfonos celulares y los trata con una familiaridad cínica. Cuando yo la acompaño está nerviosa porque repentinamente cualquiera la llama Cecy. Ni siquiera les ha enseñado a que la respeten, claro, ese es su juego, una invitación a la irreverencia. Y que casualidad, todos los que están familiarizados con ella son hombres. Casi no trata con mujeres. Pero ya está pasando los límites de la ribera opuesta del Rubicón.
Hace poco vino un amigo mío de la infancia al que no veía hace más de 10 años. Y yo ví que se cruzaban miradas cómplices entre los dos. Así que me tracé un plan, lo invité a mi amigo un sábado y justo antes de que llegara me hice el que salía a comprar pan. Me puse en un parque que colinda con mi casa a observar. Llegó mi amigo, tocó el timbre y salió mi esposa y ví que se portó inusualmente cortés lo saludó con un beso en la mejilla y lo hizo pasar. Cerraron la puerta. La ventana de mi sala es amplia y estaba abierta por el calor del estío. Yo me puse en la glorieta del parque a observar con mis catalejos a las aves que pululan por allí y discretamente con los prismáticos vigilaba la sala de mi casa. Ellos charlaban animadamente. ¿Qué charlaban? Nada bueno. Conociendo a mi esposa seguro que ella ya le había dado riendas para tratar temas íntimos, personales. Porque se reían, como que se burlaban de alguien. Le estaba contando acaso que yo ronco y que no la dejo dormir. Él le estaba diciendo entonces que duerma en otra parte, que de vez en cuando se escape a un hotel. Que él conocía un hotel bastante bueno y módico en costos. Es decir tempranito nomás, llegaban al tema de la alcahuetería y el puterío.
Regresé de comprar y lo saludé a mi amigo. Después mi esposa nos sirvió una bebida y unos emparedados. Y me dí cuenta que se había cambiado de ropa, se había puesto una blusa recontra escotada, como dicen una invitación al sufragio japonés (a la erección) y un pantalón blanco apretadísimo y que le traslucía su ropa interior. Una descarada. Cuando nos servía la bebida y se agachaba los senos se le salían del brassiere y los ojos de mi amigo se desorbitaban. Apenas se fue mi amigo, la increpé que como era posible que sea tan prostituta de vestirse así sólo para que se la quieran montar. Ella me gritó defendiendo lo indefendible. Me dijo que basta, que hasta cuando yo le iba a crear estas escenas, que nuestros hijos ya estaban grandes y que ella nunca me había faltado el respeto. Y finalmente, el viejo truco, lloró. Con eso, otra vez, quedé como el malo de la película.
Me dije, a estos pendejos me los descubro in fraganti, y para ello ideé un plan. Yo tengo un reproductor de video MP4 de muy poco grosor, que además es grabador de voz, puede grabar todo lo que le permite la batería en 2 horas, es pequeño y no hace ruido. Invitaría a mi amigo a cenar y los dejaría solos un buen rato pero previamente dejaría debajo del sofá el reproductor de MP4 que sería el encargado de grabar todas sus alcahueterías.
Pasaron los días y lo invité nuevamente a mi amigo y le dije que se viniera con su enamorada para el sábado para almorzar. Para suerte mía, mis hijos se habían ido a un retiro religioso fuera de la ciudad. Entonces íbamos a estar solos los cuatro. Pero si Roberto no traía a su enamorada ya estaba “medio pecho comido” solo faltaba ampayarlos. Y ¿que creen? Mi amigo se apareció solo en mi casa y nos comentó que nos agradecía pero que su enamorada estaba indispuesta y que no iba a acudir a esta invitación. Yo serví pisco para que hierva la sangre y les dije voy a comprar unos tamalitos verdes para acompañar el almuerzo. Ya regreso. Y me fui. Seguro que apenas me había retirado, él la comenzó a desvestir con la mirada y ella lo hizo con sus manos y luego se entregaron al único freno que pone fin al pecado, el desenfreno. Harían el amor en el sofá, él le taparía la boca para evitar el escándalo y luego se calmarían. Retomarían la cordura totalmente arrepentidos de haberla retomado. Se acomodarían y me esperarían con un hálito judásico.
Demoré unos 30 minutos, lo suficiente para que el temor de verse descubiertos eleve al máximo la lujuria. Al regresar los ví tranquilos e investigué algún lenguaje de señas entre ellos y no lo descubrí. Almorzamos, conversamos de antaño, nos reímos. Después Roberto gentilmente se despidió. Cecy me dijo, cholo, voy a descansar, por favor me lavas los platos. Y se fue a dormir.
Qué descarada, aunque sea hubiera fingido que estaba entera para despistarme. Cuando estuve seguro que ella no regresaría moví el sofá, y saqué el MP4. Me lo llevé al baño, le puse los audífonos, busqué el archivo de audio y le dí el play del deshonor. Lo escuché y extrañamente no hubo ninguna conversación alusiva a pareja ni jadeos ni susurros. ¡¡Qué vivos¡¡ Se habían dado cuenta de que estaban siendo grabados y habían dejado el sexo para otra ocasión. En un momento se escuchó en la grabación un silencio de 3 minutos. Seguro que en ese momento por señas habían acordado verse en otro lugar.
Y antes de que planeara esta nueva tarea pendiente, me dí tiempo para disfrutar con mis propias manos, turbándome más y viceversa.

CUENTO CORTO: HUMANOS DERECHOS.(Autor: Alfredo G.O.)

Al fin como abogado podré hacer lo que me gusta. Concursé a una plaza en la Defensoría del Pueblo y fui nombrado Defensor del Pueblo Adjunto para las Cárceles (Penales).
Soy un convencido de que los seres humanos estamos hechos para el bien, de que en lo más íntimo de nuestra naturaleza humana vive el altruismo, el amor al prójimo. Más bien la sociedad y el ambiente en que nos desarrollamos determinan nuestras inclinaciones al mal.
Si algunos se han portado mal, la sociedad no debe responderles con la misma moneda. Ellos son seres humanos como nosotros pero que no tuvieron las mismas oportunidades, por eso delinquieron. Su rebeldía fue la única manera decorosa de elevar su voz de protesta contra las injusticias.
Para probar mi teoría decidí realizar una investigación, para lo cual revisé una muestra estadística de las historias personales de todos los internos que están en este penal. En primer lugar les diré que este penal fue construido para 800 internos y actualmente alberga 3,430 internos. ¿Qué se debe hacer? ¿Despenalizar, es decir encarcelar menos, agilizar los procesos para dictar sentencias? ¿Sabían ustedes que hay muchos internos que ni siquiera tienen sentencia? Es que no tienen dinero (para coimear, es decir para transar con los miembros de la pirámide alimenticia de la corrupción: policías, abogados, jueces y fiscales) para que sus procesos personales se realicen. En mi país les diré que lo máximo a lo que se puede aspirar es a la justicia. Cuando debería ser lo mínimo. ¿No? ¿O tal vez deberíamos construir más penales? Ese es otro tema.
Hoy he ido al pabellón de los violadores. He revisado sus files, hay violadores de niños, niñas, muchos de ellos son sus propios familiares. Incluso además de violar terminaron matando a sus víctimas. Y he considerado como una obligación moral, investigar sus historias para comprenderlos mejor. Me he dedicado varias semanas a ello y he encontrado varias coincidencias, con lo que pienso, en los que delinquen. Muchos de los violadores provienen de hogares en los que sus padres no los cuidaron o uno de los padres faltaba. Muchos de ellos fueron tocados sexualmente (e incluso violados) de pequeños por personas a las que se les encargó que los cuiden. Ese fue un craso error de los padres. Luego, muchos de los violadores vivieron situaciones de violencia familiar y social. Por ende desarrollaron esos afectos perversos de los que no son responsables. Cuando ellos violaban a los niñitos, cuando los forzaban, cuando los estrangulaban o los asfixiaban para que no griten, no se solazaban, por favor no sean tan mal pensados; más bien estoy seguro que sufrían un terrible conflicto interno en el que ganaba el mal. Por lo tanto la sociedad es la culpable. Ellos tienen derechos mínimos, y si se comportaron peor que animales, diremos que incluso los animales tienen derechos.
He ido al pabellón de los asaltantes. He revisado por varios meses sus carpetas personales y en los informes sicológicos está comprobado que el origen de sus comportamientos está en los grandes errores de sus padres, quienes no les pusieron límites y no los formaron en los valores. Esos niños empezaron hurtando como quien juega y la sociedad (otra vez la sociedad) los premiaba por su picardía, su viveza. Después vieron que la sociedad aparentemente castiga al trabajo honrado, paga muy poco por horarios durísimos y la mayoría de íconos del país (empresarios y políticos) han hecho dinero robando. Así que en su lógica primitiva dedujeron que lo más fácil era conseguir lo ajeno a la mala, simplemente tomarlo sin ningún permiso. Y también en sus vidas les reforzaron la idea de que el dinero conseguido de súbito se debe gastar de la misma manera. Los asaltantes son una más de las víctimas del entorno. Cada vez me quedo más sorprendido.
Para continuar con mi investigación he ido al pabellón de los criminales. Muchos de los parricidas tenían justa razón, mataron a un padre, muchas veces alcohólico, que los agredía con fiereza y, lo peor, con total impunidad. No tenían esperanza, y creo que no tenían otra alternativa. Los que mataron por celos, pues sencillamente ¿cómo reaccionar si llegas a casa y encuentras a tu mujer revolcándose en la cama con el vecino? ¿Cómo reaccionar si te habían azuzado todos en el barrio diciéndote que cuides a tu mujer y te lanzaban indirectas? ¿Cómo reaccionar si tu mujer te trataba con el amor más puro, si te despedía con un beso tierno al salir para trabajar; si te recibía con un beso al regresar incluso delante del vecino, tal vez el padre de tus hijos; si ella se apuró para enviar a tus hijos a las aulas de educación inicial tan solo para quedarse sola, por lo menos toda la mañana y cometer todas sus trapacerías? ¿Cómo reaccionar? Claro, no matando, me dirán, pero muchas veces ante tanta desilusión, resentimiento y burla, no te queda otra. Y cuando has matado a un socio. Lo primero que se nos ocurre es, qué desgraciado, ¿cómo lo pudo hacer? Pero si revisas la historia resulta que el socio muerto escribió su sentencia a pulso. El socio con argucias legales y con la mayor perfidia se apoderó de la empresa societal que tenías y te despoja del trabajo y de los ahorros de toda tu vida. Y lo que es peor el Poder Judicial dilata para nunca la solución justa. Lamentablemente, discúlpenme, se tenía que tomar la justicia con las propias manos.
¿Y las penas para los narcotraficantes? Bueno pues la decisión de consumir drogas o no es individual, es un problema personal. Si hay producción de droga es porque hay un mercado que demanda. Y a los campesinos les es muy rentable sembrar coca. Y respecto a los beneficios para el Estado ¿Acaso no hay muchos ludópatas que pululan con hogares destruidos, con ahorros dilapidados con pensamientos lascivos para conseguir más dinero y seguir perdiendo? Claro la diferencia es que los casinos pagan impuestos. ¿Y si los productores de droga pagaran impuestos? ¿Comenzaríamos a considerar la legalización del consumo? Y los narcotraficantes pa´fuera. Y los productores pa´rriba. Hay una triple moral en la sociedad que permite muchos latrocinios.
¿Y los que contratan sicarios? Existen unos señores, los autores intelectuales, (los intelectuales de la historia) que cansados de la presencia de ladronzuelos, hicieron una colecta para que una banda de policías los maten de manera anónima por así decirlo. Y comenzaron a matar pirañas y la ciudad se fue limpiando. Todo mejoró, el comercio, el turismo, la seguridad ciudadana. Esos pastrulos existen, roban a mujeres indefensas, ancianos, embarazadas, a discapacitados. Atacan en banda pero cuando la policía los captura, nunca les levanta un atestado de que el delito lo cometieron en banda, con lo cual la pena sería mayor, sencillamente la policía recibe dinero de ellos y los suelta nuevamente para que vuelvan a las andanzas y sigan haciendo daño. Entonces díganme ¿cuándo contratas a alguien para que mate a esos insectos haces mal? Dejo la pregunta para que duden. Yo creo que la sociedad inventa mecanismos naturales de depuración para todos esos lumpen.
Así que mi conclusión es clara y contundente, todos los delincuentes son inocentes, nosotros somos los culpables, la sociedad. Así que, aún cuando no hay suficiente espacio en las cárceles para todos, porque la cárcel debería ser para nosotros y no para ellos; se debe resarcir a todas esas terribles víctimas que están en estos momentos en los penales. Considerando los Derechos Humanos, les aseguro que no habrá ningún riesgo, se les debe excarcelar ahora mismo a todos ellos. Completamente a todos.